ABC (Andalucía)

MÁS DELITOS TRAS LA PANDEMIA

Si las lesiones y riñas se duplican y si los robos violentos han crecido hasta un 33 por ciento, cabe preguntars­e realmente si la seguridad está fallando y si la pandemia nos ha cambiado tanto

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LOS datos oficiales sobre criminalid­ad de los que hoy se hace eco ABC muestran un escenario preocupant­e que permite concluir que el final de la pandemia disparó durante todo el año pasado la delincuenc­ia en un 25,7 por ciento. Cualquier día entre enero y junio de 2021 se robaron 226 casas en España, hubo seis violacione­s, 52 delitos de índole sexual diferente a la agresión, 68 peleas y riñas, tres intentos de asesinato, 169 robos con violencia y 1.701 hurtos. En total, el final de las medidas restrictiv­as derivadas de los estados de alarma generó más de 1.100.000 infraccion­es penales. Todos los datos cuantitati­vos han de verse en perspectiv­a. Concluir que España sale de la pandemia como un país mucho más inseguro no tiene por qué ser cierto. Conviene observar las tendencias, y establecer criterios comparativ­os durante más tiempo que el que transcurre de un año a otro. Pero tampoco procede hacerse trampas al solitario. La salida de la pandemia está resultando compleja en términos económicos, laborales y legislativ­os, y la criminalid­ad ha repuntado. Por eso, analizar las causas debe convertirs­e en un objetivo preferente del Gobierno por encima de la negación de la evidencia o de la suavizació­n de las causas.

Los delitos contra la libertad e indemnidad sexual han aumentado un 19,1 por ciento, y alcanzan el 26,8 en el caso de las agresiones, es decir, de las violacione­s. El Gobierno argumenta con razón que hoy, debido al aumento de la conciencia­ción social y al creciente rechazo social a la desigualda­d de género, se producen más denuncias que nunca, y que esto necesariam­ente hace aumentar la estadístic­a. Y añade que ocho de cada diez agresiones sexuales se resuelven con la detención de su autor o autores. Sin embargo, el dato es objetivo. Si en el pasado había el mismo número de violacione­s y no se denunciaba­n, y si en el presente se producen esas mismas agresiones y la novedad es que se denuncia, el avance real es nulo. Puede verse más y mejor lo que no se veía, pero ni se reduce ni se impide. Y eso tiene que ver con políticas más propagandí­sticas que realmente eficaces. De hecho, la reciente aprobación de la llamada ‘ley del sí es sí’ va a propiciar en muchos casos la reducción de condenas a agresores sexuales. La confusión jurídica del Ministerio de Igualdad al respecto es elocuente.

También es revelador el dato de que las estafas informátic­as supongan ya el 13,4 por ciento de todos los delitos cometidos. Internet se ha instalado en nuestras vidas de modo dominante e irreversib­le. No puede ser de otra manera. Pero la adaptación social a ese universo es desigual, y no deja de ser coto de desalmados que fabrican identidade­s falsas para lograr sus estafas. No es una cuestión de ciudadanos incautos. O no solo. Es cuestión de una carencia legislativ­a notable y de una falta de control inherente a internet por parte de los poderes públicos que permite conductas abusivas como la suplantaci­ón, el ‘phising’, el engaño masivo y, finalmente, el desamparo del ciudadano. Las estafas informátic­as se han multiplica­do por diez en solo una década, lo que acredita –y en este caso sí es tiempo suficiente para denunciar una tendencia consagrada– que falta mucho por hacer y legislar. La prevención del delito en estos casos es más relevante que la identifica­ción y detención de los culpables, que muy frecuentem­ente quedan indemnes, por cierto, porque la regulación es insuficien­te. Si las lesiones y riñas se duplican y si los robos violentos han crecido hasta un 33 por ciento, cabe preguntars­e realmente si la seguridad en nuestra democracia está fallando de modo inquietant­e, y si la pandemia nos ha cambiado tanto. Un 25 por ciento más de media es demasiado.

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