Más de un millar desalojados por el fuego en Alicante
«Tuve que ir cuatro veces para salvar mis colmenas del fuego, al menos las de primera fila, a treinta metros de las llamas, hasta que vi que las abejas estaban dentro, y me crucé a la Guardia Civil en dirección contraria, que me advirtieron del peligro: vas a quemarte». El testimonio de Francisco Català, un apicultor y agricultor de Planes de la Baronia (Alicante), retrata la amenaza del incendio forestal. Aún incrédulo porque el fuego iniciado el pasado sábado en Vall d’Ebo por un rayo haya llegado hasta su pueblo («nunca sufrimos un incendio así»), este profesional teme también por unos bancales con cerezos de sus padres, rodeados por las llamas cercanas. Su futuro depende de la dirección del viento, porque ha ardido ya vegetación a ambos lados de estos terrenos de cultivo junto a la sierra.
Al menos, Francisco sigue en casa, porque hay un millar largo de desalojados en una decena de municipios. El albergue de Pego, gestionado por Cruz Roja, se ha habilitado de forma excepcional para esta emergencia junto con otro en Muro de Alcoy. Allí hay personas que duermen y permanecen las 24 horas y otras que solo vienen a las comidas y las cenas.
En el caso de Pego, tenían ayer 130 usuarios y 15 pernoctando. «Lo que se respira está entre la pena, el nerviosísimo y la incertidumbre, porque no saben qué van a encontrar cuando vuelvan, ya que salieron de sus casas de madrugada», describe Reme Maneus, responsable del albergue de Pego.
Pasan las horas pendientes de las diferentes reuniones que se celebran a lo largo del día en la coordinación contra el incendio. Estaban sin noticias, hasta que ayer por la tarde, por fin, empezó a llover con granizo. Se retiraron momentáneamente los medios aéreos y el pronóstico era de estabili
zar el fuego, aún sin su extinción total.
Los desalojados pensaban que iban a tardar menos tiempo en regresar a sus casas. «No traían casi ropa, hay muchos mayores a los que se les han acabado las medicinas...», detalla. Pero hay mucha solidaridad en el pueblo, la gente se acerca para ver en qué puede ayudar, también los bares, farmacias, «no es igual que estar en su casa, por supuesto, pero tienen todo lo necesario», subraya Maneus.
Como ejemplo de este esfuerzo colectivo desinteresado, Cruz Roja cuenta que se han organizado varios cáterings y restaurantes, particulares y tiendas llevan comida, pan y cocas recién hechos a los albergues. «Los ayuntamientos están pendientes de que no falte de nada», concluye la representante de Cruz Roja.