EL ÚLTIMO LATIGAZO DE LA MÁS PODEROSA DE EE.UU.
La presidenta de la Cámara de Representantes ha sacudido las relaciones de EE.UU. con China por su visita a Taiwán. A sus 82 años y tras haberse convertido en la mujer con más peso político del país en el último cuarto de siglo, ha tomado una decisión polémica que podría cimentar su legado. U oscurecerlo
Nancy Pelosi ha demostrado saber cómo ganarse el centro de atención con gestos. Todavía se comparte en los móviles de EE.UU. el ‘gif’ –un vídeo pequeño en bucle– de su aplauso incómodo y desafiante en el segundo discurso del Estado de la Unión de Donald Trump, en 2019. Colocada detrás del presidente de EE.UU., palmoteando con sonrisa burlona y manos huesudas y rígidas, fue carne inmediata de ‘meme’.
Un año después, en el mismo escenario, con las emisiones en directo y delante de los legisladores y personalidades, se llevó todo el protagonismo con otro guiño preparado: rompió en pedazos la copia del discurso que Trump acababa de pronunciar.
También en 2020, en plena campaña electoral para la reelección de Trump, hincó su rodilla octogenaria en el mármol de la rotonda del Capitolio durante casi nueve minutos en honor a George Floyd. Iba tocada con un ‘kente’, una prenda de tradición africana.
Algunos en EE.UU. creen que la teatralidad se le ha ido de las manos a Pelosi con su visita de esta semana a Taiwán. La parada –no incluida en su agenda oficial– ha desatado una crisis diplomática entre Pekín y Washington, ha sido respondida con maniobras agresivas de China cerca de las costas de Taiwán e incursiones en su espacio aéreo y con la suspensión de varias vías de cooperación entre los dos grandes rivales globales.
Su gesto –valiente, inoportuno, irresponsable o ventajista, en función de quien lo interprete– le ha vuelto a colocar en primera plana cuando, con 82 años, se encamina hacia el final de su carrera política.
¿Quién es Nancy Pelosi? En pocas palabras: la mujer con mayor poder político en la historia de EE.UU. En 2006, se convirtió en la primera mujer en llegar al cargo de ‘speaker’ –el equivalente a presidenta, en el sistema político estadounidense– de la Cámara de Representantes. Ahora se encuentra en su segundo mandato en esa posición, que la coloca además como segunda en la línea de sucesión del presidente de EE.UU., solo por detrás de la actual vicepresidenta, Kamala Harris. El cargo de Pelosi, sin embargo, al frente de la mayoría demócrata en la Cámara Baja, con la responsabilidad y el poder de impulsar o frenar la agenda legislativa de la primera potencia mundial, tiene mucho más peso político que el de Harris.
Desde niña en la política
Pelosi es también, para sus enemigos republicanos, la encarnación de la política ‘progre’, de la ideología izquierdista impuesta desde las élites multimillonarias de las costas. Desde que accedió al puesto de presidenta de la Cámara de Representantes por segunda vez, en 2018, ha sido el muñeco al que han atizado los republicanos y sus aliados en los medios como emblema de la «agenda de extrema izquierda» en la que ha caído el partido demócrata, alejada de los problemas reales de los estadounidenses medios, predicando desde mansiones y cortejando a los poderosos.
No les falta razón en lo que se refiere a su procedencia vital y política. Pelosi ha hecho carrera como diputada por California, pero su origen está en la otra costa. Nació en una familia italoamericana de Maryland, con pedigrí político. Su padre, Thomas D’Alessandro, fue diputado en el Congreso por ese estado y llegó a ser alcalde de su ciudad más importante, Baltimore (el hermano de Pelosi, Thomas Alessandro III, llegaría también a ese cargo unos años más tarde).
Pelosi se involucró en la política desde niña. Colaboró en las campañas electorales de su padre y se introdujo en los círculos de poder del estado y de Washington. Hace unos años compartió una foto con el presidente John Fitzgerald Kennedy en los fastos de su investidura, en 1961. Ella tenía 20 años.
