ABC (Andalucía)

Johnny Depp, el corsario con gafas

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Nuestro narciso de hoy, Johnny Depp, es un narciso que se nos ha puesto gordo, y un actor que acaso ha dejado de serlo, porque casó con Amber Heard, y empezó el peliculón de despiste de su propia vida, incluyendo el juicio planetario reciente, donde ha ganado, aunque ha perdido. Depp ahora le da mucho a la guitarra, un vicio antiguo en él. Y va a dirigir una película inspirada en la biografía convulsa de Modigliani. Pero a lo que yo iba, el narcisismo, que es de lo que va esta serie. Lo que pasa, todavía, con Johnny Depp es que se disfraza, pero no se nota. Hay que valer. Ha llegado al dandismo del hippismo o a la etiqueta de la bohemia. Es un elegante, a su pesar. El tío va de vaquero grunge y sombrero de gánster, como si siempre se hiciera un enredo con la ropa, pero su carácter le ha dado a todo eso una proporción, un timbre, una geometría que parece exigir de mucho rato de espejo, cuando Depp es un tipo del que nadie diría que se ha mirado mucho al espejo. A fuerza de descuidar el estilo se ha hecho un estilo propio, que es una catástrofe de chalecos de traje, fulares de retal, melenas de colgado y unas gafas de sol que son más bien gafas de luna de vampiro. Me conviene abundar en las gafas de Depp, porque las gafas no son artesanía de presumidos, sino más bien todo lo contrario. El que tiene gafas se las quita enseguida, para las fotos, porque las gafas ponen años, y hacen al usuario un poco o un mucho biblioteca­rio de la propia estampa. En Depp se da el caso contrario, porque ha convertido las gafas, no sé yo si necesarias, en un adorno a contracorr­iente, en un detalle interior, en un desacato. Resulta un corsario con gafas, que es la última cosa que usaría un corsario. Antes de Amber, completand­o su figura de pirata con club de fans adolescent­es, aparecía a rachas, a su lado, Vanessa Paradis, su novia entonces, un desmayo de rubia que le encaja muy bien a su empaque de rarito desmadejad­o. Los cronistas rápidos suelen abundar en que Depp usa una imagen ‘alternativ­a’, que es como decir que no se viste en El Corte Inglés. Toda imagen es alternativ­a, según hacia dónde se mire. Toda imagen es, en rigor, una alternativ­a. A Depp le llaman alternativ­o porque es un lord que se hubiera fumado un par de petardos, y así no hay manera de enclavar a nuestro artista en el escaparate. Gasta los fulares torturados, las chaquetas holgadas, los zapatos locos, y luego las gafas de colores o la melena impredecib­le, que es un despiste de peluquería que sin embargo requiere de mucha peluquería. Lo que pasa con Depp es que va a su aire, y así se ha hecho un cerrado estilo. Baraja mucho sus desórdenes, pero siempre resulta él mismo. Sus variados y sucesivos papeles, en el cine, desde ‘Eduardo Manostijer­as’ a ‘Piratas del Caribe’, parecen haber ido dejando un rastro de vestuario en él, y así es el guapo con un armario que es el museo de trapos de su filmografí­a. Siempre le sobra o le falta un collar, una corbata, o una pulsera, porque es de llevar mucho de todo eso, y todo junto, en un barroquism­o que le resulta naturalida­d. Ya digo que otro, en su caso, parecería un disfrazado, pero en Depp el disfraz sería cualquier traje a medida. Ha logrado que en él el exceso sepa a poco, incluso. Tuvo un grupo musical, The Kids, que llegó a ser telonero de Iggy Pop. No tiene pinta de padre de familia, pero lo es. Parece que se hace mayor, pero no. Será por tanto ajuar de gafas.

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// EP Johnny Depp, retratado en San Sebastián
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