Del bombardeo de nubes al reciclaje del agua: se buscan soluciones
▶ Numerosos proyectos de investigación buscan fórmulas para aprovechar al máximo los recursos ▶ En España se prueba con una agricultura cada vez más tecnificada y cultivos adaptados a la sequía
La ciencia y la tecnología buscan respuestas para sobrevivir a las consecuencias del caos climático. Aún no se cuenta con una solución mágica, pero se están poniendo en práctica ideas para hacer frente a la escasez de agua potable. Entre los proyectos existen viejos conocidos, como las desaladoras; planes polémicos, como el bombardeo de nubes; o ‘milagros’ como el acontecido en Israel y el reciclaje de sus aguas residuales. Todo para conseguir el favor del preciado líquido elemento, un bien cada vez más escaso.
Desaladoras: aún en pañales
Quitar la sal del mar para convertirla en agua dulce. Esta es, explicada de forma muy básica, la función de las desaladoras, la tecnología más madura hasta la fecha para afrontar las sequías que amenazan el futuro. Existen casi 16.000 plantas de desalinización repartidas por todo el mundo con una capacidad teórica de generar 95 millones de metros cúbicos al día de agua desalada. Solo en España se producen alrededor de 5.000.000 de metros cúbicos.
Sin embargo, su reparto geográfico es desigual: entre los primeros puestos están EE. UU. (con el 10%) y España (con el 5,7% y más de la mitad de desaladoras europeas), pero la zona del Golfo Pérsico es la que se lleva la palma: Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Kuwait y Catar acaparan el mayor porcentaje este tipo de infraestructuras. Su productividad también es baja y solo generan un tercio del total del agua desalada.
La salmuera (agua sobresaturada de sal), el residuo que provocan estas plantas, es el principal problema: de 1 litro de agua se generan 1,5 litros de salmuera –más de lo calculado con anterioridad– que después se suele verter al mar de manera incontrolada y causar cambios en los ecosistemas marinos afectados.
Además, estas infraestructuras conllevan aparejado un gran coste energético que hoy corre a expensas del bolsillo de los ciudadanos. Y, de forma adicional, también ‘costar’ al medio ambiente al desalar de forma masiva. En definitiva: las desaladoras aún se enfrentan a grandes retos para ser una opción más eficiente contra la sequía.
Depurar y reciclar
Otra de las alternativas es el reciclaje de agua. Al igual que el plástico y el papel, el agua que usamos en las fábricas o la que sale de nuestro baño por las cañerías, puede tener una segunda vida. «Para ello es necesario aplicar un tratamiento adicional al convencional de depuración. Las aguas tratadas para su reutilización se denominan aguas regeneradas», explican desde la Asociación Española de Desalación y Reutilización (Aedyr). Se trata de una tecnología bastante extendida en la que nuestro país tiene una amplia trayectoria: alrededor del 20% del agua que se emplea para la agricultura –el sector más demandante de este líquido– proviene de este método.
«Sin embargo, los porcentajes son desiguales si comparamos por comunidades o regiones», explica a ABC Diego Intrigliolo Molina, del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE), centro mixto del CSIC, la Universitat de València y la Generalitat Valenciana. «En Murcia existen zonas en las que el agua regenerada supone un 90% del total utilizado. Ahora el problema no se localiza solamente en los lugares donde hay mayor falta de agua, sino en que la sequía también afecta a regiones que tradicionalmente no sufrían estas carencias y, por lo tanto, están menos preparadas».
Drones, sensores...
Además de generar o limpiar agua, la tecnología actual se centra en aprovechar al máximo los recursos disponibles. Cada vez más se utilizan en el campo sensores que detectan si las plantas necesitan agua o el estado del suelo y que envían mensajes al móvil del agricultor con el minuto a minuto de la salud hídrica de los cultivos o la temperatura del suelo. Un ejemplo es el programa del equipo liderado por el investigador Mariano Campoy-Quiles, del Instituto de Ciencia de Materiales de Barcelona (ICMAB), del CSIC, quien recientemente ha instalado sensores inalámbricos en viñedos de una cooperativa de Vilafranca del Penedès (Barcelona) para testar su aplicación en la agricultura de precisión. Estos sensores proporcionan información sobre la temperatura y humedad de la tierra y del ambiente, que puede ser consultada de forma inalámbrica y en tiempo real desde un teléfono móvil.
También hay nuevos sistemas de riego, como el de goteo subterráneo, «en el que, al contrario del riego superficial, donde parte del agua se evapora, aquí se aprovecha la totalidad del recurso», explica Intrigliolo Molina, cuyo grupo se dedica además a buscar variedades, sobre todo de vid, que se adapten mejor a la sequía y a idear sensores para aumentar la eficiencia de los cultivos. «También se usan drones y satélites para observar la variabilidad de las parcelas y adaptar las condiciones a cada cultivo».
