El conejo, la presa reina de nuestro ecosistema, no consigue recuperarse
▶ A pesar de las explosiones poblacionales locales, la pieza de caza menor más popular no logra prosperar
El conejo es una de las especies más consumidas por los predadores
Los cazadores que hemos cumplido ya medio siglo nos acordaremos de los conejos que había en cualquier cazadero, y más en estas fechas en que el campo se llenaba de gazapones gracias a la cría de primavera. Junio y julio era cuando más conejos había, aunque poco a poco iban desapareciendo por culpa de la mixomatosis, una de sus enfermedades habituales junto con la neumonía hemorrágica, que apareció en los años ochenta y fue la culpable de que el conejo no se haya recuperado aún en zonas donde abundaba.
Muchos cazadores me preguntan por qué 40 años después no se ha conseguido, por ejemplo, en zonas de sierra donde siempre abundó y, sin embargo, se ha convertido en plaga en áreas, generalmente agrícolas, en las que antes apenas existía.
Vamos por partes. Cuando llegó la neumonía, como era una enfermedad nueva para la que el conejo no tenía anticuerpos, la mortandad fue generalizada y masiva. Allí donde llegaba, el conejo prácticamente desaparecía -hay datos oficiales que hablan del 95 por ciento de mortandad-; y, claro, si no quedaron animales, la recuperación era imposible. En realidad algunos quedaron después de aquello, pero muy pocos, y estos poquitos se enfrentaban a unos problemas que antes no existían o que, existiendo, superaban su capacidad reproductiva.
Estos nuevos problemas tenían que ver con una creciente invasión del matorral. Las siembras, que aportaban al conejo una comida de calidad, de mucha carga proteica, ideal para una buena reproducción, fueron desapareciendo. De este modo, un conejo muy escaso, que come peor, acosado noche y día por un creciente ejército de predadores y vulnerable a dos mortales enfermedades como la mixomatosis y la vírica no puede recuperarse, y de hecho no se ha recuperado.
Además, el conejo necesita cierta densidad para proliferar. Cuando nacen los gazapos, la leche de la madre los protege frente a las dos mortales enfermedades, pero cuando abandonan la gazapera necesitan rozarse, relacionarse con otros conejos para obtener la inmunidad. Si no se relacionan estrechamente con otros conejos, porque sencillamente no los hay, cuando la enfermedad aparezca morirán. Es decir, el conejo necesita una alta densidad para vivir y, sobre todo, inmunizarse. De hecho, allí donde hay plagas es porque precisamente son inmunes a las enfermedades, su mayor problema existencial.
Por eso, siempre que queramos hacer una repoblación, es conveniente que los ejemplares procedan de un lugar en el que haya muchos o sean plaga, porque es muy posible que esos conejos sean inmunes a la mixomatosis y a la neumonía hemorrágica.
Por qué las plagas
¿Pero por qué ahora las plagas se dan casi siempre en terrenos agrícolas, donde nunca hubo conejos o había muy pocos? Los hechos suelen suceder de esta manera: llegan dos o tres ejemplares a donde nunca hubo predadores y, al ser blando el terreno agrícola, el conejo puede construir pronto una madriguera, la mejor manera de defenderse de los predadores. Estos primeros conejos tienen a su disposición alimentos de calidad, por ejemplo cereales y leguminosas. Un conejo con pocos predadores, buen refugio y una estupenda alimentación, de la que carece en lugares más serreños, cría con éxito. Sumado a ello, los terrenos agrícolas se fumigan de vez en cuando, limitando así el número de parásitos como pulgas, mosquitos y garrapatas, los dos primeros los vectores principales de la mixomatosis. Como digo, en este contexto el conejo se reproduce con mucho éxito. Alguno, entonces, termina haciéndose resistente a una de las enfermedades e inmunizando al resto. Así funciona.