Santiago Cabello: «He metido en la cárcel a gente que todavía me felicita las navidades»
Se jubila como subteniente tras 40 años en Policía Judicial. Bate récord en levantar cadáveres y en adiestrar guardias
El subteniente Santiago Cabello anda desubicado. Se acaba de marchar a casa tras 45 años vistiendo el uniforme de guardia civil, 40 de ellos en Policía Judicial lo que lo convierten en uno de los veteranísimos de España en el mismo puesto. Fundador, junto a dos compañeros, del equipo de Judicial de la 5ª Compañía, la de Colmenar Viejo, ha estado al frente del mismo buena parte de este tiempo: 64 pueblos de Madrid y toda la delincuencia de cierto nivel bajo su mando experto.
«Mi vida ha sido esta», dice quitándose mérito. Llegaba a las siete de la mañana a su destartalado despacho del cuartel de Colmenar, una reliquia que se cae a pedazos, y cuando empezaba a trabajar su equipo él ya tenía una idea completa de la jornada, aunque luego la vida manda y deshace. «A algún jefe le decía medio en serio: quiero un edicto para que el día tenga 26 horas, que no llegamos. La recompensa era el reconocimiento de tu jefe y de la sociedad».
En dos vueltas a la calle en la que nos citamos –su bar del café madrugador– lo para y lo saluda cada persona con la que nos cruzamos. Flota un atisbo de melancolía en la mirada y las palabras: rotundas, con la muerte siempre de ronda, y el reloj palpitando. Sobrevuela el verde eterno, ese que corre por sus venas y su genealogía. Cabello es hijo de guardia civil y dos de sus hermanos también fueron miembros del Cuerpo.
Ingresó en 1977 y aterrizó en un pueblo alavés con su mujer y su hija bebé en los años de esconder el uniforme, el apellido y hasta el saludo. A los tres años llegó a Cerceda (Madrid) donde le sorprendió el golpe de Estado del 23-F y de ahí pasó a San Martín de Valdeiglesias. En este municipio inauguró su particular carrera de muertos que levantar y familias que consolar.
El primero fue un agricultor en su huerto al que le dio un infarto. El segundo encierra una oscura trama nunca resuelta. Un joven homosexual descuartizado y metido en cajas y una maleta en San Martín. El crimen apuntó a un médico del hospital militar Gómez Ulla pero eran tiempos de tapar relaciones y secretos.
Colmenar-Siberia
Las siguientes décadas de su vida están salpicadas por decenas de levantamientos. Si la muerte era traumática, o no firmaba el médico, ahí estaban los hombres de Policía Judicial. «Hubo días en que estabas en una punta de la demarcación y tenías que salir zumbando a la otra porque teníamos un nuevo cadáver», rememora.
La mañana que se presentó en Colmenar Viejo, adonde lo destinaron en 1982, pensó que llegaba a Siberia, cubierto el pueblo por una nevada histórica. Pero ya nunca se ha movido de ahí. Primero se creó el equipo de Investigación y Atestados y unos años después se constituyó el de Policía Judicial: Santiago, Miguel y Valentín. Solo él sigue vivo.
Les tocó participar en una de las desapariciones que siguen acaparando interés mundial. «Los trajes anticontaminación y olores los probamos en el accidente del niño de Somosierra». Era el día de San Juan de 1986 y Juan Pedro, de diez años, viajaba con sus padres en un camión cargado con 20.000 litros de ácido sulfúrico que perdió el control en el puerto de montaña.
«El ácido se lo comió»
«Los primeros guardias que llegaron se vieron afectados por la nube tóxica. Nosotros tomamos las fotografías del escenario embutidos en los trajes. Estaban los padres pero cuando se pudo levantar la cisterna no había ni rastro del niño. Mi opinión es que se lo comió el ácido, pero se ha especulado con todo tipo de historias».
En tantos días y tal entrega caben cientos de casos, anécdotas, relaciones, lealtades... El subteniente no duda sobre cuáles le han traspasado. «Las muertes súbitas de bebés me han quitado el sueño. Han sido muchas y no hay consuelo. No lo entiendes y no puedes explicarlo. Tienes que hacer de tripas corazón para consolar a esa madre».
Asegura que en esos momentos ellos son los heraldos de la muerte, los que arrebatan para siempre de sus brazos, de su casa, de sus vidas al hijo, al padre, al hermano...
A él también le robaron al compañero más querido, al medio hermano. Valentín era el agente que hacía de fotógrafo en el equipo de tres que luego se amplió a cuatro personas. Habían hecho juntos el curso de Judicial, vivían en el mismo cuartel, lo compartían todo. Y una tarde atronaron los tiros en ese cuartel. Otro agente le había descerrajado cinco disparos con un revólver del 38 mientras Valentín estudiaba aplicado para su ascenso a cabo. El guardia hirió a dos compañeros más y salió a la calle revólver en mano disparando a su sombra.
«Entré corriendo en el cuarto. Valentín estaba tumbado paralelo al sofá y le di una patada: ‘Con la que tenemos liada y tú ahí, levántate, y no hagas el gilipollas’, le grité. Estaba en shock. No podía creerlo». El autor, que había llegado destinado del País Vasco, acabó ingresado en un psiquiátrico.
