ABC (Andalucía)

José Tomás, el dios de la izquierda

∑Antológica faena al natural del torero de Galapagar, que volvió a ser el ‘Monstruo’ de las tardes grandiosas y sufrió una terrible cogida antes de salir a hombros

- ROSARIO PÉREZ

ALICANTE

PLAZA DE TOROS DE ALICANTE. Domingo, 7 de agosto de 2022. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Juan Pedro Domecq (1º), Garcigrand­e (2º), Victoriano del Río (3º) y Domingo Hernández (4º), correctos de presencia y de juego desigual.

JOSÉ TOMÁS, de sangre de toro y oro. Estocada trasera (saludos tras petición). En el segundo, estocada trasera desprendid­a (dos orejas). En el tercero, estocada contraria (oreja). En el cuarto, dos pinchazos y estocada atravesada. Aviso (saludos). A hombros.

No habrá paz para los que presenciar­on la gran cima del verano. ¿Qué verán nuestros ojos mañana? Nadie que asistiera a la faena por naturales de José Tomás conciliarí­a anoche el sueño. ¿Dónde se pisa ese sitio inverosími­l? ¿Cómo se explica aquella geometría desnuda del toreo? El dios al que algunos daban por muerto tenía la respuesta. ¡‘Jodo’, con el muerto! Su enjuta figura y sus canas señalaban los vértices del tiempo vivido. En su rostro se adivinó pronto que no era una tarde cualquiera y hasta los que celebraban la derrota antes del paseíllo sucumbiero­n a la gloria de su izquierda.

Las protestas al segundo, tan largo de cuello como de altura, callaron cuando José Tomás se echó el capote a la espalda en las gaoneras más milimétric­as. «O te quitas tú o te quita el toro». Ninguno se movió, como no se moverían los pies en tres estatuario­s en los medios. Pero lo grande estaba por llegar: al natural. Cuatro zurdazos monumental­es hicieron crujir la plaza. Qué desnudez, qué manera de pasarse al enemigo por la bragueta, qué bemoles. Veintidós mil pupilas presenciab­an con asombro la pureza. In crescendo. Una tanda de ocho o diez muletazos, todos ligados y a cual más lento, tan encajado, acabó con el cuadro de la temporada. Echaba los vuelos al hocico y desde allí ralentizab­a la embestida, más profunda en sus manos –y tras una gran lidia de Miguel Martín–, de la tierra de las hogueras al fuego de la eternidad. «¡No te vayas nunca, eres el dios!», gritaron. Y allá que seguía el de Galapagar, con los talones no solo clavados, sino completame­nte hundidos. Las raíces de la zurda más bárbara traían la semilla de la emoción. Bendita sea. Mientras José Tomás acariciaba al agradecido Azuzado con las yemas, Vicente Amigo, como tantos, se ponía en pie y tocaba una guitarra imaginaria. Otra bulería a un torero de época, que tragó una barbaridad. Valor para torear, valor para conducir el viaje a la cadera, valor para esperar. Esa espera capaz de quitar el aliento en la guerra y en el amor, que de ambos tiene el toreo. Al de la madre que lo parió mentaron con ‘vivas’ en el colofón genuflexo. Qué fiera torería. Y qué desprecio en el trébol. Cartel tras cartel. Un clamor blanco era Alicante después de la estocada, pelín desprendid­a. Los dos pañuelos asomaron por el palco, como merecida recompensa a tanta verdad. En la sombra cambiaban la frase de Joselito: «Quien no ha visto torear a José Tomás en Alicante no sabe lo que es una tarde de toros». Aunque fuese con cuatro, lo que no casa con liturgia. Ni a sus enemigos le importó después aquella obra inmortal.

Una chicuelina bastó para soñar en el primero. Benedetti hubiese cambiado sus cinco minutos por los cinco segundos que duró el lance a Chicuelo. Tan acompasado, tan fusionado con la taleguilla. Brindó y sobre la raya levantó un estoico prólogo al guapo toro de Juan Pedro. Ni el aire cabía en los pases. Su derecha dominó la embestida, que se afligía en cuanto la exigía un poquito más. De uno en uno corrió la mano al natural, aunque ese lado ni conocía la clase ni la largura. Aun así, ahí que siguió, pisando el sitio de siempre, con ese halo de mito que se echó en falta en Jaén. José Tomás volvía a ser José Tomás, el que nunca dejó de ser. La majestad de uno de pecho puso el broche.

Poco claro y con dificultad­es el tercero, de Victoriano, con el que se desmonteró Viotti. Con inteligenc­ia, se dobló en los inicios para abrirle los caminos a los medios. Y allí presentó sus dos manos, con aplomo de guerra fría. No merecía tanta autenticid­ad este Despreciad­o, con un peligro sordo que no todos adivinaron. José Tomás lo sabía, pero no le importó. Tanto se entregó que le propinó una voltereta de horror, terror e incluso furor, que alguno parecía esperarla... Las dagas zarandeaba­n al cristo vestido de sangre de toro y oro, más sangre ya que oro. La mirada asustada del tendido temía lo peor, pero el matador que saludaba con calma al miedo se incorporó y se dirigió de nuevo a la cara del rival. Por naturales y manoletina­s. Sin temblarle el pulso. Aquellos chillidos de angustia se tornaron entonces en los de «¡torero, torero!», que paseó otro trofeo de ley después de volcarse en la hora final, tanto que cayó contrario el acero.

«¡No te vayas nunca!»

Con lances a pies juntos recibió al cuarto, donde la cosa de los ‘vivas’ se desmadró. Desde España al Caudillo y a Pedro Sánchez, con una pitada hasta La Moncloa. El toreo de José Tomás, con un boquete en la taleguilla, ponía orden en el desorden del graderío y en la desordenad­a embestida del ‘domingoher­nández’, que se paró pronto y con el que dio otra lección, aunque ahora falló con el acero. Seguían los gritos de tres tontos muy tontos. Cada cual, a lo suyo. Y lo nuestro era otra Fiesta. El toreo es siempre mucho más excitante que la política: en política se puede morir una vez, en el toreo, muchas veces. El dios de la izquierda lo sabe bien. «¡No te vayas nunca!», clamaban en la puerta grande. El Monstruo sigue vivo.

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// AFP La figura de Galapagar, con el pitón en el cuello, sufrió una espeluznan­te cogida con el de Victoriano del Río
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// AFP José Tomás, a izquierdas con el segundo toro

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