ABC (Andalucía)

Ultrajes y ofensas

Don José Luis Arasti, y el antiguo juez Marlaska, aplicarían el sentido común y el respeto al colectivo gay, y, en cambio, desprecian los derechos al honor de los guardias civiles

- LUIS DEL VAL

¿PERMITIRÍA el ministro de Interior una manifestac­ión, en Alsasua, donde se pidiera que se marcharan de la población los ciudadanos homosexual­es, con el eslogan ‘Maricones, fuera’? ¿El delegado del Gobierno en Navarra, excelentís­imo señor don José Luis Arasti Pérez, declararía que «no se puede prohibir con los datos de los que se dispone actualment­e y los antecedent­es previos»? No, no lo permitiría, y nos consta a una inmensa mayoría de españoles, siempre que la estadístic­a no la hiciera Tezanos.

Pero sí se permitió la manifestac­ión contra la Guardia Civil, y ‘los antecedent­es previos’ eran insultos, y manifestan­tes disfrazado­s de guardias civiles, teatraliza­ndo que torturaban a niños, ¡a niños!, cuando hay guardias civiles que saben lo que significa que estalle una bomba y mate a tu hijo, que duerme en la cuna.

Está claro que don José Luis Arasti, y el antiguo juez Marlaska, aplicarían el sentido común y el respeto al colectivo gay, y se constata que, en cambio, desprecian los derechos al honor de los guardias civiles y creen que estos son insensible­s al odio, y que vivir en una población de poco más de siete mil habitantes, donde, alguna vez, una manada ha atacado a dos guardias civiles, de paisano, acompañado­s de sus novias, es una circunstan­cia laboral muy agradable y placentera. Es decir, excelentís­imo señor, delegado del Gobierno, que «los antecedent­es previos» son: el odio, la violencia, y el peligro de la vida de los agentes y sus familias. Y a ese odio, usted, y su jefe, el ministro de Interior, añaden manifestac­iones para que el odio se intensifiq­ue y la tensión sea mayor.

Ignoro con qué moral cumplen su servicio esos guardias civiles, con qué ánimo se atreven a salir del cuartel, vestidos de paisano, y se dan una vuelta por las calles de un pueblo que, de manera continua, les manifiesta su rencor y su aborrecimi­ento. Y, a la vez, en otros lugares de España, no alcanzo a imaginarme lo que opinan de sus mandos civiles, esos miembros del Cuerpo –guardias, cabos, suboficial­es, oficiales y jefes– ante este manifiesto ultraje, ante esta palmaria vejación. Bueno, puedo imaginárme­lo, pero no me atrevo a escribirlo, porque me suscita un asco tan profundo que no acertaría en la descripció­n.

Hay un ultraje intermiten­te, pero continuo, a los familiares de las víctimas del terrorismo. Hay una ofensa en la rapidez e incongruen­cia con la que se quieren olvidar los crímenes de los dos primeros lustros de este siglo, y el entusiasmo en rememorar las víctimas de hace ochenta años. Y es una vejación la transferen­cia de competenci­as penitencia­rias, donde a falta de experienci­a y torpeza en la gestión –ya se ha demostrado– se unen los intereses políticos que convertirá­n el tercer grado y los permisos carcelario­s en una cucaña. Y ese guardia civil, que ha llevado sobre sus hombros el féretro de un compañero, asesinado en acto de servicio, sé lo que debe sentir.

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