ABC (Andalucía)

Asesinando a nuestros hijos

Están asesinando a nuestros hijos, ante nuestra alegre indiferenc­ia

- JUAN MANUEL DE PRADA

L Easesinato del niño Archie Battersbee, que acaba de ser desconecta­do de la respiració­n asistida por orden judicial y en contra del deseo de sus padres, ha tenido una repercusió­n mediática muy inferior a la que hace unos años tuvo el asesinato del niño Alfie Evans. Y es inevitable que así sea; pues las sociedades occidental­es van criando callo contra las aberracion­es más execrables, que poco a poco se ‘normalizan’, a medida que se eclipsa su conciencia moral. Pronto, estos asesinatos de niños por orden judicial se convertirá­n en algo tan trivial como una sentencia de divorcio por mutuo acuerdo; y llegará el día no muy lejano (¿no habrá llegado ya?) que padres indignados acuden a los tribunales para exigir que den el matarile a sus hijos enfermos.

Recuerdo que en ‘La edad de oro’, la película de Buñuel, había una secuencia abyecta en la que los protagonis­tas alcanzaban el orgasmo, mientras gritaban con exultación: «¡Qué alegría haber asesinado a nuestros hijos!». Tal vez todavía nos produzca cierto repeluzno asesinar sus cuerpos (aunque, desde luego, el Leviatán se preocupa de suplantar nuestra debilidad, procurándo­nos aborto gratuito y jueces que les desenchufa­n de la respiració­n asistida), pero participam­os con la mayor desenvoltu­ra y hasta fruición en el asesinato de sus almas, mucho más lesivo y demoníaco. Hemos asimilado sin empacho que «los hijos no pertenecen a los padres» y, en consecuenc­ia, los ponemos en manos de depredador­es que se dedicaban a corromperl­os concienzud­amente en las escuelas, enseñándol­es a poner condones, a mamar pollas y a tragarse la lefa (dulce como la miel), como hacían en esa yincana de Vilassar de Mar, y como hacen en muchas escuelas españolas, convertida­s en corruptori­os oficiales.

Están asesinando a nuestros hijos, ante nuestra alegre indiferenc­ia. A unos pocos, como Alfie Evans o Archie Battersbee, les dan matarile sin contemplac­iones, para que la gente no se llame a engaño y entienda de una puñetera vez que los hijos pertenecen al Leviatán. Pero, mucho más que los cuerpos, al Levitán le interesa asesinar las almas de nuestros hijos, formándolo­s como jenízaros de las ideologías oficiales y convirtien­do sus cuerpos –templos del Espíritu– en vertederos penevulvar­es donde se puede experiment­ar con todos los orificios y todos los géneros. Y, para poder devorar las almas de nuestros hijos más cómodament­e, el Leviatán ha destruido la institució­n de la patria potestad, como antes destruyó la institució­n del matrimonio y todas las que se fundan en los vínculos naturales. Al menos este niño asesinado, Archie, ha escapado con el alma intacta; suerte que no tendrán nuestros hijos. Y desde el cielo exhorta a nuestra generación, repitiendo las palabras evangélica­s: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros y por vuestros hijos. Porque llegarán los días en que se dirá: “¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraro­n y los pechos que no criaron!”». Esos días lóbregos han llegado ya.

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