Villa Padierna, la bella Toscana que surgió en Marbella
Ricardo Arranz de Miguel levantó el complejo hotelero más exclusivo de la zona, por el que han desfilado las personalidades más destacadas
Al enfilar la colina nada hace sospechar que en la cima aguarda un paraíso, el de Villa Padierna, en Benahavís, Marbella (Málaga), que se prolonga hasta el mar. Conforme se inicia el ascenso, el paisaje va cambiando. Pero lo que no cambia es la brisa del Mediterráneo, que se extiende hasta el complejo hotelero y urbanístico.
El empresario Ricardo Arranz de Miguel, presidente de Villa Padierna Hotels and Resorts, recuerda que cuando empezó a construirse en 2005 «aquí no había nada». Era su sueño y el de Alicia, su esposa. En poco más de quince años aquellos terrenos se han convertido en un oasis de vegetación exuberante con un inmenso lago en lo que era un agujero baldío en la tierra. Los cipreses abundan por macizos. «Cuando los traje todo el mundo me criticó. ¡Que si eran árboles de cementerio!, me dijeron». Posiblemente quien lo dijo no conoce la Toscana. «Eso es lo que quisimos hacer, una pequeña Toscana en Marbella». Construyeron un lujoso hotel de 132 habitaciones y villas individuales, con Club de Mar, auditorio, Raquet Club y tres campos de golf con categoría internacional, que dan trabajo a 600 personas. Aparte, Villa Padierna Resort desarrolla un negocio inmobiliario asociado a la marca.
Puede que sea el empresario más importante de la Costa del Sol y, sin embargo, es un desconocido para el gran público, tal vez debido a su austeridad castellana. Es burgalés, de Aranda de Duero. Rehúye las entrevistas que no sean para medios especializados en su sector, aunque se las solicitan continuamente. Hasta en las famosas fiestas que se celebraban en la época dorada de Marbella, la de Gunilla von Bismarck, Olivia Valère o el Príncipe Alfonso de Hohenlohe, intentaba pasar inadvertido.
Es un claro ejemplo de hombre hecho a sí mismo. Procede de una familia dedicada a fincas agrícolas y ganaderas. El día en el que fue a la Universidad de Valladolid a matricularse en la carrera de Económicas y Ciencias Empresariales en la facultad de Bilbao había una cola interminable y él tenía entradas para ir a los toros con una chica de Tordesillas: «Entonces vi que en la ventanilla de Granada no había nadie y me inscribí. Organicé viaje y alojamiento. Al llegar resultó que la universidad era aquella pero mi facultad ¡estaba en Málaga!». Cargó con su maleta hacia la ciudad costera. «No me atrevía a contárselo a mis padres». Pero ellos no tuvieron tiempo de enfadarse ya que antes de terminar la carrera había creado su primera empresa de helados industriales con Avidesa, a la que siguió otra dedicada a la seguridad, asociado con Darío y Gonzalo Hinojosa (Cortefiel), que fusionó con Prosegur. A los 28 años compró la Quinta Golf Resort en Marbella, junto con el empresario Tomás Pascual, y siete años antes ya tenía un Porsche. Los automóviles son una de sus pasiones y Marbella, su lugar en el mundo.
Alicia, siempre
A los 42 años se casó con la joven aristócrata Alicia Padierna de Villapadierna, hija del conde de Villapadierna y de una bellísima mujer adelantada a su tiempo, Alicia Klein, pionera en la práctica del golf. Era julio de 1992 y juntos permanecieron hasta que el cáncer se la arrebató hace cuatro años. Son muchos los detalles que evidencian que Alicia sigue estando presente. Su amor, su compañera de vida. Hay momentos en los que, al hablar de su muerte, la mirada se le humedece. «Los amigos, con la mejor intención, me dicen que el tiempo todo lo cura, pero te aseguro que no es cierto. El dolor de la ausencia es variable, a veces estoy mejor y otras, peor».
El fallecimiento de su esposa no ha sido la única gran pérdida de su vida, «pero la edad hace que el dolor se viva de manera diferente». A los 28 años falleció en un accidente de automóvil un hermano tres años mayor que él, «y ahora no puedo dejar de pensar que tal vez no sufrí lo suficiente».
El primer día, Ricardo Arranz aparece en su Rolls-Royce antiguo descapotable, impecables ambos, él y el automóvil. Un sombrero Panamá calado reposando en el salpicadero completa la foto que transporta a una de las películas clásicas que tanto le gustan. Su favorita es ‘Casablanca’, «esto es el principio de una hermosa amistad». Eso puede ocurrir en el giro más inesperado de la vida.
