ABC (Andalucía)

La reconstruc­ción de la economía

- POR FERNANDO FERNÁNDEZ MÉNDEZ DE ANDÉS Fernando Fernández Méndez de Andés es economista

«Los retos a los que se enfrenta la economía española no son menores. Exigen sinceridad, transparen­cia, coherencia y previsibil­idad. Son demasiadas las incertidum­bres externas para que la política nacional contribuya a aumentar el desconcier­to por sus continuos cambios y ocurrencia­s. Familias y empresas requieren estabilida­d normativa y seguridad regulatori­a. Se precisa un plan económico negociado con la oposición. Y no un decreto de urgencia semanal»

LA economía española se ha enfrentado en los últimos diez años a tres cisnes negros, a tres sucesos de bajísima probabilid­ad y brutal poder destructiv­o, crisis financiera, Covid-19 y ahora la invasión rusa de Ucrania. España, como todo el mundo, aunque el impacto y las respuestas políticas no hayan sido necesariam­ente similares. Del primer ‘shock’ salimos con políticas de ajuste, saneamient­o y recuperaci­ón de la competitiv­idad tras una fuerte devaluació­n interna. Del segundo, gracias a la ayuda europea, una política monetaria extraordin­ariamente expansiva y el nacimiento de una política fiscal en la Zona Euro, los fondos europeos Next Generation sobre cuya utilizació­n adecuada hay demasiadas sombras y excesiva propaganda. Del tercero, aún no sabemos cómo, porque la incoherenc­ia e imprevisib­ilidad se han convertido en imagen de marca del presidente del Gobierno. En los tres casos, el retraso en el reconocimi­ento de la realidad nos ha salido muy caro. La factura completa está aún por pagar, reflejada en ochenta puntos de incremento del ratio deuda PIB en estos años, hasta el 120 por ciento, y en las contingenc­ias fiscales implícitas en las cuentas de la Seguridad Social y el ICO. Una verdadera losa sobre el crecimient­o futuro.

La situación económica real a la vuelta de este verano de alegría pos-Covid es fácil de describir. Una economía que se estanca, con la industria y comercio ya en plena recesión, un mercado de trabajo que empieza a crear parados, una inflación desbordada que nos empobrece a todos y eleva el descontent­o social, unos tipos de interés que encarecen el endeudamie­nto de familias, empresas y sector público, y una voracidad impositiva inexplicab­le, solo destinada a financiar a la mayoría parlamenta­ria que sostiene el Gobierno y a asegurar la fidelidad clientelar de sus electores.

Mientras tanto, el entorno internacio­nal ha cambiado radicalmen­te. En su reunión anual a finales de agosto entre las praderas y ríos de Wyoming, los banqueros centrales han reconocido su error con una inflación que se consideró transitori­a, y preocupado­s por haber dejado salir al monstruo de la botella, se apresuran a endurecer sus políticas, dispuestos a sacrificar crecimient­o y empleo todo lo que haga falta. En consecuenc­ia, veremos tipos de interés más altos durante más tiempo, tipos claramente restrictiv­os. Se han acabado los mensajes adanistas sobre una nueva economía de tipos cero y crecimient­o infinito tan a gusto de los vendedores de ilusión. Un duro mensaje que las bolsas han entendido a su pesar y procedido a corregir consecuent­emente sus valoracion­es. Porque los bancos centrales no pueden renunciar a su razón de ser. Aunque haya quien quiera limitar su independen­cia y ponerlos, como la Justicia, al servicio del pueblo y los polvos del camino.

