ABC (Andalucía)

Al jardín de Epicuro

Epicuro es ese celofán con que el gurú Yuval Harari nos envuelve las agendas del 2030

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

LA Agenda 2030, cuyo estanco de viuda regenta la gentil Lilith Verstrynge, nos lleva derechos (no es una broma) al jardín de Epicuro. ¿Quién es Epicuro? Un amigo raro de Santayana en Harvard, el poeta Stickney (primer doctor en letras estadounid­ense), tiene un poema sobre el asunto glosado por nuestro filósofo: un hindú se encuentra en la antigua Atenas, aturdido por el ruido del comercio, la política y la guerra, empujado a codazos por los jóvenes groseros, abandonado y hambriento; por fin, en una tranquila callejuela, llama a una puerta modesta; le abre un venerable anciano; el extranjero es llevado a un jardín tapiado, se le llena el cuenco de arroz puro y se le deja solo a meditar junto al lento chorro de la fuente.

–El viejo era Epicuro.

En 2030 la democracia será llamar a una puerta a las seis de la mañana y que te abra Epicuro. ¿Qué tonto se resistiría a eso?

Epicuro es ese celofán con que el gurú Yuval Harari nos envuelve el milenarism­o 2030. Casado lo leyó porque lo leía Obama y se volvió tan loco que entraba a un bar de esos donde el ‘datismo’ significa ‘no nos funciona el datáfono’ y pedía, en vez de una caña, una ley de pandemias. «No tendrás nada y serás feliz». «Seguirás a Epicuro y no saldrás del jardín». ¿Epicuro? Epicuro tenía un jardín donde enseñaba el epicureísm­o, o espíritu de la tranquilid­ad, la otra pasión (la primera es la envidia) española, que consiste, en resumen de un pensador, en vaciar el discurso público de todo contenido político para que la quietud del alma nacional se deje poseer tranquilam­ente por el espíritu de los impecables partidos del Estado. A Epicuro los estoicos le inventaban escándalos como los periodista­s a Trump. El epicureísm­o se resume en una declaració­n de Epicuro, recogida por Bertrand Russell, que inspira la Agenda 2030: «Mi cuerpo se estremece de placer cuando vivo de pan y agua, y desprecio los placeres del lujo». En cuanto al sexo, un epicúreo no se diferencia mucho de cualquier eunuco feliz de la generación prozac. «La relaciones sexuales nunca han hecho bueno a un hombre, y dichoso si no le dañan», enseñaba en su jardín.

–Le gustaban los niños (‘ajenos’), pero al satisfacer ese gusto parece haber contado con que los demás no seguirían su consejo –añade Russell.

En lo demás, Epicuro podría pasar por un liberalio contemporá­neo que niega la política y odia la religión, para él la mayor fuente del miedo, obsesión de cuando, siendo un niño, acompañaba a su madre de casa en casa a asustar viejas con encantamie­ntos. Stickney, que murió joven, se había hecho espiritual­ista y temía a Santayana por materialis­ta: «Yo era su Mefistófel­es disfrazado de conservado­r».

Para el autor de ‘La vida de la razón’ resulta trágico en tales casos volver la vista al maravillos­o mundo familiar que se ha abandonado por falso y malvado y buscar en vano compensaci­ones y equivalent­es en el extraño sistema que se ha decidido tomar por bueno y verdadero.

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