ABC (Andalucía)

José de los Camarones: cantaor, juglar, marisquero y modelo de Gucci

El singular artista jerezano, que sigue vendiendo marisco con un canasto, acaba de grabar un nuevo disco

- LUIS YBARRA

Su cante es como su teléfono: un misterio prácticame­nte inaccesibl­e. Para unos pocos. Y si le apetece cogerlo. Él vive en Jerez, donde nació hace 67 años. Sigue vendiendo cangrejos y camarones con su canasto, como hacía de niño, andando por los ríos. Acaba de terminar la grabación de un disco para la serie Gong, ‘Anclé mi alma’, con Josema Pelayo, sobrino de Gonzalo García-Pelayo, a la producción, y estrena con él una nueva estética: el salvajismo de su arte cruento encontrado con un envoltorio de rock y blues. Su verdadera historia, no obstante, corre por un cauce ajeno a lo estrictame­nte musical.

El cantaor Manuel Agujetas, amigo de infancia, lo presentó en la plaza de toros de Jerez como aficionado. Más tarde, compartió tanto fiestas, por las que se adentraba con facilidad para pregonar su mercancía, como escenarios con las primeras figuras del flamenco: de Tío Borrico a Camarón y El Lebrijano. Con todos los grandes, en realidad, anduvo hasta nuestros días: El Cabrero, Terremoto, José Menese…

Cree en Dios y lee La Biblia, aunque no desde siempre: «A quien no tiene la barriguita llena no se le puede hablar de religión. Tampoco al que no tiene conocimien­to. Yo, de niño, ni lo uno ni lo otro. Después me pasaron cosas que me acercaron a lo espiritual. Cosas, ya sabe, sobrenatur­ales». Cuente, le invito, el origen de esa puerta: «Yo tenía 15 años. La marea estaba completame­nte llena. Iba en la moto con siete kilos de camarones y unos cien cangrejos que había cogido en las salinas de San Fernando. Me fui yendo ‘pal laíto’ y… ¡pum! Caí al agua del caño. Se me cayó la moto encima, me santigüé por hacer algo y me despedí del mundo. De pronto, una piedra. Medio ahogado ya, me agarro y salgo por suerte divina. Llovía a mares.

Desnudito y mojado, todo lleno de barro y de plantas, recorrí a pie unos diez kilómetros hasta Puerto Real. Cuando llegué, mi padre, llorando, hizo lo que yo pensé durante el trayecto. Me cruzó la cara. Pues todo eso se me nota al cantar, ¿sabe?».

Ahora es un juglar que coquetea con el canto gregoriano por malagueñas –como hizo en una actuación en la catedral de Santa María de Córcega–, y al que le apetece experiment­ar vestido de conocimien­to, pues lleva décadas de oficio en la música. Más que nunca, detesta las imposturas: «Hay quien canta por seguirilla­s ‘Pobrecito mi pare, que undebel se lo llevó…’ y tiene al padre enfrente comiéndose un bocata de caballa con pimiento morrón. No hay dolor en el cante, ‘joé’. Verdad, ninguna. O como el dinero: ‘mu’ poco».

Primo de Rivera

El alcohol, la cocaína y un largo etcétera de sustancias han dejado de nublar sus jornadas, aunque en algún momento hicieron estragos: «Una vez me subí a la estatua de Primo de Rivera, en la plaza del Arenal de Jerez, me quedé dormido encima del caballo y tuvieron que rescatarme los bomberos. Nadie se explica todavía cómo conseguí subir; mi vida está llena de sucesos inexplicab­les. Otra me detuvieron por ir con una escupidera en vez de un casco. Me liberó el secretario del juez, don Jesús García, que en paz descanse, que fue quien empezó con el ataque de risa. En fin, cositas que te van avisando de que por ahí no vas bien».

Aquello, sin embargo, forma parte de un pasado que solo a veces le hace sombra: «He sido un gran bebedor, he salido de muchos cuartos oscuros…, pero ahora soy un hombre libre. Dispuesto a pecar, que eso es inevitable. Pero libre. Acepté mi impotencia ante todo tipo de vicios. Acepté que mi vida se había vuelto ingobernab­le y que mi casa era una ruina. Después de mucho trabajo, soy un hombre en sobriedad y con mi sano juicio, un hombre que sigue limando los defectos de carácter que aún tiene».

«Como Madonna»

Con su mujer, Dolores, la que le ayuda a echar el rezón del alma, discute las localizaci­ones de algunas anécdotas difíciles de trasladar a estas líneas. También de ponerlas en pie, entre tanto tiempo y polvareda. Modelo de Gucci el pasado año, «como Madonna», dice, y cantaor de garganta agrietada por anunciar a voz en grito lo que abunda en el canasto, ese que todavía pasea, José de los Camarones mide por el saber de la gente el paso del tiempo: «Cuando iba con mi padre a Ubrique a vender cangrejos, los vecinos de allí los llamaban galápagos. ¿Tú sabes el mundo que yo he conocido y el que me encuentro hoy?».

«A quien no tiene la barriguita llena no se le puede hablar de religión. Tampoco al que no tiene conocimien­to»

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// ISABEL GALAVIS El cantaor, con su cesta de camarones
 ?? // ÓSCAR F. ORENGO ?? José de los Camarones, en pleno cante arrebatado
// ÓSCAR F. ORENGO José de los Camarones, en pleno cante arrebatado

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