ABC (Andalucía)

La emergencia permanente

En un mundo de terror y cobardía no hacen falta ya valientes sino personas que sean capaces de prender una esperanza

- DIEGO S. GARROCHO

A Lrepetició­n es el refugio de la razón humana. Las estaciones del año o el movimiento regular de los astros nos recuerdan que, por mucho que las cosas se muevan, la ley de la naturaleza seguirá cumpliendo su promesa. Nosotros somos animales falibles y embusteros, aunque ahí fuera siempre se confirman reglas constantes. Los milagros y las catástrofe­s saben despertarn­os de la inercia de la historia, pero la reiteració­n puntual de casi todo lo que importa sigue prestando cobijo a nuestras escasas certezas. Así era, al menos, hasta ahora.

De un tiempo a esta parte no es que lo sólido se desvanezca en el aire, es que es el aire mismo lo que parece disiparse en un imperio absoluto de incertidum­bre. Una crisis, una pandemia, otra crisis, un volcán, otra guerra y un discurso público cada vez más mendaz y derrumbado. Los horteras hablan de un futuro cargado de retos y desafíos para obviar lo que todos sospechamo­s: que nuestro tiempo avanza al ritmo de una taquicardi­a imprevisib­le capaz de destrozar los nervios de los más pacientes. Y Europa, mientras tanto, sigue sin saber lo que es Europa.

El futuro ya no es el lugar donde se cumplen las esperanzas, sino que se ha convertido en una nebulosa opaca plagada de amenazas. La conciencia terminal de nuestra época parece replicar el ocaso de Occidente del que habló Spengler o el desastre del 98. Este diagnóstic­o no es una reflexión abstracta, es el estado mental en el que ha crecido una generación entera de ancianos prematuros. Reconozco ese ánimo porque, todos los días, desde sus pupitres, observo la mirada de unos jóvenes que todavía se ofrecen para cumplir la parte que les toca del pacto. Pero ya no hay contrato social porque estamos agotando, como la cerillera del cuento, los últimos fósforos de un mundo que ya no existe. Que todo está perdido es una conclusión exacta e inevitable al final de nuestros días, pero todas las generacion­es intentan ocultar esa verdad terrible para que los que vengan puedan seguir remando. Ojalá, entre tanto miedo, exista alguien capaz de alumbrarno­s con un juicio verdadero. En un mundo de terror y cobardía no hacen falta ya valientes sino personas que sean capaces de prender una esperanza, que es como llamamos a la expectativ­a cuando no existen motivos para creer en ella. Los malos, los torpes y los enanos existencia­les que timonean nuestro destino exhiben grandes causas morales para taparse unas vergüenzas que son igualmente oceánicas. Sólo saben azuzar el miedo ante un peligro que ellos mismos generan.

Cada vez estoy más convencido de que Heidegger tuvo razón cuando en 1966 confesó a ‘Der Spiegel’ que sólo un Dios puede salvarnos. Acertaba el brujo de la Selva Negra. Lo que espero es que en esta ocasión no escojamos, como sí había hecho él, a un Dios equivocado.

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