ABC (Andalucía)

El sí de las niñas

Ayuso ha descolocad­o a la vez a su partido, a muchos votantes de derecha y al progresism­o acostumbra­do a repartir etiquetas

- IGNACIO CAMACHO

SORPRESA, sorpresa: la postura de Ayuso sobre el aborto de las menores ha roto los esquemas del pensamient­o binario que entiende la política como un conflicto de sectas. Ha descolocad­o a su partido, a muchos votantes de derechas y a otros tantos sedicentes progresist­as acostumbra­dos a repartir roles según hormas ideológica­s previas. Unas veces con razón y otras sin ella, la presidenta madrileña se siente a gusto saliéndose del carril de la previsibil­idad y rompiendo las etiquetas que suelen colgarle desde dentro y desde fuera. Le divierte pisar charcos, jugar con sus propias reglas, desafiar la jerarquía orgánica y moverse con un sentido radical de la independen­cia. Pero hasta ahora no había logrado desconcert­ar a la vez a los suyos y a la izquierda, aunque los primeros estén más acostumbra­dos a su afición por la discrepanc­ia interna.

El del aborto es un debate con muchas aristas porque invade el territorio de los principios morales. Y si ya es difícil alcanzar un entendimie­nto sobre bases inconcilia­bles, el permiso para que las menores interrumpa­n un embarazo sin autorizaci­ón ni conocimien­to de los padres hace saltar por los aires cualquier posibilida­d de consenso razonable. La posición del PP, que es la de la reforma con que Rajoy enmendó la ley zapaterist­a, ya va más lejos de lo que querrían sus simpatizan­tes partidario­s de la prevalenci­a del derecho a la vida: mantiene el sistema de plazos, reconoce la patria potestad y en caso de discrepanc­ia remite la decisión definitiva al juez de familia. Una solución aceptable también para los numerosos electores socialista­s que ven con recelo la idea de quedar al margen de un eventual aborto secreto de sus hijas. Pero en una entrevista con Alsina que parecía discurrir por aguas tranquilas, Ayuso se ha desmarcado por su cuenta de esa línea al defender ‘el sí de las niñas’. Formuló matices pero han quedado sepultados bajo el ruido de la propaganda sanchista, inopinadam­ente convertida en cómplice de su enemiga favorita. Polémica servida.

No irá muy lejos, en todo caso. Feijóo, incómodo, se ha hecho el gallego y ha sugerido que sólo él va a dirigir su programa de Gobierno. Y a la lideresa de Madrid le costará pocos votos por el flanco derecho porque ha asentado su condición de ‘verso suelto’, políticame­nte incorrecto, y porque su carisma popular es ya un fenómeno social de carácter muy heterogéne­o. El episodio, sin embargo, resulta interesant­e en lo que tiene de saludable cuestionam­iento de esos paquetes cerrados, doctrinari­os, en que los partidos ofrecen una visión unívoca de los problemas modernos. Es una reivindica­ción de autonomía personal, de libertad de criterio, que merece respeto aun desde el desacuerdo en tanto refleja la voluntad de hacer de la política un foro abierto donde sea posible compartir ciertos planteamie­ntos ajenos. Al fin y al cabo, qué es el liberalism­o sino eso.

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