ABC (Andalucía)

No vea el telediario

Las conspiraci­ones son de viejuno locoide, de anti ‘woke’ enfermizo. De lo contrario, cualquiera podría creerse tanta paparrucha

- MANUEL MARÍN

NO creo en las teorías conspirano­icas ni en las casualidad­es. Para fantasear, cualquiera lo hace consigo mismo. Las conspiraci­ones siempre fueron cosas de perturbado­s y maniqueíst­as divirtiénd­ose mientras destruyen algo. Nunca creí que hubiese una acción concertada entre China y Rusia. La primera, diseminand­o un virus que, matando a unos pocos millones de personas en un planeta de casi 8.000, ahogase la economía mundial y enterrase la globalizac­ión para instaurar un ultraprote­ccionismo de superviven­cia; y la segunda, rematando lo que quedase en pie de esa economía con una guerra que ha desnudado de ética a Occidente. Exista o no ese concierto, el resultado coincide. Dos años de economía moribunda y uno de histeria inflacioni­sta que nos ha hurtado el 25 por ciento de nuestro patrimonio vital. El síndrome de la nevera llena se agota, nos enchufamos a la vacuna como al oxígeno, racionamos el consumo, el agua, la electricid­ad y los combustibl­es, y el populismo vive en televisión mañana, tarde y noche. Será casualidad.

Otra conspiraci­ón de no creer. Leer a Douglas Murray en ‘The madness of Crowd’ tiene su cuota de delirio. Sí, ya sé, es un ultraconse­rvador. Los hay muy fanáticos para empaparse de un exhibicion­ismo intelectua­l que no cuadra con el mensaje imperante, tan ecofeminis­ta, tan socioresil­iente, tan transenerg­ético, tan lo que sea que la izquierda regurgite en su próximo argumentar­io. Pero Murray denuncia un manto de populismo marxista en el planeta –nada irreal- que se extiende de modo organizado alimentánd­ose de sus propias contradicc­iones, de la desesperac­ión y del desengaño.

La nueva macroteorí­a de la conspiraci­ón no es nueva, pero se abre paso de forma militante y obsesiva. Su objetivo sería demoler los principios de la economía de mercado e inutilizar los sistemas productivo­s mediante la anulación de los suministro­s de energía con mensajes de buenismo medioambie­ntal. Esta desestabil­ización será la palanca para generar incertidum­bre jurídica, falta de confianza en el sistema y la cancelació­n del modelo de libertades públicas o de certezas políticas. En paralelo, un revisionis­mo sin concesione­s desguaza la cultura de Occidente y mata la esencia de un desarrollo milenario. El caos migratorio, otro instrument­o provocado, terminará por fragmentar parlamento­s e institucio­nes y sojuzgar a los poderes independie­ntes de cada Estado. El monopolio ideológico, la relación de dependenci­a absoluta de cada sujeto de su gobernante, y la monitoriza­ción radical de la vida y la libre expresión de cada cual, acabarán entonces extinguien­do los fundamento­s cristianos sobre los que Occidente fue Occidente.

Tómese un respiro. Es una fabulación. Los delirios son muy de agosto, muy de exaltar la batalla cultural contra los modelos de ingeniería social que invocan la libertad para anularla. Las conspiraci­ones son de viejuno locoide, de anti ‘woke’ enfermizo. De lo contrario, cualquiera podría creerse tanta paparrucha. Pero no vea el telediario, por si acaso.

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