El ambiguo juego diplomático del líder más incómodo de la Alianza Atlántica
➤ El presidente turco planea una operación militar en Siria contra las milicias kurdas
Por su retorcida habilidad diplomática, se ha convertido en uno de los líderes mundiales que más ha influido últimamente en la escena internacional. El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha cobrado un protagonismo sobresaliente desde la invasión rusa de Ucrania. A partir del comienzo del conflicto, ha sabido repartir sus cartas con la mano izquierda y derecha, siempre en beneficio de sus intereses.
El primer ejemplo de esa maña lo dio durante las semanas previas a la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid a finales de junio y también a lo largo del propio encuentro, pues se sirvió del viejo truco de crear el problema y después ofrecer la solución para salirse con la suya. Después de anunciar que vetaría la entrada de Suecia y Finlandia a la Alianza por su presunta connivencia con terroristas –Erdogan se refería a los militantes kurdos, muchos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), refugiados en esas democracias nórdicas–, el mandatario turco accedió a despejar la vía de acceso tras la firma de un memorándum.
Rubricado por el presidente finlandés, Saulio Niinisto; la primera ministra de Suecia, Magdalena Andersson, y el propio Erdogan, el documento detallaba una lista de medidas favorables a los intereses de Ankara, pues abría la puerta a la extradición de los presuntos terroristas y levantaba el embargo a la venta de armas.
Su segundo éxito se produjo hace más de dos semanas, cuando Erdogan logró que se firmara en Estambul un acuerdo bajo el auspicio de las Naciones Unidas y en presencia de su secretario general, António Guterres, para que Rusia y Ucrania desbloquearan la exportación de grano a través del mar Negro, espantando la amenaza de la hambruna mundial. Aunque los días siguientes las tropas rusas bombardearon el puerto de Odesa, escudándose en su tradicional excusa sobre las presencia de presuntas infraestructuras militares, lo cierto es que la iniciativa ha logrado salir adelante y el primer barco ha llegado a destino.
Islamista habilidoso
El juego internacional del líder turco es tan sinuoso como un arabesco. A pesar de pertenecer a la OTAN, se trata del jefe de Estado de un país miembro de la Alianza que mantiene una postura más ambigua respecto al presidente ruso, Vladímir Putin, con el que se reunió el pasado viernes en Sochi, una ciudad balneario a orillas del mar Negro, para postularse una vez más como mediador en el conflicto ucraniano.
Los expertos apuntan a que la mayor preocupación actual de Erdogan consiste en allanar el camino para su ansiada operación militar en el norte de Siria. Anunciada a principios de julio, el presidente busca acabar con las milicias kurdas Unidades de Protección Popular (YPG). Aliadas de Estados Unidos en Siria y pieza clave en la lucha contra los terroristas de Daesh, están enemistadas con Ankara, que las considera el brazo armado del PKK.
Sin duda, las capacidad de Erdogan para imponer su voz en el tablero geopolítico se debe a una doble causa, una dada y otra fruto de la experiencia. Por muchas razones, Turquía es un país estratégico. Ocupa un puesto relevante en el mundo musulmán y posee el segundo mayor ejército de la OTAN, de la que es miembro desde 1952, cuando se incorporó junto a Grecia. Por otro lado, el presidente turco, que creció en una piadosa familia musulmana de clase media y estudió en escuelas religiosas, lleva décadas en la política, vinculado desde su juventud a partidos islamistas. Fue uno de los miembros fundadores del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), al frente del que ha desmantelado la República laica que en 1923 creó Atatürk. La reforma constitucional de 2017, que abolió el cargo de primer ministro y concedió poderes casi omnímodos a la figura del presidente, es el último fruto de sus desvelos autoritarios.
Erdogan utilizó en la cumbre de la OTAN el viejo truco de crear los problemas para encontrar las soluciones