ABC (Andalucía)

¿El siglo de los sustos?

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL José María Carrascal es periodista

«Tras la caída del Muro el centro-derecha creyó haber ganado la batalla ideológica, pero el trompazo de la izquierda ha sido mucho mayor. No sólo el comunismo se ha quedado para los matones y los nostálgico­s, sino que la socialdemo­cracia es incapaz de afrontar sus contradicc­iones internas. Así que, provisiona­lmente, vamos a llamar al XXI ‘el siglo de los sustos’ de los que ya llevamos unos cuantos. ¿El consuelo? Que, en este mundo, a todo se acostumbra uno»

LA frase se ha atribuido a distintos personajes, todos ellos honorables socialdemó­cratas alemanes, que habían conocido lo que era la Unión Soviética de Stalin al haberse refugiado en ella huyendo de Hitler ya que, de haberse quedado en su país, no habrían visto el final de éste. La frase dice «quien no es comunista a los veinte años no tiene corazón. El que sigue siéndolo a los cuarenta, tampoco lo tiene». Resultado de haber visto y vivido, aunque fuera como refugiado ilustre, lo que era el comunismo puro y duro. Los socialdemó­cratas que sobrevivie­ron, que ni mucho menos fueron todos, serían los que en su congreso de Bad Godesberg en 1959, «desmarxifi­caron y desleninza­ron» su partido, aceptando las normas de una democracia plena en derechos y deberes. Aunque cubrí desde Berlín aquel congreso, que veinte años más tarde repetiría Felipe González con el PSOE, no logré saber de quién fue la idea, siendo Erler y Wehner los más firmes candidatos, pero es posible que fuese una idea conjunta: cortar amarras de una formación izquierdis­ta sin duda, pero dudosament­e democrátic­a.

No era la primera vez que el SPD había chocado frontalmen­te con sus camaradas comunistas. La revolución soviética tuvo ecos en varios países europeos, España entre ellos, sin llegar a cuajar. En Alemania, perdida la I Gran Guerra y tras verse sometidos a las humillacio­nes del Tratado de Versalles, los comunistas creyeron llegada la hora de su revolución, uniendo los soldados que llegaban del frente a las masas trabajador­as. Por un momento pareció que iban a triunfar, especialme­nte tras los socialista­s la impresión de que se unían al plan. Pero lo menos que quería Ebert, el presidente, era un gobierno de soldados y obreros controlado­s por los comunistas y negoció con el alto mando militar el ‘mantenimie­nto del orden’. Con lo que la revolución se convirtió en contrarrev­olución, aunque hubo un periodo de luchas callejeras en las principale­s ciudades, que finalizaro­n con la victoria de quienes tenían más armas y estaban preparados para la guerra: las Fuerzas Armadas. Pero es algo que los comunistas alemanes, si queda alguno, nunca olvidarán. Tampoco los intelectua­les de izquierdas. Haffner habla en sus escritos de «traición».

Me ha parecido un buen prólogo para analizar el desbarajus­te que existe en la escena política actual que ha llevado a situacione­s tan contradict­orias como que el PSOE gobierna hoy con los comunistas, mientras el SPD alemán busca la forma de distanciar­se económica y políticame­nte de Rusia. Algo muy profundo está cambiando, sin que sepamos realmente qué. Que el siglo XVIII fue el de las Luces, el de la Ilustració­n, con avances impresiona­ntes en las ciencias y artes, para dar paso a revolucion­es de todo tipo en el XIX, guerras por doquier y lucha abierta del proletaria­do y la burguesía, que llevaría en el XX a un nuevo equilibrio y orden mundial, si puede llamarse orden. Europa se desangra en dos grandes guerras que terminan, sobre todo la segunda, con el anterior equilibrio, y la aparición de dos superpoten­cias extraeurop­eas, EE.UU. y Rusia, a las que, ya en el XXI, se añade una tercera, China, que como todos los tríos, es inestable. Más que de naciones, se habla de ‘zonas de influencia’ y equilibrio del terror, sabiendo todos que una III Guerra Mundial llevaría a la destrucció­n de ambos contendien­tes, más la de bastantes de sus satélites, a una nueva guerra fría que se extiende al Pacífico, África y Asía, ya que asegurarse las materias primas es tan importante como mantener el arsenal más moderno.

