Deuda y porcentajes
La semana pasada conocimos el dato de la evolución de la deuda en España en la primera parte del año. Importa destacar que la deuda privada continúa a niveles muy moderados. De hecho está por debajo de la media europea. El incremento tras el año y pico de pandemia del endeudamiento privado ha sido testimonial. Empresas y personas mantienen niveles de apalancamiento muy por debajo de donde se encontraban en 2008 antes de que se desatara la gran crisis financiera. Hay que enfatizar mucho este aspecto porque fue precisamente el altísimo endeudamiento privado el origen de la crisis que se desencadenó tras el colapso de Lehman Brothers.
La deuda pública sin embargo ha crecido mucho en estos últimos años. Se ha incrementado en línea con el resto de países occidentales como consecuencia de las políticas fiscales extraordinarias que se pusieron en marcha tras la implosión del Covid. En lo que respecta a España, el caso es más grave por el problema de déficit primario estructural. De momento y amparándose en las excepciones vigentes, el Gobierno ha amagado con embridarlo. Ni está ni tampoco se puede esperar mucho por los socios que se ha echado y porque el calendario electoral es intenso. Con ingresos fiscales en récord histórico se echa de menos algo de pedagogía y políticas de estado en aras a fijar unos plazos para volver a cierta ortodoxia.
Ahora bien, la subida de la deuda en términos absolutos no ha tenido su reflejo en el relativo contra el PIB que es la medida habitual en contabilidad nacional. El mayor crecimiento económico en términos reales ha hecho que la deuda pública sobre el PIB se haya reducido unos pocos puntos. Es esperable que en un entorno de inflaciones moderadas, pero más altas de las que hemos vivido los últimos diez años, las subidas de precios cumplan con parte de su función: deflectar la deuda. Fue la solución al mismo problema después de la II Guerra Mundial. Y probablemente también sea algo de lo que buscan los que diseñan las políticas económicas del mundo occidental.