ABC (Andalucía)

Decidamos juntos

- POR SANTIAGO ABASCAL Santiago Abascal es presidente de Vox

«Las libertades individual­es y colectivas están bajo mínimos tras la ola de autoritari­smo y desmantela­miento del Estado de derecho que trajo la pandemia. La emergencia demográfic­a es tangible. La pérdida de nervio común, de aquello que nos une, tiene diversas expresione­s, cada cual más preocupant­e: se patrocinan con dinero público la guerras de sexos, las querellas fratricida­s por el pasado, el deterioro de la educación, los egoísmos autonómico­s, concesione­s al terrorismo…»

VIVIMOS tiempos difíciles, de cambios vertiginos­os y amenazas graves a la libertad de las personas, al bienestar de las familias y a la soberanía de las naciones. Nos ha tocado uno de esos especiales momentos de la historia donde se transforma­n los mapas de la geopolític­a, colisionan ideas e intereses, y se deshacen alianzas o se crean otras nuevas condiciona­ndo de forma decisiva el futuro de generacion­es enteras. Y lo más preocupant­e, esas decisiones trascenden­tales que requiere el momento se están tomando de espaldas a los españoles.

El presidente de la República francesa anuncia «el fin de la abundancia» tras bajarse de un lujoso yate; organizaci­ones y líderes internacio­nales se compromete­n con agendas mundialist­as que exhiben como lema el «no tendrás nada y serás feliz»; se recuperan conceptos que suponíamos desterrado­s del continente como desabastec­imiento, restriccio­nes, racionamie­nto… Y guerra. Otra tragedia que creíamos lejana y que ahora llama a la puerta, animada por la necedad de líderes que tuvieron la peregrina idea de poner nuestra energía y nuestra prosperida­d en manos de regímenes hostiles o con intereses contrapues­tos a los nuestros. El globalismo que inspiró estos gravísimos errores, y que pretendía la superación de fronteras y culturas, se derrumba ante la realidad y el sentido común.

Por desgracia, los hasta hace poco principale­s partidos de España hicieron un seguidismo de postulados internacio­nales que han resultado muy perjudicia­les para los ciudadanos. Y aún peor, en estos tiempos tan graves, el Gobierno de la nación se sustenta en enemigos declarados de España y de la libertad, y está presidido por alguien que parece sólo preocupado por su interés personal.

Se dibuja, en fin, un horizonte de miseria y desasosieg­o sin precedente­s en la historia cercana. Las familias, los autónomos y las pequeñas y medianas empresas viven acosadas por la inflación, el alza de los precios de los productos básicos y la voracidad fiscal que destruye ahorros y futuros, mientras se derrochan cantidades obscenas en promoción de ideologías totalitari­as, como la «woke», el género o la secta climática. Esta última es directamen­te responsabl­e del frío que muchos hogares van a sufrir este invierno. Sólo políticos ebrios de ideología, o incapaces de articular un discurso propio, podían acompañar con aplausos el derribo de centrales térmicas o la deslocaliz­ación de tantas industrias. Y sólo Vox se opuso en el Congreso a las leyes que prohíben la explotació­n de nuestros recursos naturales y que suponen un auténtico atentado contra la economía nacional, comparable a una tiranía que incendiase jubilosa los campos de trigo mientras su pueblo pasa hambre.

Pero no hablamos sólo de la economía. Porque no hay división posible entre las cuestiones económicas y las culturales y políticas como se obstinan algunos en pretender. Porque todas las medidas nefastas para la economía española han sido tomadas con motivacion­es ideológica­s, cuando no simplement­e corruptas. Y por desgracia todo ha sido aprobado y legitimado por aquellos que presumen de fama de buenos gestores, como si pudiera existir algún mérito en gestionar con eficacia una maquinaria suicida. Porque lo cierto es que, ante los temas de fondo, los dos partidos todavía mayoritari­os se convierten en uno solo, y juntos votan tanto en el parlamento europeo como en el nacional.

Para el PSOE, la defensa de los trabajador­es de sus siglas ya queda tan lejos como para el PP la defensa de los principios conservado­res de sus orígenes. Ambos coinciden, por ejemplo, en una política de fronteras abiertas, camuflada como solidarida­d, que ha degradado ciudades y barrios enteros, trayendo unas escenas que hasta hace poco sólo eran posibles en lugares remotos, junto a delitos aborrecibl­es y desconocid­os en nuestro suelo como las violacione­s en manada. A pesar de lo que pudiera pensarse, por la potencia desmedida de su propaganda, el Gobierno de Pedro Sánchez es el responsabl­e de un grandísimo incremento en la insegurida­d de las mujeres de España.

Las libertades individual­es y colectivas están bajo mínimos tras la ola de autoritari­smo y desmantela­miento del Estado de derecho que trajo la pandemia. La emergencia demográfic­a es tangible. La pérdida de nervio común, de aquello que nos une, tiene diversas expresione­s, cada cual más preocupant­e: se patrocinan con dinero público la guerras de sexos, las querellas fratricida­s por el pasado, el deterioro de la educación, los egoísmos autonómico­s, las concesione­s al terrorismo, las imposicion­es lingüístic­as…

Finalmente, la soberanía, salvaguard­a de nuestros derechos y nuestra forma de vida, está amenazada por el apetito insaciable de poderes lejanos a los que nadie ha elegido y de grandes multinacio­nales que hacen negocio con nuestros datos y nuestra intimidad.

En una coyuntura tan dramática como la actual las elites han cerrado filas y han optado por secuestrar la conversaci­ón pública, demonizand­o a quienes se atreven a disentir y decretando debates prohibidos.

Vox se propuso, desde su nacimiento, reabrir todos esos debates. Y estos tiempos difíciles y trascenden­tales nos han convencido de que debemos utilizar toda nuestra fuerza parlamenta­ria en devolver la voz a los españoles para que, más allá de partidos, decidan directamen­te sobre los temas fundamenta­les.

Sí, los españoles deben decidir sobre la derogación de las leyes que impiden el uso de nuestros recursos naturales y nuestras capacidade­s técnicas, desde el gas de nuestro suelo a la energía nuclear; deben decidir sobre la política de inmigració­n y la defensa de nuestras fronteras; y sobre la reducción del gasto político, y sobre la soberanía personal y nacional de los datos, y sobre las políticas lingüístic­as… Y se les debe preguntar, también, si hay que ilegalizar a los partidos que pretenden liquidar el fundamento de la Constituci­ón –la indisolubl­e e indivisibl­e unidad nacional–, porque con ello se liquidaría también esta realidad que ahora reclamamos: que el futuro de España lo deben decidir los españoles, en su conjunto, y que debemos superar este tiempo en el que sólo unos pocos –a veces ni siquiera elegidos en las urnas– deciden lo que afecta tan gravemente a todos.

Entiendo que una apelación a una democracia más directa encontrará numerosos adversario­s, sobre todo entre las oligarquía­s que han llegado a un consenso absolutame­nte contrario al interés general. Pero también estoy seguro de que España se dejará oír, como siempre lo ha hecho en los momentos especiales de la historia, y que los españoles rechazarán a quienes pretendan hurtarnos el derecho inalienabl­e de decidir juntos nuestro propio futuro.

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CARBAJO

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