El enigma de Juan Sebastián Elcano, 500 años después
El 6 de septiembre de 1522, el capitán guipuzcoano llegó a tierra a bordo de la Nao Victoria tras «recorrer y descubrir toda la redondeza del mundo». Su obsesión por regresar al mar tras la hazaña es un misterio
Carlos V otorgó al capitán el título de caballero de Santiago y el escudo con la leyenda «Fuiste el primero que me dio la vuelta» Existía un modelo de heroísmo del riesgo, una aristocracia europea y española que aceptaba la «inconstancia de la fortuna» La conexión definitiva de América y Asia dentro de los dominios de la monarquía de España cambió la historia de la humanidad
«Flacos como jamás hombres estuvieron». El guipuzcoano Juan Sebastián Elcano apenas dejó testimonios escritos y entre sus contemporáneos hubo coincidencia en que hablaba poco. En la carta que remitió al emperador Carlos V el 6 de septiembre de 1522, desde la nao Victoria, incluyó frases como esta, inapelables. En un castellano imposible de mejorar, le refirió el hambre y la consumición en que se hallaban los 18 supervivientes –habían partido quizás 237 hombres– tras la última etapa de esta primera circunnavegación de la tierra, que había durado tres años y 28 días. Desde el archipiélago de Cabo Verde a Sanlúcar de Barrameda, habían sido 55 jornadas, huyendo de los portugueses y dándole día y noche a la bomba de achique, de modo que el océano no acabara de hundir la embarcación. Elcano también informó al monarca que habían sido capaces de «recorrer y descubrir toda la redondeza del mundo».
La supuesta sequedad y adustez del carácter de Elcano, atribuido por la mitología posterior a un inexistente y esencialista «genio vascongado», no coinciden con estas afirmaciones y, sobre todo, acciones suyas. El capitán guipuzcoano supo muy bien lo que representaba haber sido el comandante de la primera vuelta al mundo de la historia. Por eso pidió a Carlos V, que se portó muy generosamente con él, como correspondía, mercedes y compensaciones. Nada menos que el título de caballero de Santiago. También le fue otorgado el famoso escudo con especias, canela y clavo, y la conocida leyenda «Fuiste el primero que me dio la vuelta».
Contra la «leyenda negra»
Elcano debía recibir por merced real una gran cantidad de dinero, 500 ducados. Solicitó además al joven monarca lo que todo marino hubiera pedido. El mando de un barco, para unirse a la siguiente empresa oceánica que se pusiera en marcha hacia la especiería. No tuvo tiempo, pues ya estaba muerto en 1526, de relatar la «historia verdadera» de lo que había vivido, como sí pudo hacer el resentido y brillante narrador italiano de origen Antonio de Pigafetta, natural de Vicenza, que debería figurar, al menos, entre los precursores de la «leyenda negra».
En su ‘Diario’, Pigafetta no solo fabricó para la posteridad la «versión oficial» de la primera circunnavegación de la tierra, que excluyó los méritos de Elcano (cuyo atinado mando a fin de cuentas le había salvado la vida, pues había vuelto para contarlo), sino que esparció la sospecha imperecedera de traición sobre todos aquellos que no habían formado parte de la camarilla de tripulantes al servicio y a merced de Fernando de Magallanes.
Portugués naturalizado castellano, autor intelectual del proyecto de viaje comercial a la especiería desde el sur de la península ibérica, navegando por el oeste, con retorno por la misma ruta –jamás atravesando el Índico, como sí hizo Elcano– en este quinto centenario de la primera vuelta al mundo culminada ahora hace cinco siglos, ha continuado recibiendo un inmerecido crédito. Magallanes, como ha señalado Felipe Fernández-Armesto, fue el protagonista de un fracaso colosal de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, no existe Magallanes sin Elcano. Es preciso recordarlo.
