Nahuel Molina entrega la cabeza
Un error del lateral argentino, que acabó expulsado, regala la victoria al Villarreal. Los amarillos se les volvieron a atragantar al Atlético
No quería ganar el Villarreal, casi lo gritaba, pero ganó. Se lo sirvió en bandeja Nahuel Molina, convirtiendo con un mal control hacia un lugar prohibido (o un despeje, vaya usted a saber lo que intentó el coreado argentino) en una jugada de peligro, mortal. Yeremy no perdonó y su equipo, que sí tuvo el partido más tiempo donde quiso, que sí logró minimizar al Atlético, se llevó los puntos del Metropolitano y se consolidó en la cabeza. De donde a la segunda se caen los madrileños.
Para redondear su desastrosa presentación, el lateral, al que le adjudican piropos que todavía no ha demostrado con la rojiblanca, acabó expulsado por una agresión a Baena.
El Villarreal se le atraganta al Atlético. Es una característica, no un accidente ocasional. Emery es un dolor de muelas para Simeone (aunque los números dicen que le ganó ayer por primera vez). Le busca las vueltas tácticas y lo desespera. O a su equipo, al que ayer condenó a un ‘déjà vu’, al mismo suplicio ajedrecístico que el curso pasado, también en la jornada dos. Otra vez el no me muevo de Rulli, si no vienes a buscarme no suelto la pelota, aunque tardes dos minutos, y cuando vienes juego contigo a las cuatro esquinas, descosiéndote con superioridades y llegando al área contraria con facilidad. O peor, volviendo a desandar lo andado, parándose, jugando hacia atrás. Más que fútbol era burla. Un rondo gigante. A los rojiblancos les costó más de media hora escapar de ese laberinto amarillo.
Durante esa fase, el Villarreal no sólo aireó llevar el mando, sino que acarició el gol. Y eso que jugó más a dominar, a tener plácidamente la pelota, que a agujerear. A irritar más al Atlético que a hacerle ocasiones. Pero Oblak sí tuvo que sacar sus manos milagrosas ante Lo Celso y la suerte se alió con él en la jugada más bonita de la tarde, una combinación envenenada que culminó Gerard Moreno con un remate al larguero y otro inmediato a la red, pero tras tocar previamente el balón con la mano.
Fue ese susto (y la pausa de hidratación) lo que espabiló ligeramente a los locales. Witsel tuvo mucho que ver con su clarividencia y precisión en la salida y también Morata con sus movimientos, un delantero que ayuda, que resuelve problemas del trámite no solo de la definición. Carrasco se fue al fin una vez de Foyth y el nueve de
España empezó a soltar su artillería, tímidamente. El Atlético, en todo caso, no se parecía al de la pretemporada. Fue mucho menos. Un equipo amordazado por el rival.
El segundo tiempo reprodujo las intenciones. Más ganas de iniciativa del Atlético, de agitar el partido, pero las mismas del Villarreal, y más poderosas, por adormecerlo. Hubo más implicación de Joao Félix, más mordisco general de los rojiblancos, más sangre, pero la reunión estaba más tiempo donde querían los amarillos. Siempre más próximo al 0-0 que buscaban que al movimiento del marcador que ansiaban los colchoneros.
Salieron De Paul y Griezmann a darle otra vuelta. Y luego Correa y Cunha. Y el Atlético amagó con encontrar una inyección de velocidad, una ráfaga de refresco que le acercó el gol. Justo un instante antes de que Nahuel cometiera ese error inexplicable y garrafal y le regalara el tanto a Yeremy y el partido al Villarreal. Eran los mejores minutos del Atlético, o eso parecía, pero los fallos de ese tamaño se pagan. La voluntad posterior (y ese cabezazo al larguero de Cunha y el de Carrasco milagrosamente sacado por Rulli) no bastó para corregir el estropicio.
Casi al contrario, los rojiblancos lo agrandaron con una expulsión innecesaria, estúpida, del villano de la noche. Y Gerard Moreno, que acabó peleado con Oblak y la hinchada por su celebración, lo abrochó con un segundo tanto al contragolpe. El Villarreal se queda en la cabeza. El Atlético se cae de ahí, a la segunda fecha.
Al final del partido hubo un incidente entre el fondo sur y algunos jugadores del Atlético (Hermoso, Lodi) e intervino la Policía