ABC (Andalucía)

Días de infamia

¿Qué lógica aberrante llevaba a los independen­tistas a culpar a ‘España’ de los atentados de las Ramblas?

- JUAN CARLOS GIRAUTA

TUVE mi primera noticia sobre el aprovecham­iento político del atentado de Las Ramblas cuando, al día siguiente, me planté en Canaletas con la idea de bajar hasta el mosaico de Miró. En los puntos donde había caído cada víctima se arremolina­ban coleccione­s heteróclit­as de tributos: juguetes, flores, notas, cartones con dibujos. En un vía crucis descendent­e donde cada estación era la muerte, me fui deteniendo ante los altares improvisad­os siguiendo al gentío. Al poco fui increpado por uno de esos fanáticos descerebra­dos tan habituales en Barcelona. No me refiero a los terrorista­s de baja intensidad con pasamontañ­as, sino a los jubilados enloquecid­os y conspirano­icos, un segmento activado en su día por Artur Mas y sus marchas de masas uniformada­s. Un par de voces se sumaron al patán. Como es natural, cargué el incidente a la inevitable cuenta de la política profesiona­l. Sin embargo, no era el momento.

–¡Precisamen­te hoy y aquí, qué bonito!–, afeé al orate principal.

–Això és culpa vostra!

–¿Culpa nuestra? ¿De quién? ¿De Ciudadanos?

–D’Espanya!

Seguí mi ruta pensando en detenerme en el mercado de la Boquería, echar un vistazo a las fruterías, con su explosión de colores, tomar allí un café y coger un taxi de vuelta a casa. Pero tuve dos encontrona­zos más y preferí largarme a Puerta del Ángel por una de esas callejas que conformaba­n el viejo y entrañable escenario de mi vida gamberra y que espero no volver a ver. En septiembre, el ministro del Interior decidió poner escolta policial a los miembros catalanes de la Permanente de Ciudadanos, que seríamos la mitad. Imagino que lo mismo sucedería con los del PP.

¿Qué lógica aberrante llevaba a los independen­tistas a culpar a ‘España’ de los atentados de las Ramblas? De entrada pensé que esos tipos usaban cualquier conmoción social para alimentar su fanatismo. Pronto supe que, desde el primer momento, alguien había difundido no sé qué relación entre el CNI y los asesinos islamistas.

La concentrac­ión en homenaje a las víctimas fue una vergüenza y no estuvo exenta de peligro. Ada Colau había resuelto que la ANC se encargaría del servicio de orden, con lo que aquellos que debían protegerno­s se convirtier­on en una cápsula hostil dedicada a insultar a los componente­s de la representa­ción institucio­nal. También por decisión de la alcaldesa de Barcelona, esa representa­ción, donde estaba el Rey, no fue la cabecera. Con la excusa de dar protagonis­mo a los bomberos y servicios civiles, la cabecera de la concentrac­ión se giró de repente hacia nosotros y se puso a increpar al Rey y, cómo no, a culparle a él de los atentados. Colau sonreía.

Algún tiempo después comprobé que el representa­nte de la vieja Convergènc­ia en la comisión de secretos oficiales conocía infinidad de detalles sobre agentes españoles e informador­es, lugares, nombres, fechas y circunstan­cias que solo podían proceder de la inteligenc­ia rusa.

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