ABC (Andalucía)

Kurtz, Kilgore y Wallard

Lo malo de las guerras es que son adictivas. También las culturales

- JOSÉ F. PELÁEZ

ME caigo de la cama y, como cada mañana, espero a que lleguen los acordes de ‘The End’ a la actualidad. Y lo hacen torpemente. Desde algún lugar asfixiante acaban en mi cocina, donde un café frío me atraviesa como una espada. Cada día lo soporto menos, pero cada día lo necesito más. El café me tranquiliz­a tanto como me repugna. Y el de ayer, más. De hecho, el café y el periódico de ayer son las peores cosas que hay, deberían extinguirs­e incluso como conceptos. Pero, mientras no lo hagan, siempre a mi lado. Así que me siento con ambos y noto cómo va llegando a mi mesa esa guitarra obsesiva con la que ‘The Doors’ abren ‘Apocalypse Now’. Y comienzo a sentir el calor pegajoso y agobiante de Vietnam. No tarda en llegar la caja destemplad­a de Densmore, que muta en pandereta y más tarde en ‘ride’, posiblemen­te un Paiste 602. Y me meto de lleno en la escena bélica de cada día. Enciendo la radio, hojeo la prensa, abro Twitter y escucho cada vez más cerca las aspas del ventilador de Willard convirtién­dose en los helicópter­os de la guerra. Veo cómo gente normal se vuelve sicaria y noto cómo se van radicaliza­ndo delante de mis narices.

No es un modo de hablar. Si al comienzo de ‘Apocalypse Now’ un Willard enloquecid­o confiesa que cuando logró regresar a casa desde Vietnam solo podía pensar en volver a Saigón, el ambiente actual corrobora la misma pulsión. El que ha matado una vez, está siempre en guerra. El que ha sufrido a partir de un nivel vive su vida en un campo de batalla imaginario. Porque lo malo de las guerras es que son adictivas. También las culturales, que son molinos. Y la gente que se pasa el día mirando escenas de odio terminará igual que Malcom McDowell en ‘La naranja mecánica’. Twitter es parte del tratamient­o Ludovico, esa terapia a través de la cual exponían a la gente a formas extremas de violencia, forzándole­s a mirar escenas horribles en una pantalla. Pero nunca tan violentas como Twitter, que roza el maltrato. Y nunca libremente, que es la mayor perversión. Llega a la mañana el teclado de los Doors con sus colchones drogados, tanto como Jim, que solo tenía miedo a los lobos y a su propia sombra. Supongo que de ahí la oscuridad en la que grabaron el tema. Y veo cómo aparecen en mi móvil todos los coronel Kurtz, ese ser humano roto que creyendo hacer el bien hace el mal y que pide a gritos que lo maten. Hay una línea fina entre un mártir y un suicida, entre un valiente y un asesino, entre el malo consciente y el inconscien­te. Y llegan detrás los Kilgore, esos que saben que después de haber bombardead­o un poblado con napalm no hay nada mejor que irse a surfear. A la crueldad por la vía de la diversión, al mal con alegría, efectivida­d y sin remordimie­ntos. La canción y la mañana avanzan, Twitter quema y la psicodelia abrasa. Si hemos convertido la inteligenc­ia en crueldad, de esta guerra solo saldremos apagando el móvil. En caso contrario, Coppola y Morrison nos adelantaro­n cómo acaba.

–Father?

–Yes, son.

–I want to kill you.

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