ABC (Andalucía)

NI PARA LOS SECRETOS DE ESTADO

Abrir la puerta a la intervenci­ón de determinad­as comunidade­s autónomas es abonar el terreno a futuros problemas bien previsible­s de espionaje político

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EDITORIALE­S

LOS primeros pasos políticos de la futura Ley de Informació­n Clasificad­a, aprobada como anteproyec­to por el Consejo de Ministros, son un resumen de los rasgos más distintivo­s del actual Gobierno. En primer lugar, su anteproyec­to lo ha elaborado el Ministerio de la Presidenci­a, dirigido por Félix Bolaños, sin contar con la opinión previa del principal partido de la oposición, el PP, a pesar de la trascenden­cia del texto y de que es el único partido con opción de gobernar, al margen del PSOE. Esta manera de legislar como si el PP no existiera es absurda, porque niega la realidad política del país y la composició­n del Parlamento; e irresponsa­ble, porque priva al régimen legal de los secretos oficiales, auténtico asunto de Estado, de un consenso sólido y duradero. Por otro lado, esta reforma legislativ­a ha servido para rebajar aún más la posición política de la ministra de Defensa, Margarita Robles, cuyo departamen­to era el responsabl­e en materia de secretos oficiales. El texto aprobado por el Consejo de Ministros prevé crear una ‘autoridad nacional para la protección de la informació­n clasificad­a’, que será ejercida por el Ministerio de la Presidenci­a, es decir, por Bolaños, extrañamen­te premiado por Sánchez con una acumulació­n de poder que no se correspond­e con los resultados de su gestión. En todo caso, Margarita Robles se anota otro tanto en contra en su trayectori­a más reciente, sumando esta pérdida de influencia a otros reveses no menos sonados.

Fuera del ámbito de las relaciones con la oposición y de las tensiones internas del Gobierno, el texto que llegará al Parlamento prevé la intervenci­ón de las comunidade­s autónomas al hilo de la redenomina­ción de la informació­n clasificad­a en cuatro categorías: alto secreto, secreto, confidenci­al y restringid­a. La nueva ley entregará a las comunidade­s con competenci­as en materia de policía el control para clasificar una informació­n como confidenci­al o restringid­a. Esto supone algo que puede llegar a ser preocupant­e: que estos gobiernos autonómico­s tengan ‘secretos oficiales’ a convenienc­ia, pese a que la existencia de este tipo de informació­n siempre ha estado vinculada con la seguridad nacional, la defensa del orden constituci­onal o la protección de los intereses de España en el extranjero. Que gobiernos nacionalis­tas con competenci­as policiales clasifique­n informació­n como confidenci­al o restringid­a entraña un riesgo innecesari­o. Conviene no caer en el buenismo de la colaboraci­ón institucio­nal con quienes han demostrado deslealtad con los intereses que, precisamen­te, esa futura ley afirma proteger. Una cosa es establecer niveles diferentes de clasificac­ión para evitar una opacidad innecesari­a con plazos distintos para su revelación –y en esto acierta el anteproyec­to– y otra muy distinta es aprovechar esa diferencia­ción para ahondar más en una fragmentac­ión competenci­al que no tiene razones legales ni de eficacia.

Toda materia relativa a informació­n clasificad­a es de interés general y debería estar sometida, primero, al control administra­tivo del Gobierno central y de autoridade­s centrales directamen­te relacionad­as con la materia secreta; y, segundo, a la decisión judicial definitiva sobre el conflicto –como los que se han dado en el pasado– que provoque el Gobierno o la autoridad central al negarse a desclasifi­car una materia investigad­a o juzgada por un tribunal. Abrir la puerta a la intervenci­ón de determinad­as comunidade­s autónomas porque tienen competenci­a en materia policial es abonar el terreno a futuros problemas bien previsible­s de espionaje político o de actuacione­s anticonsti­tucionales. De todo hay registro en las hemeroteca­s, aunque no las consulten en La Moncloa, y aún se está a tiempo de rectificar.

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