Lidiar con la muerte
El carácter de Magallanes, capitán general de aquella Armada, implacable, orgulloso, cruel y obsesivo, lo condujo a una muerte ignominiosa y a lo que quedaba de su tripulación en las Molucas, a un desastre en toda regla. Lo gestionaron como pudieron dos marinos españoles, el formidable y valiente burgalés Gómez de Espinosa y Elcano. ¿Podía ser de otra manera, en una atmósfera en la cual con cada decisión «se lidiaba con la muer
te»? Seguro que ambos reflexionaron sobre el impulso de una mentalidad irrefrenable, que los había llevado hasta allí. Existía un modelo de heroísmo del riesgo, una aristocracia europea y española de gentes del mar que aceptaban la «inconstancia de la fortuna».
En el caso de Magallanes, la necesidad vital, aquello que le costó la vida, fue llegar hasta donde correspondía, a las islas de la especiería, bajo un modelo épico, establecido en 1492 por Cristóbal Colón y sus señores, los reyes católicos españoles, Fernando e Isabel. Todos servían a Dios mientras «se hacían señores». En el caso de Elcano, un marino sin hagiógrafo, lo que sobresale, como ha mencionado
Salvador Bernabéu, es «la hazaña de la incertidumbre». En aquel otoño de 1522 fue cumplido el mandato de Carlos V, a quien embargaba la curiosidad, y pudo recibir en Valladolid a Elcano y sus acompañantes, el piloto Francisco Albo, el barbero –o médico– Hernando de Bustamante y algunos naturales de las Molucas (se embarcaron allí trece, sobrevivieron tres a la travesía), «que deseaban ver al emperador y estos reinos».
La Virgen de la Victoria
El enigma de Elcano, en realidad, se sustenta en lo que viene después. En la obsesión por regresar a las costas de Asia, de las que había retornado por un milagro que atribuyó a la Virgen de la Victoria, ante cuya imagen sevillana y trianera, en cumplimiento de una promesa de peregrinación, se habían postrado dos días después de arribar él y sus acompañantes. ¿Qué necesidad tenía de regresar allí? Las 27 toneladas de especias que habían pagado la expedición y dejado un pequeño beneficio a la corona y a los banqueros de Sevilla y Burgos que la habían sufragado, ¿no eran suficiente? Cuál fue la causa de que, tras sobrevivir a una exploración oceánica con un 90% de bajas entre ejecutados, desertores, enfermos, abandonados y fallecidos de escorbuto o heridas de combate, involucrara en la siguiente expedición al Pacífico a sus dos hermanos Martín y Ochoa y hasta a su cuñado Sebastián, con lo que dejó viuda a su pobre hermana y destruyó a su familia, pues los cuatro murieron en el viaje mandado por García Jofre de Loaisa en 1526? De las aguas negras del Pacífico, entonces, no se regresaba y, todavía hoy, el océano es tenebroso.
Lecciones para el presente
Quinientos años después, hemos aprendido algunas lecciones. La primera evidencia que, en el último lustro, la conmemoración de este viaje fundamental de la historia de la humanidad, hito del pasado español y europeo, ha cobrado el relieve que merecía y ha pasado de manos de comités burocráticos a organismos y entidades de la sociedad civil. Hemos transitado también de Magallanes, en singular, a Magallanes y Elcano, en plural. La labor extraordinaria de la Real Armada en la promoción y gestión de un evento propio –de los marinos, de España– ha mostrado que, si se quiere, se puede pensar en una historia global que nos explique el pasado hispano común y nos prepare para el futuro.
La segunda lección, no menos fundamental, implica reconocer que la «expansión europea» fue parte de un movimiento de interacción global simultáneo en el tiempo. De ella podemos sentirnos orgullosos. Fue el hallazgo del tornaviaje, el regreso de Manila a Acapulco, con la conexión definitiva de América y Asia, dentro de los dominios de la monarquía de España, lo que cambió la historia de la humanidad.