Le encanta el humor de ‘Ocho apellidos vascos’ y lamenta haber perdido el hábito de
leer antes de dormirse. Educado, de maneras refinadas y todo un dandi, es una de esas personas de las que viven la vida «a su manera», como cantaba Sinatra. Es perfeccionista hasta la extenuación. Confiesa que prefiere no comer en ninguno de los seis restaurantes del complejo hotelero «para que no me dé un infarto», bromea. Lo veo difícil, cuida su cuerpo y su mente como le gusta cuidar su empresa, que parece una extensión de sí mismo. Proliferan los detalles pero, sobre todo, las obras de arte, su mayor afición. Ha creado junto a su mujer la fundación ARVI, en el Monasterio del Cuervo y en el Palacio de la Trinidad Grund, dedicada a la restauración artística.
Lejos de la jubilación
A lo largo de su vida se ha visto envuelto en varios procesos judiciales. «Todos los he ganado» y, sin embargo, salvo el del Grupo Pascual, con el que estuvo asociado y cuyo procedimiento fue muy mediático y largo –duró 10 años–, una vez gana los juicios no tiene interés en darlo a conocer. «No hay que remover lo malo, aunque la sentencia te sea favorable». Actualmente preside la Federación Andaluza y la Asociación Nacional de Urbanizadores y Turismo Residencial. A alguien que tiene más de lo que uno puede imaginar me cuesta preguntarle si le queda algún sueño por cumplir. Pero responde sin pensárselo: «¡Descansar!». Me muestra su teléfono y veo que tiene ¡2.600 emails! «Casi todos serán para pedirme algo», comenta con sorna.
«Con 72 años no pienso en la jubilación. Juan Miguel Villar Mir me dijo que hay que seguir dándole cuerda al reloj». Y es lo que hace desde antes de las siete de la mañana, cuando comienza la jornada en el gimnasio. Después, si es verano, sale a navegar. Le despeja y le produce una inmensa paz. Me enseña su despacho, amplio y luminoso, a pesar de tener las paredes forradas de fino terciopelo negro. Es clásico, «como yo», dice con humor. Firma con pluma. Sobre su mesa tiene tres tarros de tinta: azul, negra y roja.
Mármoles de historia
El segundo día recorremos sus propiedades en un clásico Maserati descapotable. Estando soltero adquirió la Casa Cuartel del Duque, frente al mar, un asentamiento de la Guardia Civil construido a finales del siglo XIX en Puerto Banús, que fue rehabilitando durante años. Y de allí, al parque de Los Alcornocales, en la provincia de Cádiz, a 45 minutos de distancia. En ese insólito paraje goza de lo que la vista no es capaz de abarcar. Visitamos otra residencia privada y el monasterio de El Cuervo, fundado a principios del siglo XVIII por frailes carmelitas descalzos, también rehabilitado por el empresario.
Me permite acceder a una sala, tan inmensa como impresionante, de paredes y suelos blancos, con una hilera interminable de puertas acristaladas que dan a la explanada principal y a las montañas más altas. Allí el tiempo se detiene y me siento sobrecogida por la visión de marmóreas estatuas romanas auténticas. Un maravilloso empacho de belleza. Hay tantas… Da la sensación de que se hacen compañía las unas a las otras mientras reposan a la espera de destino en el rincón escogido para cada una de ellas. Arranz disfruta teniéndolas cerca. Venus, Afroditas, soldados, enormes vasijas, centinelas… Y en muchas de ellas se notan las heridas del tiempo.
Nicolás, de 21 años, el más pequeño de sus hijos, pero sobre todo Alejandro, de 28, el mayor, son cazadores. A la entrada de la finca me muestra un pabellón de unas antiguas cuadras reconvertido en una inmensa sala comedor llena de trofeos de Alejandro. «Se lo toma en serio. A mí, en cambio, la caza, aunque la respeto, no me interesa. Los animales me gustan vivos». Tiene otros dos hijos: Felipe y Ricardo. Con la primera sílaba de sus nombres y en escala de edad creó Alferini y así se llama uno de los campos de golf.
Me cuesta despedirme de las estatuas del monasterio de El Cuervo. Aquella sala muda inundada de esplendor… La belleza de las cosas conduce a la felicidad –también la de las personas, pero esa es otra historia–. Alrededor de este hombre hay mucha belleza; es porque él la propicia, sólo hay que ver cómo cuida tantos siglos de historia esculpidos en mármol. «Alta y triunfante la alcanzada gloria guarda en eternos mármoles la historia», escribió el poeta José de Espronceda. Quién sabe si las estatuas entristecen al ser sacadas de allí cuando se halla el lugar idóneo donde permanecerán por mucho tiempo. Seguro que Ricardo Arranz las amará a todas mientras viva, como un amante fiel, felizmente atrapado por una pasión que trasciende lo terrenal.
Discreto por su origen castellano, Arranz pasaba inadvertido entre la ‘jet set’