Del equipo inicial quedaron Miguel y Santiago. El teniente coronel Miguel Gónzalez
Reina, jefe de Operaciones de la Guardia Civil de Granada, murió por Covid en 2020.
Los recuerdos ennegrecen la tarde pero el subteniente Cabello los despeja. Tiene más que asumida la delgada línea entre la vida y la muerte. Muchos lo consideran un maestro de esos que imparte doctrina sin proponérselo. Cuenta de pasada que ha tenido el privilegio de trabajar con algunos de los mejores en lo suyo. E insiste en la importancia del aprendizaje y la entrega incondicional.
«He tratado con una élite de jueces. Guevara estaba en instrucción y era extraordinario con nosotros. Manuela Carmena era su sustituta en vacaciones porque estaba destinada en El Escorial. El trato era muy cercano, pero esa relación se ha deteriorado. Aho
«Los trajes anticontaminación y olores los probamos en el accidente del niño de Somosierra»
«Las muertes súbitas de bebés me han quitado el sueño. Han sido muchas y no hay consuelo»
ra los jueces no quieren investigar. No tienen una concepción real de la delincuencia que hay en su partido».
Asegura que la Guardia Civil les ha demostrado que no dan palos de ciego. «Si pido un registro sé que vamos a encontrar algo. Yo he tenido casi más fidelidad a los jueces que a mi propio Cuerpo, como el coronel Diego Pérez de los Cobos, por cierto, que lo ha pagado».
En esos vínculos simbióticos aparecen los forenses. «Éramos muy pocos (6) y teníamos tantos muertos que hemos aprendido. El tiempo era vital». Responde sin dudar a la pregunta: «Claro que sé coser a un muerto. Íbamos a todas las autopsias. La relación era muy estrecha y diaria con los forenses y algunos te daban verdaderas clases de anatomía».
En esa galería de relaciones obligadas hay algunas insólitas. Cuando Santiago estaba en San Martín apareció un vecino desolado. Le habían robado dos preciosas yeguas blancas. Un vidente le había dicho que estaban atadas por la zona de Talavera en Toledo.
Videntes de pacotilla
«Me fui con él a buscarlas en mi día libre. Dimos vueltas por toda la provincia. El hombre llamaba al adivino y este le aseguraba: ‘Sí, por ahí las veo, están muy cerca’. Hartos ya, nos fuimos al cuartel de San Martín y lo llamé yo desde el despacho. Me dijo con toda la jeta que estaban ahí mismo. Vamos, que les faltaba entrar al cuartel, pensé. Un caradura».
Y cómo no, hablamos de los otros grandes protagonistas en la vida de un investigador como Santiago: los delincuentes. «Me vanaglorio de que he metido en la cárcel a gente que todavía me felicita las Navidades», cuenta con seriedad y un orgullo indisimulado. «Al delincuente lo he tratado siempre con respeto, siempre. Su misión es que no lo coja y la mía, hacerlo. Hay que tener eso claro. Son las reglas».
A su ‘amigo Lázaro’, como se refiere a él, lo ha detenido más de veinte veces. Es uno de los que le escribe por Navidad. «En una ocasión acababa de salir de prisión. Me llamó y me dijo que ya no repetía más. Yo no le creí, era imposible. Lo cogimos al momento con dos bolsas cargadas de lo que había robado en una casa colgadas en la moto».
Un equipo de Policía Judicial territorial como el que mandaba abarcaba todo tipo de delitos más o menos graves: desde tráfico de drogas a estafas, muertes, accidentes laborales, robos. Era una época en la que si se cogía a unos traficantes de medio pelo era a base de horas y horas interminables. No había balizas, los pinchazos eran analógicos –«sacábamos los números por los tac tac del teléfono y de uno no te llevaba a otro»–, un combate más desigual aún que en la actualidad.
«Hay más delincuencia que antes pero ha cambiado. El delincuente iba al banco, atracaba y se liaba, claro. Ahora es a través de Internet, sin riesgo. Estafas de alquiler de pisos, de venta de coches, de animales hace poco, o de una olla. Estafas pequeñas. Así cualquiera se hace delincuente».
Han cambiado los malos y los buenos. El subteniente lo apunta con precisión. «El SIGO (Sistema Integrado de Gestión Operativa, Análisis y Seguridad Ciudadana) hace que los guardias no salgan a la calle». Alimentarlo exige mucho tiempo y burocracia.
Debería haberse marchado hace cinco años, cuando cumplió 60, pero el coronel Pérez de los Cobos lo rescató de una inminente jubilación para que coordinara los equipos de Policía Judicial de la Comunidad de Madrid. La prórroga ha terminado. La Guardia Civil sigue. Y Santiago ha pasado de subteniente a superabuelo. «Ya que no crié a mis hijos...».
«Claro que sé coser a un muerto. La relación con los forenses era muy estrecha y diaria»
«He tratado con una élite de jueces. Ahora no quieren investigar, no saben lo que hay en su partido judicial»