Daniel Luque y Mocito, la emoción de dos fieras
El torero de Gerena, inmenso, cuaja una esplendorosa faena a un toro de Zacarías que vendió cara su vida
A eso de las ocho y ocho, salió el de las patas negras pidiendo guerra y todo cambió. Cuando hay toro, la Fiesta se pone en el sitio que nunca debe perder. Seriedad traía Mocito, con sus puntas azabaches y sus cuajadas hechuras. Y de absoluta seriedad fue la actuación de Daniel Luque. A ese lugar donde habita la belleza nos trasladó con unas verónicas al ralentí. De pronto, como si todo, como si nada, hasta la jaula de grillos que era el tendido 4 se calló. Qué bonito es el silencio roto solo por los oles. Aquella calma se volvería pronto oleaje. Mocito vendió caro el tercio de banderillas y no perdonó en la lidia a Caricol –fue atendido de una herida superficial de quince centímetros– ni a Contreras con los palos. Un milagro que esos dramáticos instantes no acabaran con un parte más sangriento. De gala fue la ovación a la cuadrilla.
Se palpaba en el ambiente el deseo de ver a Mocito a solas con Luque. O viceversa. Aquella casta, más cerca del genio y la fiereza que de la bravura con clase, se encontró con un torero en sazón. Crujía la plaza con el río de trincheras, rematado con un hondo pase de pecho entre las rayas. Aquel comienzo prometía una obra grande. Y por ambas manos lo dominó. Qué importancia tenía cada muletazo, cada ligazón, cada entrada y salida. Y ese modo de llevar cosida a las telas una embestida con sus matices de informalidad.
De repente, planeaba codiciosa en soberbios naturales y luego ofrecía viajes de salvaje oeste. Al fondo de aquella enrazada lucha entre toro y torero, se escuchaban golpes de tambor y el tono grave de una armónica. Si John Ford pedía llanuras y caballos al galope, Luque pide a gritos toros con transmisión, como este Mocito, sin más reglas ni guiones que el toreo que fluía en esta faena de esplendor. Con su personal sello abrochó la aclamada obra: aquellas luquecinas sin ayuda pusieron por primera vez en pie al público, que registró una media entrada. Porque la realidad es que ni dos figuras como Morante y Talavante están arrastrando a la masa ni siquiera en el umbral de Madrid. Los que acudieron no se arrepintieron: miles de ojos fueron testigos de una pieza al alcance de muy pocos. Faltaba la hora final. Y el sheriff de Gerena no falló, imponiendo su ley de un estoconazo. El ganadero, Zacarías Moreno, alzaba los brazos al cielo y sonreía en la hora final de Mocito. Porque la muerte también es bella, sobre todo cuando la raza se resiste a morir. Con una vuelta al ruedo premiaron al ejemplar de la dehesa del Quejigal antes de que el sevillano paseara dos orejas de justicia. Muy por encima había estado del tercero, a la defensiva siempre.
El lote más boyante se lo llevó Talavante, acelerado y con toques hacia afuera en dos faenas sin orden ni concierto, dejando pasar al toro más que sometiéndolo. ¿Dónde está el Alejandro ‘Magno’ de la pureza y el remate a la cadera? Pocas veces ha aparecido esta temporada. Aun así, lo alzaron en hombros junto a Luque.
Morante, sin lote
Ninguna opción tuvo Morante. Sus partidarios ya ni rezan para no aburrir a Dios. Hay días en que no le embiste ni el carretón. Su mal bajío en los sorteos es para escudriñarlo en ‘Cuarto milenio’. Poco había que desentrañar con Misterioso, un jabonero que no podía con su alma. Ni gustaron su cómoda cara ni su comportamiento. Como tampoco agradó a Morante, que lo aliñó rápido, sin aditivos ni conservantes. Para no salirse de la tónica de la tarde anterior con Miura, el de La Puebla tuvo querencia por una suerte: la de las mulillas arrastrando a un animal imposible. Con más brío salió el cuarto, que invitó a soñar en un espejismo capotero. Eran más los deseos del tendido que lo que realmente sucedía allí abajo. La vuelta de campana empeoró más su desclasada condición. Medía Peluquero al torero, que dejó los tres muletazos más puros de una fecha que llevaba el sello de Mocito y Luque, una fiera en plenitud.