ABC (Andalucía)

DOS DÍAS EN LOS BASTIONES DE BILDU CON UN ‘EXPIKOLETO’ ANTITERROR­ISTA: «SOMOS MEJORES QUE LOS ‘SEAL’»

Juan José Mateos, antiguo miembro del GAR de la Guardia Civil y autor de ‘Pikoletos’, vuelve con ABC a los pueblos en los que detuvo a etarras hace más de veinte años

- Por MANUEL P. VILLATORO

Despunta el sol en el alto de Meaga; no da tregua a pesar de que la playa de Zarauz, a un suspiro, insiste en suavizar el ambiente. La estampa es de ensueño: curvas sinuosas tomadas por el verdor del bosque. Una historieta de Jacob y Wilhelm Grimm. Pero, al igual que en sus cuentos, la pesadilla acecha. «Fue aquí, el 28 de junio de 1986», Juan José Mateos, veterano del Grupo de Acción Rápida de la Guardia Civil (GAR, antiguo Grupo Antiterror­ista Rural), señala un talud que besa la angosta carretera. «El etarra detonó la bomba cuando mis compañeros venían a hacer una limpieza de itinerario­s. Decapitó a Francisco Muriel e hirió de gravedad a otros tres. Uno de ellos, Carlos Marrero, se suicidó poco después porque no pudo soportar las secuelas».

No han pasado ni dos horas desde el aterrizaje de ABC en San Sebastián, pero ya hemos respirado dos cosas: la humedad caracterís­tica del norte y el olor metálico de las heridas todavía abiertas, que son muchas. Aunque la que más irrita a Juanjo, hoy con un polo verde que recuerda a su viejo uniforme, es la del olvido. Más de una década después de que ETA dejase a un lado los asesinatos, el alto de Meaga está huérfano de una placa que rememore a los miembros del GAR. El único recuerdo para sus familias es una corona de flores que, cada año, deja un grupo de veteranos liderado por él.

A cambio, o eso promete Juanjo, en algunos pueblos abundan pancartas que evocan la lucha terrorista. «Recordar a los agentes es incómodo para los políticos», desvela mientras sube al coche. No da nombres; prefiere obviarlos. Su lucha no es contra tal o cual partido, sino contra el olvido de los guardias civiles que combatiero­n a «la ETA», como insiste en denominarl­a. «¿Acaso llamamos a ‘la Mafia’ solo ‘Mafia’?». Hace ya unos años que este veterano cambió el fusil G-36 por la pluma. No le quedó más remedio, pues las secuelas de un atentado terminaron por pasarle factura. Sus cicatrices son los audífonos que le acompañan. Las que lleva por dentro, ocultas, son las peores. Y de todas ellas ha dejado testimonio en su último ensayo, ‘Pikoletos: La derrota de la ETA y la élite de la Guardia Civil’ (Arzalia).

Élite rural

Arranca Juanjo y comienza una ‘road movie’ vasca. Aunque la banda sonora no es ‘rock and roll’, sino una charla en la que desgrana la historia de su vida. De camino al cementerio de Tolosa, donde yacen varios mal llamados comandos etarras, explica cómo un chico de Salamanca se dio de bruces con el terror. Era 1996, sumaba 24 años y una bomba en el aeropuerto de Reus le dio la bienvenida al Cuerpo. «Hoy tengo reconocido el 72% de minusvalía», dice. Pero la tenacidad, que no la venganza, le hizo perseverar. Su sueño era entrar al GAR, una unidad creada en 1980 para combatir a la ETA desde la primera línea.

«La Guardia Civil había perdido los pueblos. No podía salir de los cuarteles sin miedo a recibir un tiro. El GAR acabó con eso», sentencia mientras detiene el motor. Cuando atraviesa la puerta del camposanto, un cartel le turba: «Aquí comienza la alegría del justo». El respeto se palpa en su rostro. «Todos, hasta los etarras, deben disfrutar de un lugar de descanso eterno». Su mente se ha marchado a los ochenta; días en que los agentes morían a manos llenas y eran enterrados en soledad. «A cambio, ellos hacían comitivas inmensas y llenas de simbología». Camina entre las tumbas; evoca momentos amargos. Esos que vivieron «mis veteranos», como los llama con cariño mientras regresa al vehículo.

Tras ese pequeño viaje al pasado, Juanjo vuelve a su historia. Con el GAR en la mente se sobrepuso a los dolores y, tras escabullir­se de los reconocimi­entos médicos, accedió al curso de operacione­s especiales. De camino a Ordicia, uno de los bastiones de EH Bildu, recuerda la exigencia de las pruebas, cómo les machacaban para separar a los débiles de la élite. «Hacías marchas con una mochila de 30 kilos, no te dejaban dormir…». También había buceo, letal por sus problemas de oído, pero supo esquivar a los instructor­es. «Estábamos por encima de los SEAL porque, con menos equipamien­to, hacíamos lo mismo».

Viejos bastiones

De Tolosa a Ordicia, en Guipúzcoa, hay un cuarto de hora. Juanjo guarda cariño al pueblo, hoy regido por un alcalde de Bildu, porque en él participó en varios operativos. «Mis

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