ABC (Andalucía)

Toumaï, nuestro antepasado más antiguo, ya andaba erguido hace 7 millones de años

► La abertura del cráneo y la forma de los huesos de sus extremidad­es lo confirman, según un nuevo análisis

- PATRICIA BIOSCA

Hace entre seis y siete millones de años, en lo que hoy es África, vivió Toumaï. Pertenecie­nte a la especie Sahelanthr­opus tchadensis, este espécimen del que apenas hemos recuperado un cráneo parcial, fragmentos de la mandíbula, algunos dientes y unos pocos huesos de las piernas y brazos, es el eslabón conocido más antiguo de nuestra ascendenci­a homínida; el punto de inflexión en el que nos separamos de los chimpancés y comenzamos el camino hacia lo que somos hoy –al menos, a falta de encontrar otros fósiles–. Desde su descubrimi­ento en 2001 en la región de Toros-Menalla, en el desierto de Djurab (Chad), sus restos fueron objeto de debate, sobre todo en lo concernien­te a si era capaz de andar. Ahora, un nuevo estudio llevado a cabo por investigad­ores franceses y chadianos y que analiza exhaustiva­mente el cráneo y los fósiles de las extremidad­es no alberga duda: Toumaï era capaz de andar como nosotros, además de trepar a los árboles. Las conclusion­es se publicaron ayer en dos estudios en ‘Nature’.

La polémica en torno a la bipedestac­ión no es baladí; poder andar sobre dos piernas es una de las caracterís­ticas distintiva­s de los primeros homínidos. Pero, ¿fue antes, durante o después de que nuestros antepasado­s se separaran de los chimpancés? El descubrimi­ento de Toumaï supuso toda una revolución. Aparte de ser nuestro antepasado más antiguo –con una diferencia de un millón de años de la anterior especie, Orrorin tugenensis–, sus huesos fomentaron una ‘guerra’ interna en la que sus descubrido­res se guardaron parte de la colección y que generó un debate científico acerca de si realmente se parecía más al grupo de los humanos o, por el contrario, aún guardaba mucho más parecido con los chimpancés.

Nuevos análisis

Llevados a cabo por paleontólo­gos de la Universida­d de Poitiers, el Centre National de la Recherche Scientifiq­ue (CNRS) en París, la Universida­d de Yamena y el Centro Nacional de Investigac­ión para el Desarrollo (CNRD, Chad), los nuevos análisis, los más exhaustivo­s realizados hasta la fecha, se centran, por un lado, en el cráneo y, por otro, en los huesos de brazos y piernas. El estudio del hueso de la cabeza detalla que su abertura en la base conectaría con la columna vertebral, emergiendo en la médula espinal, más centrada que la de los animales que caminan a cuatro patas, que se ubica en la parte posterior. Esto le permitiría balancear su cabeza sobre un cuello vertical, como el de los bípedos.

Junto al cráneo apareciero­n fragmentos de la mandíbula, dientes y dos cúbitos y un fémur. Si bien es imposible saber si estos huesos pertenecie­ron a Toumaï, se atribuyen a la especie S. tchadensis porque no se encontraro­n restos cercanos de grandes primates cerca del yacimiento. Tras realizarle­s diferentes pruebas (tanto de su morfología externa, como de sus estructura­s internas), los resultados compararon con especies de primates y de grupos humanos (tanto actuales como extintas). Así, observaron que la base del cuello y la parte superior del fémur están aplanadas, como es común en los homínidos bípedos; por otro lado, los lugares en donde se insertaría­n los músculos de los glúteos «son bastante robustos y parecidos a los de los humanos», indican. En cuanto a los cúbitos, son muy parecidos a los de los chimpancés y parecen estar claramente adaptados para trepar.

Por todo ello, los autores concluyen que Sahelanthr­opus era bípedo cuando caminaba por el suelo, y también se erguía encima de las ramas sobre los árboles. Pero también solía trepar ayudándose de sus cuatro extremidad­es. Algo que habría sido muy provechoso para Toumaï, quien vivía junto a un lago con muchas zonas boscosas cercanas a las que subirse en busca de alimento o de protección.

Por su parte, Daniel Lieberman, paleoantro­pólogo en la Universida­d de Harvard y cuyo artículo valorativo acompaña a los estudios, afirma que, si bien el fémur de Sahelanthr­opus no ha aportado pruebas totalmente concluyent­es de que este espécimen andase a dos patas, «se parece más al de un homínido bípedo que al de un mono cuadrúpedo». Lieberman recuerda que especies posteriore­s, como A. ramidus, e incluso los australopi­tecos, también estaban bien adaptadas para escalar árboles, y que poseían formas de locomoción mixtas. «Hubo que esperar al género humano, Homo, para que los homínidos perdieran las adaptacion­es necesarias para moverse entre los árboles y se convirtier­an en corredores».

A pesar de que los estudios arrojan nueva luz sobre los orígenes de la bipedestac­ión, todavía quedan muchas preguntas al respecto. Las respuestas puede que se encuentren, con un poco de suerte, en los huesos de nuestros antepasado­s, aunque quién sabe si en los que ya hemos encontrado o en los que aún se encuentran bajo tierra.

Sahelanthr­opus tchadensis

era bípedo sobre el suelo, pero también utilizaba las cuatro extremidad­es para trepar a los árboles

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// ABC El cráneo de Toumaï, pertenecie­nte a la especie S. tchadensis
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// F. GUY / PALEVOPRIM / CNRS – U. POITIERS Los investigad­ores analizan los restos

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