ABC (Andalucía)

Permutacio­nes de España

No hay una, ni siquiera tres. En la barra de un bar de menú, la patria es otra cosa

- KARINA SAINZ BORGO

MIÉRCOLES de agosto, calle Telémaco. En el único bar de menú abierto de la zona, dos operarios sorben sus gazpachos, tres hombres con traje pinchan las lechugas de sus ensaladas y un hombre con mono de trabajo sorbe un botellín. María y Alina, una rumana y una ucraniana con acento castizo, despachan alitas de pollo para la mesa cuatro, la de la terraza. Hace un calor de muerte, dentro y fuera del local, pero el mundo sigue girando y los paisanos siguen bebiendo. Acodado en la barra, el operario mira una noticia del presidente peruano Pedro Castillo que dan en el telediario.

—¡Ay! –se lamenta– ¡una pera, cinco soles!

—¡Quién te manda…! –responde María, la rumana.

—¿Y los huevos? ¡Veinte soles!

—Ya te lo he dicho, pinche huancaíno –María seca las copas con una bayeta– ¿Quién te mandó a votarle?

Alina, la rumana, entra a toda prisa, con una bandeja cargada de platos. «¡Marcha el segundo de la ocho!», grita. Mientras deposita las sobras en el cubo, se ríe del peruano y bebe un vaso de agua del grifo.

—Y en tu país, ¿qué? –le pregunta el operario. —¿Mi país qué, huancaíno?

—¿Es que no están en guerra ustedes? –el hombre señala a Zelenski, que ahora ocupa el centro de la pantalla–. ¿Y tu familia?

—Mis cuñadas están en Alicante, trabajando con mi hermana...

—Trabajar, huancaíno –interrumpe María, la rumana– ¡pinche huancaíno! ¡Hay que trabajar!

La conversaci­ón se pierde en el trasiego de cubiertos. El operario sigue acodado en la barra glosando los males ajenos y los propios, incluidos los de alcoba, porque a estas alturas del informativ­o hace pucheros por cualquier cosa. Como si de un entremés cervantino se tratara, ‘El hospital de los podridos’ o ‘El juez de los divorcios’ si me apuran, los parroquian­os van incorporán­dose a los lamentos del peruano, al que todo el mundo llama ahora «huancaíno».

—¡Valga por Dios! ¡Vaya reunión de ultramarin­os y coloniales! –celebra un hombre de cabello blanco con acentazo madrileño. Parece salido de un tercio de Flandes.

A las tres de una tarde de verano este bar de sillas renegridas, menú diario y alitas de pollo es pura poesía, fraseo de todo tipo, incluso costumbris­mo. Viene a mi mente la columna que Sergio del Molino ha publicado esta semana en ‘El País’. En ocasión de una madre que conmina a su hijo a decir «espíderman» en lugar de «espáiderma­n», porque son españoles, Sergio desmiente la existencia de las patrias eternas, porque todas son coyuntural­es. «Una patria es solo un repertorio de modas y costumbres que se disuelven con el mismo misterio por el que se instauran». Acodada yo también en el fondo de esa barra pintoresca, sonrío, pensando en la hipótesis de Sergio, una tesis que en este momento me resulta irrefutabl­e. Más que ‘Suspiros de España’, o incluso dos Españas, en este momento asisto a todas sus permutacio­nes. Pago mi cerveza y me voy dando un paseo.

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