ABC (Andalucía)

Una biografía a base de golpes

▶ Roglic, retirado tras su caída, se ha educado en la adversidad en el ciclismo y en los saltos de trampolín

- MONASTERIO DE TENTUDÍA (BADAJOZ)

Se cierra la Vuelta para Primoz Roglic (Trbovlje, 32 años) y desde el ciclismo emerge una corriente de afecto y simpatía hacia un campeón que se hizo a sí mismo, un deportista con alma gigante que llegó desde un mundo tan desconocid­o como los saltos de trampolín. La última imagen del triple ganador de las últimas Vueltas es desoladora: tumbado contra la valla, el maillot abierto, la sangre recorriend­o su pecho, los codos, la pierna, el masajista rociándolo de agua para eliminar las manchas negras de asfalto... Roglic no abrió la boca, una caída más en su extenso palmarés, engulló el dolor y se marchó hasta la próxima.

«Se cae demasiado, no le encuentro explicació­n», dice el exciclista Miguel Ángel Iglesias, ahora analista en televisión y prensa.

Un argumento para explicar esa propensión al dolor es que Roglic enfoca el miedo o el riesgo desde otro punto de vista. Era saltador de trampolín, una profesión de verdadero riesgo en la que las caídas pueden ser más dramáticas en el vuelo por los aires hasta poner los esquíes en la nieve.

Roglic se aficionó a los saltos de esquí en su pueblo, Trbovlje, por la tradición de su país en este deporte. Su padre trabajaba en una fábrica cercana y el propio Roglic se empleó en su juventud como limpiador en un centro comercial. Cuesta imaginarlo ahora ataviado con el mono gris del trabajador responsabl­e de la limpieza de las escaleras mecánicas y del edificio, tan concentrad­o en la tarea con los auriculare­s como compañeros en la noche solitaria.

Por ese aprendizaj­e de la vida pasó el esloveno antes de entregarse al deporte de la nieve. Sin grandes resultados como saltador de trampolín, la constante de su vida, una caída, le empujó a cambiar de vida. El costalazo de Roglic vestido con un traje azul celeste, dorsal en rojo y publicidad de Audi antes de estamparse contra la nieve recuerda que para el esloveno no hay adversidad tan grande que la voluntad y el sacrificio no puedan superar.

A bordo de su personalid­ad enigmática, siempre próxima a la sencillez útil, Roglic imaginó una nueva vida como ciclista. Tenía 22 años, una edad que en los manuales de

conducta del ciclismo se antoja excesiva para empezar a montar en bicicleta.

El triple ganador de la Vuelta se embarcó en un camino rugoso, lleno de dificultad­es. Se dedicó a enviar correos electrónic­os a las cuentas genéricas de los equipos profesiona­les con un texto que desveló la periodista Kate Wagner, de la revista ‘Bycling’. «¿Qué necesito hacer o ser para poder unirme a su equipo o intentar ser un corredor profesiona­l? ¿Qué se necesita?», preguntaba el exsaltador con la candidez por bandera.

A la edad en que Pogacar, Evenepoel o Egan Bernal ya son estrellas del ciclismo y ganan las mejores carreras, 23 años, Roglic disputó su primera prueba ciclista. «No sabía cómo ponerme y quitarme la ropa, cómo comer , cómo beber... cómo mear desde la bici. Necesitaba aprender muy muy rápido. Y sí, me caí muchas veces en los avituallam­ientos», contó el esloveno, un extraterre­stre en esa colonia de corredores avezados que metían codos, buscaban la posición, frenaban o comían durante la competició­n. Roglic no separó las manos del manillar durante 178 kilómetros en aquel debut.

Pero era una fuerza bruta. Ganó el Tour de Eslovenia, el Tour de Azerbaiyán. Le hizo una prueba Franz Massen, del cuerpo técnico de Jumbo, y lo tuvo claro. «Tenemos un Ferrari».

Así ha aprendido Roglic los códigos del ciclismo, a base de golpes. Caídas en la París-Niza que tenía ganada, en la Dauphine en la que era líder, una derrota ante Pogacar en el Tour 2020 en la penúltima etapa, la caída del último Tour en la que se colocó el hombro usando a un aficionado como soporte. Y la penúltima, ese trompazo en Tomares cuando le recortaba tiempo a Evenepoel. Un aprendizaj­e a base de golpes.

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Rigoberto Urán se llevó el premio en la dura llegada al monasterio de Tentudía. El colombiano ya suma etapas en Tour, Giro y Vuelta. Enric Mas probó a Remco Evenepoel, que respondió bien y salió sin daño
// EFE URÁN SONRÍE EN EL MONASTERIO DE TENTUDÍA Rigoberto Urán se llevó el premio en la dura llegada al monasterio de Tentudía. El colombiano ya suma etapas en Tour, Giro y Vuelta. Enric Mas probó a Remco Evenepoel, que respondió bien y salió sin daño
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