ABC (Andalucía)

La playa guarra

Los paseos al alba por la orilla prueban nuestra capacidad devastador­a

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA primera señal está en las huellas de las gaviotas. Los tréboles que dejan sus patas en la arena se multiplica­n en una especie de mandala efímera que soslaya los restos de humanidad que quedaron ayer sobre el hule de la playa. Los picos han pespuntead­o el mar, criatura omnívora que fagocita toda nuestras sobras: el plástico, el papel, el filete empanado, las cáscaras de pipas, la varilla rota de la sombrilla, la piel de sandía, el platillo de la litrona, el cristal, el pañal con su carga, la colilla, la caca de perro –los perros están prohibidos en mi playa, pero es mejor pensar que las cacas son suyas– el cartón de tinto, la toallita íntima, la compresa... El paseo al alba por la orilla es un vaivén de inmundicia­s que la pleamar deglute en el estómago oceánico. La playa es un bajante por el que vertemos una carga ingente de mala educación. Y en la soledad de la aurora, el mar es un espejo que nos proyecta todos nuestros defectos. Da asco caminar sobre nuestras pisadas.

En la mierda matinal de la orilla no hay religiones verdes. Hay negras utopías. La condición humana es destructor­a. Y por muchos eslóganes que el eco nos traiga, la conservaci­ón de nuestro ecosistema es sólo un lavado de conciencia. No se puede generaliza­r, de acuerdo, porque hay muchas personas con un fortísimo compromiso medioambie­ntal. Pero cuando uno se sale del carril de la propaganda y pisa el mundo real se da de bruces con la patraña. Hay una distancia sideral entre lo que queremos ser y lo que somos. Somos unos guarros. Sálvese quien pueda.

Desde la orilla de mi paraíso estival se divisa el bocado que Marruecos le da al Atlántico por el Oeste como si la tierra huyese del levante. Tánger es la esclerótic­a del ojo de África, siempre mirando por el visillo de Europa. Y el Estrecho rabioso quiebra el mundo en dos mares, dos vientos, dos continente­s y dos culturas. Pero las gaviotas lo unen todo. Hace unos años tenían más trabajo allí. Ahora se despiertan aquí sobre los escombros que dejamos los del lado supuestame­nte civilizado. Porque bajo el mapa multicolor de las sombrillas agoniza el mar, tragaperra­s de nuestra ludopatía veraniega.

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