El top manta vuelve a acomodarse en el centro de Barcelona tras el Covid
► La Guardia Urbana ve un alza «galopante» de vendedores ilegales, que ya han tenido choques con la policía
Viernes 12 de agosto. 22 horas. Estación de Metro de la Barceloneta. De repente, mientras usuarios, sobre todo turistas, entran y salen del vestíbulo, en los tornos de acceso se produce una batalla campal entre un grupo de vendedores ambulantes y miembros de la Guardia Urbana. Los agentes los acaban de desalojar de la vía pública, donde tras años de Covid, ellos intentan volver a acomodarse.
Las imágenes se hicieron virales hace unos días y mostraban a los miembros del colectivo, dentro de la estación y escudándose tras las puertas de control de tiques, lanzando objetos, hostigando a los agentes, que acabaron reculando, y provocando destrozos en el Metro. Por suerte para la imagen de Barcelona, escenas como esta son, por ahora, atípicas en la era pos-Covid, aunque amenazan con reinstalarse en la capital catalana.
Años antes de que la pandemia lo trastocara todo, hubo un momento en que su presencia, y sus continuas estampidas de los tensos operativos policiales, se hicieron habituales. Todo ello por la inacción del gobierno municipal de Ada Colau, que desde que llegó a la alcaldía en 2015 permitió que los manteros fueran ganando, nunca mejor dicho, terreno en la ciudad, lo que provocó un efecto llamada. Llegaron a cifrarse 700 en la ciudad y, tras años de quejas, en 2019 se cambió el abordaje del problema y este se minimizó.
«Ha vuelto el turismo e intentan volver a instalarse constantemente pero la Guardia Urbana está muy encima de ellos, al menos aquí», reconocen a ABC desde Amics de la Rambla. La avenida, en efecto, había sido uno de los territorios predilectos para los manteros años atrás. Allí era fácil ver a decenas de vendedores ambulantes invadiéndola y ofreciendo imanes, abanicos, camisetas del Barça y calzado deportivo falsificado de primeras marcas. Los turistas que querían disfrutar de la avenida tenían que ir sorteándolos.
Sus puntos preferidos eran las zonas de Canaletes o Drassanes, sus extremos y donde la avenida es más ancha y tenían más vías de escapatoria si aparecía la Policía, o el Liceo, un tramo mucho más estrecho y donde quedaban más camuflados entre las riadas de turistas. Los tres puntos, además, tienen estaciones de Metro. «Solían usarlo en su día a día para huir o recolocarse por La Rambla, pero este año, como hay paradas anuladas por obras, tampoco tienen este recurso», añaden las voces consultadas.
«De momento son menos, no tienen nada que ver con lo que habíamos visto», sentencian los portavoces de la Rambla. Lo mismo ocurre en otras zonas turísticas de la ciudad, como el puerto, paseo Juan de Borbón o la montaña de Montjuïc, donde sus vecinos y comerciantes ven que el problema se asoma tímidamente pero, de nuevo, con total impunidad.
Aunque la percepción sobre el terreno es ésta, el ayuntamiento evita detallar si están aumentando las intervenciones con el colectivo. La Guardia Urbana actúa, apuntan fuentes municipales, para evitar que los manteros «se enquisten» en la vía pública. Desde el consistorio se emplazan a valorar el fenómeno a final de verano. TMB, que suele convivir con el colectivo en sus instalaciones cuando se resguarda de la Policía, declina pronunciarse al respecto, mientras que Renfe, cuya estación de plaza Cataluña fue en momentos puntuales el gran foco subterráneo de los manteros, no los ha vuelto a tener en sus vestíbulos.
«Es difícil combatir el fenómeno si la criminalidad va a más y hemos perdido el apoyo institucional», lamentan los agentes
«El juego del gato y el ratón»
«Hemos vuelto al juego del gato y el ratón que se persiguen», remarcan desde la sección sindical de la Urbana del sindicato CSIF, cuyos portavoces confirman a ABC que los «encontronazos se vuelven a producir continuamente». Además, lamentan que «es difícil combatir este fenómeno cuando tenemos que trabajar a la vez contra la criminalidad que va a más en la ciudad y cuando, encima, hemos perdido el apoyo institucional».
Similar opinión tienen desde el sindicato SIP-Fepol, cuyos responsables notan un aumento «galopante» de manteros. «Y su actitud es la misma: apropiarse sí o sí del espacio. Se sienten respaldados y saben que nosotros estamos en el punto de mira por qué hacemos y cómo», asegura a ABC su portavoz, Jordi Rodríguez.
Ambas fuentes, que coinciden en que los vendedores ambulantes son agresivos, recuerdan que cometen varios delitos, al ejercer una actividad sin licencia, al ir contra la propiedad intelectual o al estar organizados como mafias e incluso llegar a tener marcados con cinta aislante el espacio que le corresponde a cada uno, algo visible en Juan de Borbón. Para ellos, parte de la solución sería diseñar dispositivos integrales en los que todos los cuerpos policiales e instituciones afectadas trabajaran codo con codo. Ahora, sin embargo, la Urbana es la única encargada de lidiar con el colectivo. «Si se quisiera, el fenómeno se podría controlar. Pero parece obvio que no quieren combatir al top manta. Es su gran mentira política», sentencian.