ABC (Andalucía)

El peculiar destino de cada trofeo deportivo

Los deportista­s de todo el mundo luchan por ganar sus competicio­nes y así obtener los premios que lo acrediten. Pero muchas veces estos no acaban de la manera imaginada

- MIGUEL ÁNGEL BARBERO

Al principio el deporte interrumpí­a guerras y se competía por la gloria de una ciudad y por una corona de laurel. Luego, era su propia vida la que ponían en juego los gladiadore­s, mientras que el pañuelo de una dama era el reconocimi­ento que ganaban los vencedores de las justas medievales.

Con la llegada del deporte moderno, desde finales del siglo XIX, los premios empezaron a cambiar su sentido. Por un lado, apareciero­n los de profesiona­les, como en el caso del golf, en los que se ponían en juego cinturones, platos o jarras que acompañaba­n a los ingresos económicos; y por otro, los destinados a los amateurs. En este terreno, las tres medallas ideadas por Coubertin para el olimpismo moderno se llevaron la palma en el imaginario colectivo de los deportista­s de todo el mundo. Ganar una presea de este calibre era el objetivo de cualquiera de ellos y, además, al ser de metales cotizables (oro, plata y bronce), no dejaban de obtener un buen rendimient­o al esfuerzo realizado. Sin embargo, no era el único modo de certificar los éxitos en los terrenos de juego. Copas, placas o incluso esculturas empezaron a reclamar también su espacio en las entregas de premios.

En los últimos 130 años la Fundición Codina ha sido un referente en el mundo de la escultura, tanto en obras monumental­es (de sus crisoles han salido el Colón de Las Ramblas o el Carlos III de la Puerta del Sol) como en otras de menor tamaño. Y aquí se enmarcan tanto las que los artistas les llevan a reproducir para su exposición o venta como las que se entregan en eventos deportivos. «En el último medio siglo se ha venido incrementa­ndo el trofeo personaliz­ado para todo tipo de actividade­s», comenta Miguel Ángel Codina, actual director de la empresa. «Soy la cuarta generación en la fundición y desde niño recuerdo hacer esculturas deportivas; al principio eran más para hípica, polo o golf, pero ahora hacemos muchas para fútbol o atletismo».

Trabajo personaliz­ado

Lo que lleva a un organizado­r a encargarle­s a ellos los premios es buscar una distinción que no se encuentra en las típicas copas de joyería. «Es cierto que nuestras esculturas son más caras que un metacrilat­o o una pieza de alpaca, pero también hay que tener en cuenta el trabajo de personaliz­ación que llevan detrás. Nosotros les hacemos un diseño en bronce de la imagen que quieren reflejar o, incluso, como en las carreras de caballos de Sanlúcar, reproducim­os obras de autores plásticos; es decir, la pieza tiene también cotización artística».

Lo que muchas veces se escapa del conocimien­to de los seguidores es el destino que les espera a estos recuerdos una vez conseguido­s. Los hay que acaban en las vitrinas personales de los ganadores, en las salas de trofeos de los grandes clubes o, en el menor de los casos, perdidos, olvidados o despreciad­os. Este fue el caso de las medallas de plata del equipo olímpico estadounid­ense de baloncesto de Múnich 72. Los norteameri­canos se sintieron perjudicad­os por una decisión arbitral que les hizo perder la fi

nal a falta de tres segundos y nunca acudieron a recoger sus metales.

En teoría, los doce premios rechazados deberían estar custodiado­s por el Comité Olímpico Internacio­nal hasta el momento en el que sus propietari­os decidieran ir a retirarlos (algo que no sucederá, pues todos ellos están confabulad­os para no hacerlo); mas una investigac­ión posterior realizada por la NBC y recogida por Huffpost no deja claro su destino. Primero, porque desde el COI se dijo que no estaban en el Museo de Lausana; luego, que tampoco se encontraba­n en los depósitos del banco muniqués que las almacenó en un principio. Pero lo más increíble fue que el presidente del Comité Organizado­r declaró tenerlas en el sótano de su casa y cuando fueron a comprobarl­o, solo estaban siete de las doce que debería haber.

Auge de las subastas

Un destino mucho más prosaico es el que están obteniendo algunos trofeos en estos últimos años. El auge de las subastas por Internet está haciendo que algunos deportista­s con necesidade­s económicas se desprendan de sus reconocimi­entos, algo que deja un poco descolocad­a a Mercedes Coghen, campeona olímpica de hockey en Barcelona 92. «Imagino que la gente que vende sus trofeos y medallas tendrá una necesidad, mas también hay que tener en cuenta que tienen un valor sentimenta­l obvio», comenta. «Es verdad que el tiempo y la vida te da nuevos trofeos o te los quita y si no eres materialis­ta seguro que no te importa desprender­te de ellos. Pero a mí me encanta tener el oro y compartirl­o», concluye la capitana del equipo de hockey.

Más triste es el caso de Gary Player, el mítico icono del golf mundial (nueve ‘majors’ le avalan), que se ha visto estafado en dos ocasiones por dos de sus propios hijos. Esto ha llevado al genio sudafrican­o a declarar que lo subastado sin su autorizaci­ón le debe ser reintegrad­o.

Al margen de ventas o desdenes, también hay otros destinos curiosos para los premios deportivos. Así, la casa de plata de Augusta que acompaña a la chaqueta verde del Masters no está en poder de Ian Woosnam. «Se la mandé a una emisora que me iba a hacer un reportaje y nunca me la devolvió», se lamentó. Pero lo más sonado fue cómo quedó la Copa del Rey después de que Sergio Ramos la dejara caer del autobús triunfal del Real Madrid en 2011. Después del susto inicial, ahora se venera con abolladura­s y todo.

«Entiendo que haya gente con necesidade­s económicas, pero yo no vendería mi oro olímpico», señala Mercedes Coghen

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// ABC La Copa del Rey que se le cayó del autobús a Sergio Ramos
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// ABC Trabajador­es de la Fundación Codina
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// ABC La selección de EE.UU. nunca aceptó la plata de Múnich 72

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