LA MADRE TERESA SIGUE MUY VIVA EN CALCUTA 25 AÑOS DESPUÉS DE SU MUERTE
Canonizada en 2016, su espíritu y su obra continúan inspirando a las Misioneras de la Caridad y a los voluntarios que luchan contra la pobreza en esta infernal ciudad de la India, como medio centenar de jóvenes españoles que han viajado hasta allí este verano
Hoy hace 25 años que murió la Madre Teresa de Calcuta. Pero solo físicamente, ya que el espíritu y la obra de esta santa, canonizada en 2016, siguen más vivos que nunca en esta ciudad de la India. La de la alegría, según la novela de Dominique Lapierre, pero también de la pobreza infinita y uno de los lugares más infernales sobre la Tierra.
Aquí llegó una joven monja albanesa llamada Agnes Gonxha el Día de Reyes de 1929, como si fuera el regalo que había estado deseando desde que sintió la vocación religiosa de niña. Nacida el 26 de agosto de 1910 en Skopie, actual capital de Macedonia del Norte y entonces perteneciente al imperio otomano, Agnes se marchó con 18 años a Irlanda para ingresar en la orden de Loreto, que la envió a la India a finales de 1928. Tras tomar sus votos como Madre Teresa, fue profesora en un colegio femenino de Calcuta hasta 1946, cuando la miseria que la rodeaba sacudió su alma. Sintiendo una «llamada dentro de la llamada», como narra su biografía oficial escrita por Navin Chawla, Dios le pedía «servir a los más pobres de los pobres». Una ardua misión que, tras recibir formación médica y el permiso para dejar la orden de Loreto, empezó en diciembre de 1948, cuando se unió a las Pequeñas Hermanas de los Pobres y abrió su primer dispensario y una escuela en Calcuta.
Cambiando su hábito de Loreto por un sencillo sari blanco con ribetes azules, y ayudada por una decena de jóvenes monjas, la Madre Teresa iniciaba así una labor que marcaría no solo a Calcuta, sino a todo el planeta. Su trabajo, y sobre todo sus insistentes peticiones de ayuda, fueron pronto escuchadas por el Gobierno indio y por el Vaticano, que en 1950 autorizó su propia congregación: las Misioneras de la Caridad. Llamando a todas las puertas en busca de donaciones, a partir de entonces abrieron casas para moribundos como Kalighat, leproserías como Shanti Nagar, hospicios como Shishu Bhavan y asilos como Premdan para los disminuidos abandonados en la calle. Hoy, las Misioneras de la Caridad cuentan con 5.200 monjas en 762 centros de 139 países.
En la década de 1970, tras el documental de la BBC y el libro ‘Something beautiful for God’ (’Algo hermoso para Dios’), ambos de Malcolm Muggeridge, la Madre Teresa se convirtió en un icono de la solidaridad. Reconocida con los más altos honores en la India y otros países, en 1979 recibió el premio Nobel de la Paz.
Trabajadora infatigable y jovial, sufrió profundas crisis de fe toda su vida y sus críticos le reprochan su cruzada contra el aborto y hasta un regocijo masoquista en el sufrimiento para alcanzar la salvación. Pero nada empaña el sacrificio que fue su vida. Después de varios años arrastrando problemas de salud, que no le impidieron seguir trabajando ni viajando, falleció en la Casa Madre de Calcuta el 5 de septiembre de 1997. Beatificada en 2003 por el Papa Juan Pablo II,
Icono solidario, recibió el Nobel de la Paz en 1979
TRABAJADORA INFATIGABLE, SUFRIÓ PROFUNDAS CRISIS DE FE TODA SU VIDA Y SUS CRÍTICOS LE REPROCHAN SU CRUZADA CONTRA EL ABORTO
fue canonizada el 4 de septiembre de 2016 por el Papa Francisco.
