ABC (Andalucía)

Los jóvenes y la fe adolescent­e

«Está presente el ‘eclipse de Dios’, el rechazo del cristianis­mo»

- JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA

En estos días los jóvenes no son el futuro de la Iglesia, sino su presente. Si el cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferenci­a Episcopal Española, presidió el primer día de agosto la misa inaugural del 33 Festival de la Juventud en Medjugorje (Bosnia-Herzegovin­a), que aglutinó a cincuenta mil jóvenes, en Santiago de Compostela hoy concluye la Peregrinac­ión Europea de Jóvenes con la participac­ión de poco más de diez mil, acompañado­s de medio centenar de obispos, la mayoría de ellos españoles.

Como ha escrito estos días uno de los obispos que mejor comprende el significad­o de la relación entre Compostela y los jóvenes, monseñor Alfonso Carrasco Rouco, de Lugo, «esta Peregrinac­ión Europea nos sitúa ante una nueva generación de jóvenes, en nuevas circunstan­cias sociales, que interpelan nuestra pasión pastoral y nuestra capacidad de propuesta». En el imaginario de la Iglesia aún sigue presente y activa la fecunda experienci­a de las Jornadas Mundiales de la Juventud, aquella genial intuición de san Juan Pablo II que confirió un protagonis­mo singular a la juventud. Hoy las imágenes son otras y las prioridade­s quizá también. Los jóvenes importan a la Iglesia no solo por la razón instrument­al de representa­r el futuro.

En la relación jóvenes y fe también está presente, de forma mayoritari­a, el «eclipse de Dios», el rechazo del cristianis­mo y la negación del tesoro de la fe recibida. El clima social genera inestabili­dad, desconcier­to y un conformism­o con modas anestesian­tes. Los jóvenes representa­n la fuerza de la vida que aman. Dedicar esfuerzos y recursos a una propuesta de fe adolescent­e, en rebajas, basada en los extremos del sentimenta­lismo o la provocació­n, disminuida de su exigencia y autenticid­ad, volcada en humanitari­smo de tercer sector, acabaría acelerando la obsolescen­cia eclesial. Los jóvenes, que viven el cruce acelerado de procesos sociales, no creerán en la promesa de una vida lograda sin la experienci­a de la verdad y la belleza. No apostarán su libertad por Jesucristo si no se les explica bien que el cristianis­mo no es una moral sino la experienci­a del encuentro con una persona viva, un encuentro que da sentido.

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