Las etapas llanas no emocionan
Sam Bennett repite triunfo en Holanda y Valverde critica a la Vuelta por el recorrido
En medio de la excitación global que ha generado el tránsito de la Vuelta a España por los Países Bajos, ese ardor popular transformado en un Tour de carreteras repletas, se funden dos versiones del mismo escenario tras una etapa llana como la palma de la mano. Y las dos tienen razón. De un lado, los ciclistas digieren estas jornadas en el estrés del viaje, nervios en la convivencia del pelotón, el látigo que expresa la velocidad, las caídas que retiran a grandes apellidos (Michael Woods)... Una tensión que se refleja en las palabras de Alejandro Valverde. «No me jodas con este trazado, ya no había más pueblos para pasar, no pueden ser estos circuitos. Y me callo porque me voy a calentar». Y de otra parte, lo que el aficionado aprecia: una escapada previsible, el pelotón agrupado circulando a toda pastilla, y nada interesante que contar, salvo los lamentos de los corredores en la meta. Aburrimiento ante el televisor. En Breda triunfa de nuevo Sam Bennett, el irlandés pelirrojo y blanquecino que resucita entre los moribundos con dos triunfos en dos esprints. El Jumbo aplica su teoría integral del todos para todos. Después de ganar la contrarreloj por equipos, cambia de nuevo el líder. Tres etapas, tres líderes. Edoardo Affini, primer italiano vestido de rojo en siete años.
Mientras los seguidores del ciclismo se desperezan de la siesta, Alejandro Valverde se enerva. Es la realidad duplicada e inversa. «Hemos pasado siete veces por el mismo pueblo. Prefiero darme una ducha antes que hablar del recorrido».
Es el final de etapa, ese momento caliente que tantas veces popularizó José María García en sus inmersiones por la Vuelta, con el helicóptero, las
doscientas unidades móviles, el auxiliar que le llevaba el inalámbrico y las emisoras en los coches de los equipos dirigiendo el cotarro.
«No voy a hablar porque me voy a calentar. Menos mal que controlamos increíblemente bien la bicicleta», sigue Valverde, que se cayó el sábado y no ha empezado la Vuelta de su despedida como quisiera.
Es el episodio más interesante del día que retrata ese eterno desencuentro entre el esfuerzo de los corredores y el resultado del producto como contenido televisivo. Las primeras jornadas del Tour siempre fueron históricamente un punto de fricción entre los aficionados acérrimos del ciclismo, que consumen todo por su devoción a este deporte, y el gran público que se engancha en nuestro país a los pedales en función de los españoles con opciones de victoria.
Las caídas en el Tour, regueros de dolor y sangre a pie de asfalto, la tensión derivada del mejor pelotón posible y la velocidad de los mejores ciclistas del mundo en su mejor momento de forma, no calaban en el interés de los espectadores. El ciclismo es montaña, uno que ataca y otro que no responde, las pájaras, la emoción de una remontada, Vingegaard y Pogacar repartiendo estopa en el Tour con los Alpes de fondo...
«Había muchas rotondas, bordillos, isletas», explica sin enfados Mikel Landa, lacónico y casi monosilábico respecto a sus posibilidades. «Veremos en la primera gran montaña», dice.
El desempeño de los ciclistas en los 193 kilómetros en el bucle de Breda es encomiable. Circulan a una velocidad altísima, siete entusiastas retan al pelotón aun sabiendo que no van a ningún lado salvo a la promoción de las empresas que los patrocinan.
Se cae Carapaz y se pegan un calentón los abnegados gregarios del Ineos. Se retira Michael Woods, la mejor baza del equipo Israel. Exprimen a sus auxiliares los líderes del Jumbo (Roglic), el Movistar (Enric Mas) o el Bahréin (¿Landa?) para que los lleven a los últimos tres kilómetros, donde ya no se contabiliza tiempo de pérdida en caso de caída. Es una etapa académica, pero tediosa.