Cogidos de la mano
Jamás el hombre volverá a caminar a esa velocidad
EL verano es propenso a las terrazas y las terrazas son dadas a la observación. Se suele mirar mucho en la terraza, que tiene siempre algo de mirador ideal, especialmente si da al paseo marítimo. Ahí el desfile humano es variado, constante y eso permite ir elaborando una ciencia de la observación, una clasificación de tipos de paseante.
Hay uno que se distingue, que sobresale, con unos rasgos únicos: la pareja de novios, los embelesados, los que-están-empezando. Cuando dos personas, sobre todo en edad adulta, comienzan a salir, se produce un tipo de paseo que no es igual a ningún otro. No es el de las parejas con más tiempo, y desde luego no es el de los matrimonios. La pareja que empieza, que estrena el amor, suele ir cogida de la mano a un ritmo lentísimo, sin soltarse, como si juntos llevaran una antorcha al pebetero íntimo. Él, se ve claramente, se adapta sumiso al paso de ella, que manda por completo en la velocidad y el caminar de los dos adquiere una morosidad casi ritual: una lentitud que no se parece a ninguna otra. ¿Cuánto puede durar el trayecto desde la pizzería? Pisan el edén, caminan entre nubes…
Es como una canción de Alejandro Sanz, «los dos cogidos de la mano»; podrán tener cualquier edad, pero el modo de cogerse y caminar será adolescente. El enamoramiento o el arrobamiento de la primera pasión genera una velocidad única, distinta, una ralentización orgullosa, triunfal, como una procesión sensual de dos que el resto comprende, incluso una prueba ceremonial que ella le pone a él. Jamás el hombre volverá a caminar a esa velocidad ni adoptará esa forma como de envarado croissant romántico (¡que le delata si finge!) llevando a la amada de la mano; solo no camina así, ni con los amigos, y pasados unos meses, semanas, tampoco caminará con ella de esa forma. Su paso se homogeneizará, se normalizará, adquirirá una velocidad civil y dejarán de ser un lentísimo cuerpo andante de dos cabezas para ser solo dos personas caminando juntas, con autonomía de mirada, de gesto, incluso, casi seguro, con una discusión (ya será otro tipo: el paseo-discusión).