Injusticia sumaria
El terrorismo reproduce ese reflejo justiciero como acaso sabemos mejor que nadie los españoles que padecimos la carnicería de ETA, y es probable que en eso trate de legitimarse el terrorismo de Estado
¿QUIÉN que conservara un ápice de energía moral no deseó aquel 11-S, tras contemplar la siniestra odisea de las Torres Gemelas, una respuesta adecuada al terror? ¿Es posible mantener la moderación ante la reciente escena del islamista fanático intentando degollar a Salman Rushdie en memoria de una bárbara ‘fatua’? A ver quién niega ahora que, más allá de algúnremilgo ético, no aceptó entonces ni acepta ahora complacido las tremendas imágenes de la caza de Bin Laden en su guarida de Abbotabbad o la tremenda ejecución de su heredero Zawahiri.
El terrorismo reproduce ese reflejo justiciero como acaso sabemos mejor que nadie los españoles, que padecimos la carnicería de ETA, y es probable que en eso trate de legitimarse el terrorismo de Estado al que las nuevas tecnologías han dotado de instrumentos incontrolables como los drones. La noticia del asesinato en Kabul de al-Zawahiri, el sucesor de Bin Laden, ha sido dignificada por Biden, una vez más, como un simple ejercicio de Justicia, en esta ocasión aliviado por el logro que supone eliminar al objetivo sin ‘víctimas colaterales’ gracias a un selectivo misil armado con cuchillas que lo laminaron por sorpresa en su propio balcón. Este escalofriante suceso culmina, de momento, la aterradora crónica de esa ‘guerra de drones’, forzando a la conciencia a plantearse dudas cada día más vehementes sobre esa presunta legitimidad. Porque ya no son sólo los EE. UU. quienes asesinan por ese artero procedimiento que han empleado sin complejos, entre otros, –lo mismo selectivamente que en operaciones masivas–países tan diversos como Francia, Turquía, Yemen o Marruecos y que en la guerra de Ucrania parecen estar también a la orden del día. ¿De verdad acabaremos aceptando como legítimo el derecho de cualquier líder a ‘asesinar’ a quien él considere ‘asesinable’ en virtud de su propio criterio?
Prospera la sospecha de que en la caza de al-Zawahiri haya pesado como mayor motivo la necesidad de reforzarse sentida por un líder, como Biden, desacreditado por la intempestiva retirada de sus tropas de Afganistán, que ha devuelto insensatamente aquel país martirizado a la barbarie talibán. Pero ¿y los demás, y los responsables tanto de democracias como de tiranías? ¿Habremos de concederle a esa variada tropa, moral –¡y hasta jurídicamente!–, la capacidad de enviar sus drones sigilosos por doquier para eliminar a sus rivales, tal como cuenta la leyenda que el ‘Viejo de la Montaña’ enviaba por el mundo a sus ‘hashshasin’ provistos de sus dagas envenenadas?
El dron asesino al servicio de la política se ha convertido de repente en el icono de una suerte de autocracia invisible que acabará arruinando el derecho humano no sólo en las satrapías confesas sino en lo que queda de estas lastimadas democracias.