Ocho mil muertos sin alarma social
Las teorías de la conspiración crecen cuando se ocultan datos
YA no son conjeturas: estamos viviendo el verano más mortal de los últimos 20 años según el Instituto Nacional de Estadística en España, por encima incluso de los dos pandémicos. Está pasando en otros países europeos en los que llevan semanas elucubrando con las causas aunque se suele apuntar al calor y a enfermedades no tratadas adecuadamente durante la pandemia. Son muertos suficientes como para tomarse en serio entender qué está ocurriendo y dan pie a reflexionar qué es lo que origina alarma social en España, pregunta nuclear, por cierto, sobre qué es el periodismo. Este verano hemos pasado, por ejemplo, de los casos de viruela del mono, que no han provocado apenas hospitalizaciones, más allá de lo desagradable de las pústulas, a los pinchazos denunciados en las noches de marcha, sin que se haya confirmado ni un solo caso de inyección de sustancias químicas que anulara la voluntad. No parece una locura pensar que no es sencillo inyectar una sustancia con una jeringa con poca luz y con el sujeto a inocular en movimiento, sin embargo no son pocos los medios y los políticos que han exigido protocolos y comparecencias políticas. Pero el hecho, no opinable, de que este sea el verano más mortal de los últimos 20, por encima de los dos de la pandemia, no suscita ningún interés. Conocemos la teoría del kilómetro sentimental para explicar por qué nos importa más un muerto en Leganés que diez en la India pero eso no sirve para dilucidar las causas del desinterés por estos 8.000 muertos de más de lo habitual del mes de julio en España. 258 al día.
No hicimos ninguna auditoría, como pidieron decenas de investigadores, sobre la gestión de la pandemia. Quizás ha llegado el momento de hacerlo sobre este exceso de mortalidad para aprender si podemos mejorar en la atención sanitaria, si hay cuellos de botella, si el confinamiento retrasó demasiados tratamientos, si hacen falta más ambulancias o qué puede estar pasando con los ictus o los infartos en personas aparentemente sin factores de riesgo evidentes. Hay que parar los rumores cada vez más crecientes que vinculan algunos de estos fallecimientos con efectos adversos de las vacunas contra el Covid. No debería ser complicado, ahora que tanto hablamos de ‘big data’, estudiar edades, factores de riesgo y sí, para acallar esos rumores, estado de vacunación Covid.
A nadie interesa fomentar la desconfianza ni en la política ni en los medios y las teorías de la conspiración sabemos que crecen cuando cunde la sensación de que se ocultan datos porque no interesa contradecir algunos discursos predominantes. Desmontarlos, en este caso, no debería ser complicado. Sólo hay que querer proporcionar el máximo de información. Sabemos manejarla. Que nos traten como adultos, en esa frase manida que nunca se cumple. También podemos optar por pensar que 8.000 muertos de más no son nada. Si fuera así, mantener la coherencia, si existe el interés por hacerlo, provocaría poner en perspectiva muchas otras muertes, sucesos y enfermedades. Viruela del mono. Pinchazos.