ABC (Andalucía)

Una trenza

«Una trenza, bien pensada, puede convertirs­e en el centro de la Tierra»

- DIEGO S. GARROCHO

LA primera vez que reparé en la importanci­a de una trenza fue a través del oído. Ocurrió hace algunos años, cuando escuché a alguien recitar un verso de Guillermo Carnero. Ni siquiera era un poema demasiado bueno, pero con cadencia casi cacofónica le oí decir a aquella voz: déjame que te trence las trenzas...

En aquel momento intuí que la trenza era algo mucho más relevante que el peinado colegial que solíamos reconocer en las hermanas. Y que por una trenza podrían desatarse sentimient­os colosales, de esos con los que las personas de bien son capaces de arruinarse la biografía entera. Una trenza, bien pensada, puede convertirs­e en el centro de la Tierra.

Años después, en la presentaci­ón de otro libro de poemas, el de Ricardo Calleja, un amigo y colega común describió la escena cotidiana en la que le hacía una trenza a su hija. Fue en aquel instante donde descubrí que la envidia puede ser una pasión nobilísima pues, como el propio Calleja recordaba, él escribía versos para emular a sus amigos poetas, que tanto celo le daban. Así va el tránsito del vicio al hecho, que con el azar debido puede acabar convirtién­dose en virtud. Yo, por mi parte, contagiado por el buen defecto exhibido del amigo y por toda la belleza que aquel lugar traía, salté de la trenza a la chiquilla y descubrí que, en esta vida, lo que de verdad hay que tener es una hija a la que poder peinar el pelo.

Porque es así como se detecta lo importante. Siempre por boca de otros, cuando son mejores que uno y nos permiten aspirar, al menos, a ser buenos emuladores. Esa es la única forma en la que podemos intentar mejorar todos los inútiles, esto es, casi todos los mortales.

Pues acertaban otra vez los griegos cuando asentían sin complejo al hecho de que la mímesis o la imitación es el principio de toda acción educativa. No sé si esto son contenidos o son competenci­as, pero merece la pena aprenderlo en cualquier caso.

La pena es que ahora todos queremos ser originales, disruptivo­s y geniales. Bien valdría con saber mirar, admirar y copiar debidament­e. Sólo basta con descubrir, aunque esto es lo difícil, cuál es el lugar donde se custodian todos los modelos. La gracia no radica en estar en el sitio adecuado, sino en saber llegar con la vista al lugar al que se debe.

La vida buena siempre es, por principio o por modestia, la vida de los otros. Es una suerte que nos dejen contemplar­la así sea en la distancia para recomponer, a través del verso del poeta o del ejemplo del amigo, lo que es seguro que vale la pena y nos falta. Hay quienes, como Wittgenste­in, enseñan mostrando y casi sin decir, a través de la conducta. Y yo aquel día entendí que hacerle una trenza a una hija puede ser el destino más digno y noble al que puede aspirar un ser humano.

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