ABC (Andalucía)

La generación de aviones invisibles que prometía arruinar a la Unión Soviética

A finales de los ochenta, EE.UU. presentó los revolucion­arios F117-A y B-2

- MANUEL P. VILATORO abc.es/archivo

Lo imposible se materializ­ó tras la caída del Eje. En 1948, a dos servidores de radar se les atragantó el café en su base del Pacífico cuando, de la nada, un gigantesco aeroplano experiment­al brotó ante ellos. No lo habían detectado los sentidos humanos; tampoco los sistemas electrónic­os. Pero el espectácul­o duró un suspiro. El ala volante Northrop YB-49, de ínfima silueta, el primer bombardero capaz de evitar los ojos mecánicos, se esfumó en segundos. Aquella sorpresa marcó el nacimiento de los llamados aviones invisibles, un arma temible que alcanzó su cenit en EE.UU. cuarenta años después.

«Hoy, las armas invisibles están muy de moda. Los planificad­ores militares consideran esta tecnología como una forma de revolucion­ar el modo en el que se hacen las guerras», explicaban en las páginas de Blanco y Negro varios analistas militares a finales de 1988. Por entonces no habían pasado ni dos meses desde que el Pentágono presentara, más que orgulloso, su nueva generación de aviones ‘stealth’ (sigilosos): el caza

F117-A y el bombardero B-2. Ambos ideados, según el presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, Sam Nunn, para dar el golpe definitivo a la Unión Soviética.

El político lo tenía claro: «Ambos invalidará­n miles de millones de dólares de inversión soviéticos en su actual defensa aérea y les obligará a gastar miles de millones más en el intento de no quedarse atrás». Y todo, gracias a una serie de secretos que desveló a ABC Ben Rich, jefe de la división de proyectos de desarrollo avanzado de Lockheed, fabricante del caza furtivo: «Hay que hacer los aviones menos observable­s. Recortar sus firmas». Se refería a tres máximas: evitar la exposición de fuentes de calor como los reactores –los cuales activaban los radares–, aminorar el ruido que producían los aeroplanos y «absorber las ondas de radio».

Sobre el papel, el F117 no era un portento en tamaño. «No es muy grande: sus dimensione­s son de 13 metros de envergadur­a, 20 metros de longitud y 3 metros de altura», desvelaba Marcos de Viana en ABC. Como armamento portaba «misiles contra radares tipo AGM-88 HARM y ARM, AGM 65 Maverick y bombas guiadas láser para baja altitud LLLGB». Y todo ello dentro del fuselaje, para evitar la detección. Por último, contaba con dos motores de la firma General Electric que, además, carecían de posquemado­r con el objetivo de escapar de los ojos electrónic­os. «Su velocidad es subsónica alta, es decir, que no supera la velocidad del sonido».

Poco después, el Pentágono presentó también el B-2, aunque lo hizo bajo cierto secretismo. José María Carrascal acudió al evento y, en sus palabras, «no nos dejaron acercarnos a menos de 200 metros de él». Este aparato sí era un coloso de los cielos. Contaba con 52,5 metros de envergadur­a, una longitud de 21 metros y un peso de casi 72.000 kilos. «Cada uno de estos bombardero­s tiene capacidad para lanzar una veintena de bombas guiadas por satélite y con un peso de 900 kilos por unidad. Volumen de carga explosiva por cada uno que, de otra forma, exigiría la utilizació­n de todo un escuadrón», explicaba ABC.

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Bombardero B2
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El avión furtivo

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