Druidas y forofos
La política del Gobierno no es la que reclama la mayoría ciudadana, es la que impone la minoría forjada en torno a Frankenstein
MUCHO me temo que la política se está convirtiendo en una atracción para entusiastas. Y ese es el maldito problema: gobernar para ellos, buscar el calor de su aplauso, supone a menudo darle la espalda al interés común. Lo que gusta a los fans no suele ser lo que demanda la mayoría. Primer ejemplo: Liz Truss ha ganado la batalla de la sucesión de Johnson gracias al apoyo de los militantes más cafeteros de su partido, en contra de la opinión del grupo parlamentario y de las preferencias de los ciudadanos del común. Las encuestas le han dado una bienvenida horrorosa. Ahora, en medio de la galerna económica que asoma por el horizonte, tendrá que bregar con mano de hierro, enmendando muchas de sus recientes promesas electorales, si quiere ganarse la confianza de los británicos y evitar una nueva guerra interna de los ‘tories’. Segundo ejemplo: Gabriel Boric ganó las elecciones chilenas en segunda vuelta, después de haber perdido la primera, gracias al apoyo de grupos radicales que sumaron sus fuerzas para evitar la victoria de la derecha. A continuación redactó una nueva Constitución al gusto de sus socios y la mayoría de la población chilena acaba de decirle que se la meta por donde le quepa.
La historia de Sánchez no es muy distinta. Ganó las primarias porque se convirtió en el favorito de la forofada socialista con derecho a voto y luego cosechó en las urnas uno de los peores resultados de la historia del PSOE. Su permanencia en el poder, tras la moción de censura de 2018, es consecuencia de acuerdos parlamentarios urdidos con fuerzas minoritarias y radicales que no representan a la mayoría social del país. Esa es la circunstancia que explica que llevemos tanto tiempo dándole vueltas al puñetero día de la marmota. La política que sale del horno del Gobierno no es la que reclama la mayoría ciudadana, sino la que impone la minoría forjada en torno a Frankenstein. Lo más asombroso de este hecho es que, desde hace tiempo, el oráculo de las encuestas le vienen diciendo a Sánchez que por ese camino transita a la perdición. Desde que Feijóo llegó al pescante del PP no hay sondeo que no pronostique un vuelco electoral considerable. Mientras no cambie de partitura, parecen susurrar los hígados de las ocas, el sanchismo seguirá consumiéndose en su propia salsa. Al presidente, sin embargo, se la bufa. Debe ser que su famoso manual de resistencia no es mucho más que un grueso tratado de tozudez.
Por lo visto y oído en el debate que tuvo lugar en el Senado el martes pasado, a los druidas de La Moncloa les parece que no hay que cambiar de pócima para retener el control del Gobierno. Unos cuantos bramidos más contra los poderes tenebrosos que controlan los orondos fumadores de puros y una embestida furibunda contra el jefe de la oposición, más propia de un histérico que de un estadista, bastarán para cambiar la tendencia. ¿Seguro? Pincho de tortilla y caña a que druidas y forofos acaban, al final, en la misma fosa.