Recarga de acuíferos
Se estima que en el mundo hay entre ocho y diez millones de kilómetros cúbicos de agua dulce subterránea, lo que en tiempos de sequía y cambio climático convierte a estas reservas en un jugoso objetivo. El hombre lleva milenios explotando estos bancos de agua; sin embargo, no había pensado mucho hasta ahora en la forma de recargarlos: cuando se secaban, se dejaban de utilizar y se esperaba a que la naturaleza los llenase de nuevo. Sin embargo, en un mundo cada vez más demandante de agua, corremos el riesgo de secar estas fuentes subterráneas. «Es algo nuevo que se ha empezado a plantear en los últimos años –afirma Intrigliolo Molina–. Quizá deberíamos repensar a dónde van nuestros recursos y, por ejemplo, destinar parte del agua que se recicla o el de las desaladoras a estas fuentes subterráneas, siempre y cuando sea posible. El propio proceso de recarga de acuíferos puede servir además como herramienta para tratar de forma más natural el agua, mediante, por ejemplo, la implementación de humedales».
Existen propuestas al respecto, como la idea de Helen Dahlke, investigadora de Hidrología de la Universidad de California, que propone utilizar las mismas infraestructuras que sacan el agua de las profundidades para recargar estos acuíferos, aprovechando las tormentas y encauzándolas hacia estas reservas naturales subterráneas. Para ello, tiene localizados diferentes suelos útiles para la acumulación de agua, y ha determinado qué cultivos pueden beneficiarse de este método, como alfalfa, nogales o almendros. «Hay planteados diferentes proyectos para evitar la desertificación del suelo y que retenga más cantidad de agua», señala Molina.
Tecnología de la Edad Media
Pero, a veces, volver al pasado es el plan más innovador. En esta línea se encuentra el proyecto del laboratorio MEMOLab, de la Universidad de Granada, cuya intención es recuperar las acequias que construyeron los árabes en el siglo VIII para combatir la sequía del siglo XXI. Al frente de esta iniciativa se encuentra el doctor en Historia y arqueología medieval José María Martín Civantos, quien desde 2014 integra un programa de recuperación de acequias junto a las comunidades de regantes.
Civantos se ha encontrado estas infraestructuras abandonadas a la suciedad y a la maleza; en otros muchos casos, incluso cementadas o tapadas por otras construcciones. El equipo ha participado en la recuperación de 14 acequias y la limpieza de una treintena más.
«Los sistemas históricos de regadío son una buena herramienta de adaptación al cambio climático. Las acequias nos ofrecen una variedad enorme de servicios ecosistémicos: aumentan la biodiversidad, hacen funciones de regulación en los ríos, recargan los acuíferos y mantienen vivos los suelos», explicó el investigador en una entrevista a ABC.
Sembrar nubes
También hay otros proyectos mucho más polémicos. Uno de los casos es la llamada siembra de nubes. En 1947 y casi por casualidad, Vincent Schaefer descubrió que bombardear estas masas de agua con yoduro de plata o hielo seco las estimula y propicia las precipitaciones –y también lo contrario, las disipa–. En los años 60 y 70 esta técnica experimentó un auge e incluso fue utilizada como arma de guerra. Sin embargo, empezaron a surgir voces discrepantes que acusaban a sus usuarios de interferir en el clima.
En los últimos años, sobre todo China, ha rescatado esta práctica: célebre fue la noticia sobre el uso de esta tecnología durante los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, tanto para limpiar la polución del aire saturado y contaminado de la capital china como para evitar las precipitaciones el día de la gala inaugural.
Entre 2012 y 2017, el gigante asiático gastó más de 1.000 millones de euros para modificar el clima. Según el gobierno chino, esta inversión ha dado ya sus frutos. Los daños por granizo en la región de Xinjiang Uyghur se han reducido un 70% gracias a estos métodos.
Por contra, algunos países fronterizos lo acusan de ‘robar’ las nubes. «No es una solución; es más bien algo empírico que no tiene una base científica sólida», afirma Intrigliolo Molina. Otro proyecto controvertido y aún en ciernes son los sistemas que sacan agua del aire: deshumidifican el ambiente y recolectan el líquido, que sale totalmente purificado. Existen varios prototipos, si bien el principal problema de este tipo de máquinas es su elevado coste y su baja productividad.
Extraer agua del aire o bombardear nubes como hace China «no es una solución ni tiene una base científica sólida»