La historia como maestra en Chile
La amplitud de la derrota de Boric y los suyos se debe a que el borrador constitucional era en realidad una ‘ley de desconexión’ con su pasado histórico
Gabriel Boric gesticulaba ostensiblemente ante las cámaras. «Debemos ser autocríticos», dijo. «El pueblo no quedó satisfecho con la propuesta de Constitución que la Convención presentó». El presidente movía las manos para reforzar su mensaje, pero no podía ocultar que estaba muy golpeado por la amplitud del resultado. Para él, que hizo suyo el nuevo proyecto, que actuó como jefe de campaña del mismo, arriesgando críticas de intervencionismo electoral, las manos eran un escudo para desviar los rayos de una derrota estrepitosa.
Boric ha pasado a engrosar la lista de políticos castigados por los plebiscitos junto al británico David Cameron en el Brexit o el colombiano Juan Manuel Santos en el referéndum que acordaba la paz con la guerrilla. No es raro que los colores de la bandera de
Chile sean blanco, azul y rojo. Son los de la bandera francesa, de cuya Revolución salieron las ideas que hicieron posible la independencia de los países iberoamericanos. Por eso el almeriense Antonio Santiago Arcos y Arjona los escogió cuando diseñó la bandera de Chile. Arcos era un ingeniero militar ‘afrancesado’ que terminó desertando del Ejército español y, tras un largo periplo, recaló en Chile, país al que volvería muchas veces y donde en 1849 fundaría el primer banco del país: el Banco de Chile de Arcos y Cía.
De la Revolución, la naciente república tomó la idea del Estado unitario y de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, lo cual implicaba asimilar sin contemplaciones a los aborígenes. Ni la tribu, ni la etnia eran argumentos para matizar la idea de ser ciudadano de la república. Por eso, a los chilenos un proyecto constitucional que convertía su país en una república plurinacional, con varios sistemas judiciales y fuertemente escorada al reconocimiento de derechos indígenas, les resultó indigesta. El proyecto pasó a ser lo mismo que una ‘ley de desconexión’ a la catalana que no sólo rompía con la institucionalidad de Pinochet, sino con su razón histórica de ser.
La torpeza de una Convención Constitucional que se comportó de forma irresponsable y sectaria también contribuyó al resultado. En el acto inaugural se abucheó a los símbolos nacio
nales, la bandera y el himno. Varios de los convencionales actuarían de manera circense: uno entró a la sede de los debates vestido de dinosaurio y otra de Pikachu, uno votó parte del articulado telemáticamente mientras se duchaba, otro, que había sido elegido diciendo que tenía cáncer y que luchaba por incluir los cuidados médicos en el texto constitucional en realidad resultó ser un farsante…
Pero nada de eso habría sido decisivo si los convencionales de izquierda, al ver que tenían una mayoría de dos tercios que les permitía imponer sus puntos de vista, no hubieran decidido ignorar las ideas del resto. Tanto hablar de inclusividad y cuando llegaron a las convicciones del centro o centroderecha, las marginaron sin rechistar.
La convencional de derecha Marcela
Cubillos, exministra de Medio Ambiente y de Educación de Sebastián Piñera, lo ha contado así en un libro de urgencia que tituló ‘Leer antes de votar’: «La propia presidenta (Elisa) Loncón señaló que convencionales de centroderecha no tendrían la legitimidad para estar ahí por provenir de lo que ella calificaba como ‘sector de privilegio’. Es decir, poco importaba haber sido elegidos democráticamente y con votaciones mucho más altas que la de ella».
La conducta de una Convención dominada por la izquierda llegó al extremo de que se aprobó un reglamento de ética que sancionaba las opiniones supuestamente negacionistas y las que fueran juzgadas como desinformadoras. La mayoría aplicó este reglamento de modo discrecional. Fue emblemática la sanción al convencional Arturo Zúñiga básicamente por llamar «comunista» al convencional Marcos Barraza, psicólogo afiliado al Partido Comunista.
Pero si plantearse un nuevo texto constitucional como una revancha de la Constitución de Pinochet de 1980 fue un error, más delicado fue el asunto de la plurinacionalidad. Marcos Barraza, el responsable de que el texto se acercara lo máximo posible a los deseos del Partido Comunista, pactó con los convencionales de los pueblos originarios los elementos conceptuales a cambio de apoyo para incluir sus ideas estatistas en el ámbito socioeconómico.
Nadie se explica muy bien por qué el expresidente Piñera aceptó que las etnias chilenas tuvieran acceso a unos escaños reservados en la Convención. El hecho es que esos escaños fueron capturados por la izquierda radical gracias a que se necesitaban menos votos para conseguirlos que los demás. Los candidatos de esos pueblos eligieron 17 asientos con el 4,4% de los sufragios, pese a que el resto de los chilenos apenas habrían conseguido siete puestos con esa votación.
El plebiscito de este domingo vino a ratificar que entre los indígenas la representación estuvo distorsionada. En la región de la Araucanía, la única donde hay una mayoría mapuche reconocible, el voto por el rechazo obtuvo el 73,69%, más de diez puntos porcentuales que el promedio nacional. Un contrasentido si se entiende que el borrador constitucional reconocía la mayor autonomía indígena planteada en Chile nunca en su historia republicana.
Y, en resumen, ¿a qué se debe un veredicto tan amplio y contundente? La respuesta es una: a la acción de la historia. Cuando no conoces la historia no sólo te arriesgas a repetirla, sino que a veces te arriesgas a que te rectifique con dureza.
Tanto hablar de inclusividad y cuando llegaron a las convicciones del centroderecha, las marginaron