Conoció a su marido, Paul Pelosi, cuando los dos asistían a la universidad en Washington. Ella, en el Trinity College; él, en Georgetown. Los dos eran de origen italiano, demócratas progresistas –pese a su confesión católica– y ambiciosos.
Establecieron su hogar en San Francisco, donde él se crió y después hizo fortuna en las finanzas. Pelosi se concentró en formar una familia –tuvo cinco hijos en seis años–, pero no descuidó su red de contactos políticos y los amplió en la ciudad californiana, centrándose en la captación de fondos para campañas electorales demócratas.
Su oportunidad llegó en 1988: el escaño por el distrito de San
«Progre» entre mansiones y millonarios PARA LOS REPUBLICANOS ES EL EMBLEMA DE LA «AGENDA DE EXTREMA IZQUIERDA» DEMÓCRATA, TAN AJENA LOS PROBLEMAS REALES DE LA CLASE MEDIA
Francisco en la Cámara de Representantes quedó vacante, se presentó y ganó. Desde entonces, no ha sacado los pies de las alfombras del Capitolio, cada vez con más poder e influencia.
En 2001, se convirtió en ‘whip’ (‘látigo’) de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, el equivalente a jefe del grupo parlamentario, el segundo demócrata de mayor rango en la cámara baja. El látigo lo usó con destreza: al año siguiente ya era líder de la minoría demócrata y, en cuanto su partido logró la mayoría, la eligieron como presidenta de la cámara.
Era el año 2006 y Pelosi hacía historia. Con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca en 2008, ella fue decisiva en navegar la tramitación parlamentaria de su reforma sanitaria, el último gran intento de impulsar la sanidad pública en EE.UU.
Desde entonces ha sido capaz de mantener la disciplina de partido en su bancada, seguir a flote como líder en medio de las divergencias entre izquierdistas y centristas, frenar la agenda republicana cuando su partido perdió la mayoría –entre 2010 y 2018– e impulsar la propia cuando tenía suficientes votos.
El viaje a Taiwán puede haber sido un intento de añadir brillo geoestratégico a su legado político, en el que las relaciones internacionales están en un segundo plano: en un escenario que apunta a la confrontación entre EE.UU. y China, entre el dominador del siglo XX y el aspirante del XXI, entre la democracia occidental y el autoritarismo chino, Pelosi ha podido utilizar la visita Taiwán como una declaración de principios.
Inadecuado, no incoherente
Lo hace cuando su carrera se acaba. Todo apunta a que los demócratas perderán la mayoría en la Cámara en las elecciones de este otoño. Con ella, se esfumará la presidencia de Pelosi. Y, es posible, también su intención de seguir en política en el siguiente ciclo electoral, en 2024. Entonces tendrá 84 años.
El viaje a la isla que China considera como parte de su soberanía puede haber sido inadecuado, pero no incoherente. Su primera irrupción en los grandes titulares fue en 1990: en un viaje oficial a China, desplegó por sorpresa una pancarta en conmemoración de los muertos por la democracia en la plaza de Tiananmen, desde el mismo lugar de la masacre ocurrida un año antes. Desde entonces, no ha dejado de presionar a Pekín por sus abusos contra los derechos humanos –en los últimos años, en Hong Kong y contra la minoría uigur–, ha impulsado leyes para meter en cintura a China y ha boicoteado sus Juegos Olímpicos.
Hará falta tiempo para entender si el latigazo a China por parte de Pelosi es una temeridad que manche su historial o un acierto visionario que remate una carrera política histórica. Con Pelosi, adorada y odiada a la vez en su país, es probable que EE.UU. nunca se ponga de acuerdo.
Una carrera política única FUE DECISIVA EN LA TRAMITACIÓN DE LA REFORMA SANITARIA DE OBAMA. HA SABIDO DISCIPLINAR SU BANCADA Y FRENAR LA AGENDA REPUBLICANA