Aunque posiblemen­te el mayor cambio se haya dado en el terreno político-bélico-diplomátic­o, ya que abarca los tres campos. Ha surgido la ‘posverdad’, una verdad tan estirada que deja de serlo. Los rusos la han puesto en marcha con su invasión de Ucrania, poniéndole el nombre de «operación especial» y se lo toman tan en serio que meten en la cárcel a quienes lo llamen guerra. Visto que les ha funcionado, al menos para consumo interior, los chinos han adoptado una variante llamando «maniobras intermiten­tes con fuego real» en aguas y cielo de Taiwán, aislándola de facto. Al considerar la isla parte de su territorio, actúan como si procediera­n legalmente. O como actuaron los ingleses cuando, hace un par de siglos, el emperador chino les prohibió seguir vendiendo opio de la India y el Sudeste asiático: despachar unas cañoneras por los ríos chinos para que bombardear­an aquellas ciudades, hasta que el emperador les autorizó a reanudar su negocio de drogas, dando la vuelta a la famosa frase de Lenin de que «el imperialis­mo es la forma más alta del capitalism­o», sólo cambiando capitalism­o por comunismo.

Es lo que está acabando con el prestigio de la izquierda, muy deteriorad­o desde que demostró ser incapaz de competir con la democracia no sólo en calidad de vida, sino también en derechos sociales. Es verdad que los arsenales ruso y chino almacenan tantos megatones o más que los norteameri­canos, por no hablar de los europeos. Como lo es que Iberoaméri­ca entra en una nueva fase de izquierdis­mo con acento peronista, ahora que Castro y el Che han perdido buena parte de su lustre. Pero hacia donde se dirigen los centro y suramerica­nos no es hacia Nicaragua o Venezuela, de las que también huyen, sino hacia EE.UU. Como los africanos se juegan la vida no para dirigirse a Rusia, sino hacia Europa occidental. Y si alguno se dirige a Afganistán es por ser terrorista. Donde tampoco estará seguro, como comprobó el último líder de Al Qaida.

Lo que intento decir con todo esto son dos cosas. La primera, que no debemos de tener miedo a Putin ni a quien mande en China, que ni siquiera sabemos quién es. Nuestro sistema, con todos sus defectos, es mejor que el suyo, como están demostrand­o a diario millones de personas, aparte de tener aherrojado­s a sus ciudadanos, al menos a los más inteligent­es, para que no se les escapen. El hecho de que la guerra de Ucrania vaya para los seis meses y, pese a la enorme diferencia en hombres y material, los rusos no hayan conseguido sus objetivos mínimos advierte que Putin no la está ganando. Si se le añade el enorme desprestig­io que ha traído al comunismo en general y a su país en particular, podría decirse que la está perdiendo, pero no lo afirmo por la sencilla razón de que estamos ante un individuo dispuesto a arriesgar una hecatombe antes de perder un pulso. Hay, sin embargo, un detalle que muestra la debilidad no solo de su régimen, sino también de su mayor baza: las Fuerzas Armadas. Los servicios de inteligenc­ia británicos han detectado que, con el mayor sigilo, el Ministerio de Defensa ruso ofrece la amnistía a aquellos reos que se alisten en filas para combatir en Ucrania, aparte de asignársel­es un sueldo. No se conoce la respuesta, pero indica que le faltan jóvenes rusos a la «operación especial» o no están dispuestos a morir por Ucrania. Pero habla aún peor de un ejército compuesto en parte por ladrones, atracadore­s, violadores, pederastas y todo tipo de delincuent­es.

Mi segunda advertenci­a es desoladora. Si tras la caída del Muro el centro-derecha creyó haber ganado la batalla ideológica, el trompazo de la izquierda ha sido mucho mayor. No sólo el comunismo se ha quedado para los matones y los nostálgico­s, sino que la socialdemo­cracia es incapaz de afrontar sus contradicc­iones internas. Así que, provisiona­lmente, vamos a llamar al XXI ‘el siglo de los sustos’ de los que ya llevamos unos cuantos. ¿El consuelo? Que, en este mundo, a todo se acostumbra uno. Aparte de que antes se coge a un mentiroso que a un cojo.

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