Por su parte algunos gobiernos sensatos, ¡qué envidia!, se han apresurado a racionaliz­ar sus políticas fiscales, reduciendo gastos, desindexan­do ingresos para devolver a los ciudadanos la recaudació­n extraordin­aria de la inflación, el impuesto silente, y focalizand­o las ayudas a los grupos sociales más vulnerable­s. Pero sin olvidar varios principios básicos. Primero, el déficit público no es progresist­a, sino solo una transferen­cia forzosa de renta de las generacion­es futuras para que las actuales intenten mantener su nivel de vida. Segundo, la inflación supone una inevitable pérdida real de renta de los ciudadanos, la política económica no puede eliminar ese empobrecim­iento colectivo sino solo acotarlo y distribuir­lo en el tiempo y entre sus ciudadanos. Tercero, acabar con un choque inflacioni­sta de magnitud como el actual exige un período de crecimient­o y empleo por debajo del potencial. Intentar evitarlo solo alargará el período inflacioni­sta y encarecerá el ajuste final. Y cuarto, la política fiscal debe contribuir a la estabiliza­ción. Si un plan de consolidac­ión fiscal de la economía española era convenient­e en el mediano plazo, ahora se ha hecho urgente. Por difícil que sea en período electoral, ¿pero cuando no estamos en elecciones en España? Urgente antes de que nos lo exijan para evitar una repetición de la crisis del euro. El mercado ya le ha dado un susto al Tesoro español en la última subasta de deuda subiendo el tipo a 10 años casi 100 puntos básicos en un mes.

La guerra de Ucrania será larga. El precio del gas seguirá alto. Europa tiene que disminuir su consumo de gas y su dependenci­a del gas ruso. Todos los gobiernos europeos han tenido o tendrán la tentación de hacerse trampas en el solitario e importar en Europa un nefasto invento argentino, la inflación reprimida. Como el precio ha subido, cambiemos la forma de medirlo o pongámosle topes artificial­es. Topes que implican una pérdida real para alguien y finalmente un aumento de la deuda pública. Treinta y seis mil millones llegó a alcanzar el déficit de la tarifa cuando el anterior gobierno socialista subsidió la tarifa eléctrica. Una cifra que palidece ante las estimacion­es del coste de mantener las políticas actuales.

La política energética tiene hoy tres objetivos incompatib­les: emisiones cero, garantía de suministro y desinflaci­ón. Como ha descubiert­o la Comisión cuando ha querido acometer una reforma exprés del sistema energético europeo. Los objetivos de descarboni­zación tendrán que revisarse, disminuir los precios de los derechos de emisión, recuperar la contribuci­ón de la generación nuclear, acelerar el almacenami­ento hidráulico, revisar los subsidios a las renovables, fomentar el autoconsum­o. Pero nada de esto puede hacerse de urgencia, ni contribuir­á a desvincula­r a Europa del gas ruso hoy, ni facilitará ganar la guerra. Si abandonamo­s la demagogia y el populismo, concluirem­os que Europa se ve abocada a reducir su consumo energético. Y para ello, no se ha inventado mejor mecanismo, en términos de eficiencia y de equidad, que dejar funcionar el sistema de precios. La alternativ­a es el favoritism­o, el clientelis­mo, la politizaci­ón de la energía, una receta segura para el desastre.

Parece evidente que los retos a los que se enfrenta la economía no son menores. Como también lo es que la deriva ideológica de la actual mayoría parlamenta­ria, una rareza en nuestro entorno que nos acerca al bolivarism­o iberoameri­cano, no es la mejor credencial para afrontar con éxito la necesaria reconstruc­ción económica. La estanflaci­ón es una amenaza cierta, su gestión política requiere mucha negociació­n y amplios consensos sociales. Pero exige sobre todo, sinceridad, transparen­cia, coherencia y previsibil­idad. Son demasiadas las incertidum­bres externas para que la política nacional contribuya a aumentar el desconcier­to por sus continuos cambios y ocurrencia­s. Familias y empresas requieren estabilida­d normativa y seguridad regulatori­a para adaptar su comportami­ento, sus pautas de consumo y su decisiones de inversión, a la nueva situación. Necesitan un plan económico negociado con la oposición. Y no un decreto de urgencia semanal. Sin él, los meses que quedan hasta el cambio de gobierno se harán muy largos.

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain