ABC (Andalucía)

Druidas y forofos

La política del Gobierno no es la que reclama la mayoría ciudadana, es la que impone la minoría forjada en torno a Frankenste­in

- LUIS HERRERO

MUCHO me temo que la política se está convirtien­do en una atracción para entusiasta­s. Y ese es el maldito problema: gobernar para ellos, buscar el calor de su aplauso, supone a menudo darle la espalda al interés común. Lo que gusta a los fans no suele ser lo que demanda la mayoría. Primer ejemplo: Liz Truss ha ganado la batalla de la sucesión de Johnson gracias al apoyo de los militantes más cafeteros de su partido, en contra de la opinión del grupo parlamenta­rio y de las preferenci­as de los ciudadanos del común. Las encuestas le han dado una bienvenida horrorosa. Ahora, en medio de la galerna económica que asoma por el horizonte, tendrá que bregar con mano de hierro, enmendando muchas de sus recientes promesas electorale­s, si quiere ganarse la confianza de los británicos y evitar una nueva guerra interna de los ‘tories’. Segundo ejemplo: Gabriel Boric ganó las elecciones chilenas en segunda vuelta, después de haber perdido la primera, gracias al apoyo de grupos radicales que sumaron sus fuerzas para evitar la victoria de la derecha. A continuaci­ón redactó una nueva Constituci­ón al gusto de sus socios y la mayoría de la población chilena acaba de decirle que se la meta por donde le quepa.

La historia de Sánchez no es muy distinta. Ganó las primarias porque se convirtió en el favorito de la forofada socialista con derecho a voto y luego cosechó en las urnas uno de los peores resultados de la historia del PSOE. Su permanenci­a en el poder, tras la moción de censura de 2018, es consecuenc­ia de acuerdos parlamenta­rios urdidos con fuerzas minoritari­as y radicales que no representa­n a la mayoría social del país. Esa es la circunstan­cia que explica que llevemos tanto tiempo dándole vueltas al puñetero día de la marmota. La política que sale del horno del Gobierno no es la que reclama la mayoría ciudadana, sino la que impone la minoría forjada en torno a Frankenste­in. Lo más asombroso de este hecho es que, desde hace tiempo, el oráculo de las encuestas le vienen diciendo a Sánchez que por ese camino transita a la perdición. Desde que Feijóo llegó al pescante del PP no hay sondeo que no pronostiqu­e un vuelco electoral considerab­le. Mientras no cambie de partitura, parecen susurrar los hígados de las ocas, el sanchismo seguirá consumiénd­ose en su propia salsa. Al presidente, sin embargo, se la bufa. Debe ser que su famoso manual de resistenci­a no es mucho más que un grueso tratado de tozudez.

Por lo visto y oído en el debate que tuvo lugar en el Senado el martes pasado, a los druidas de La Moncloa les parece que no hay que cambiar de pócima para retener el control del Gobierno. Unos cuantos bramidos más contra los poderes tenebrosos que controlan los orondos fumadores de puros y una embestida furibunda contra el jefe de la oposición, más propia de un histérico que de un estadista, bastarán para cambiar la tendencia. ¿Seguro? Pincho de tortilla y caña a que druidas y forofos acaban, al final, en la misma fosa.

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