Una madre para todos
«¡Nosotras ya sabíamos que la Madre Teresa era una santa!», exclama la hermana Joseph, superiora general de la orden, cuando le preguntamos cómo se sintieron durante la canonización. «Cuando llegué con solo 21 años, la vi cortándole el pelo a un enfermo que olía fatal. A pesar de la peste, se dirigía a él como si tal cosa y supe que era Cristo quien hablaba. Luego pensé que yo jamás podría hacerlo y que tenía que salir corriendo, pero aquí sigo. Gracias a la Madre Teresa, aprendí mis incapacidades. Cuando ella me tocó, me dio fuerza», recuerda junto a su tumba, decorada con un rosario en forma de corazón rodeado de flores.
Es una tarde de mediados de julio y por la ventana de la capilla se cuela el canto del almuédano llamando a la oración en una mezquita cercana, ya que la Casa Madre se enclava en medio de un barrio musulmán. No hay problemas de convivencia porque, como dicen los vecinos, santa Teresa «era una madre para todos». Dentro de la capilla, medio centenar de jóvenes entona un salmo dirigido por la hermana Mercy María. Son voluntarios, todos españoles menos algún latinoamericano como el argentino Juan Wolf, que han venido a ayudar. «Tras oír una llamada de la Virgen en Salta, estoy en una búsqueda espiritual y aquí he descubierto que tengo que dedicar mi vida al servicio a los demás», dice Juan. Según nos cuenta Alicia Pujol, universitaria barcelonesa que pertenece a la ONG Do Change, «esta experiencia significa entender la cita de Madre Teresa, "cosas pequeñas con gran amor". A lo que yo añado "para ser feliz". Porque realmente no hemos hecho grandes cosas, solo lavar y tender ropa, hacer camas, dar de comer, acompañar al baño, ayudar a curar heridas, hacer compañía… algo tan sencillo como sonreír. Pero lo que se necesita es poner amor. Gracias al ejemplo de las monjas y su desprendimiento y humildad, hemos vivido olvidándonos de nosotros y la felicidad ha sido inmensa». Claudia Guerrero y Lola Montesino-Espartero, dos sevillanas de 17 años que también quieren repetir pese a que se les ha «encogido el corazón», han venido con Javier García-Ugarte, quien dirige la ONG Mundo Justo en España y Voluntarios por África en Etiopía y conoció a la Madre Teresa. «Aunque era muy pequeña, tenía mucha fuerza y unos pies enormes para patearse las calles», recuerda a las puertas de la Casa Madre, adonde llegó como voluntario en 1995 y se quedó dos años. Impresionado por la labor de las hermanas porque «lo que ves en la Madre Teresa está en todas ellas», se muestra «contento» de que los jóvenes vuelvan para ayudar.
Estigma social de la lepra
Con él coincide el sacerdote barcelonés Álex Díaz, quien lleva en Calcuta desde 2017. «En las hermanas se hace presente la Madre porque han continuado trabajando con fidelidad a su obra y a la pobreza. Su gran reto es mantener viva su presencia para que su ejemplo perdure», cuenta por teléfono desde la leprosería de Shanti Nagar. Aunque oficialmente erradicada, la lepra y su estigma social siguen existiendo en la India junto a muchas otras enfermedades. A ellas se suma el Covid-19, que en abril del año pasado desató una catástrofe. «En Calcuta se desbordó la epidemia y no había UCIs ni oxígeno ni pruebas. La gente que moría no podía acceder a los cuerpos, solo a las cenizas. Cuando llevabas a un enfermo al hospital, sabías que en muchos casos no volverías a verlo. Medio centenar de monjas se contagiaron y alguna falleció. Aunque estábamos angustiados porque temíamos que el virus se propagara por las casas, hubo un milagro y no ocurrió así», relata el padre Díaz, quien pasó el Covid con síntomas leves. «Lo peor no fue eso, sino que luego pillé el dengue», señala antes de matizar que «lo grave en los ‘slums’ (arrabales) no es el coronavirus, sino la falta de comida y trabajo».
Con la vacunación muy extendida en la India, Calcuta ha recuperado la normalidad: la dura lucha diaria, los millones de personas que nacen, viven y mueren en la calle, los niños mendigando entre la basura, los atascos bajo una sinfonía de bocinas, los edificios coloniales que se vienen abajo… En el infierno de Calcuta, la Madre Teresa se ganó el cielo con su amor por los más pobres y sigue más viva que nunca.