Martínmorales, tinta verdadera
Con la muerte de Martínmorales, se marcha uno de los últimos genios de una generación inigualable. Qué añoranza del tiempo en el que acudiendo al quiosco en una misma semana se podía disfrutar del festín de tener delante trabajos de Chumy Chúmez, Mingote, Máximo, Summers, Gila, Soria y tantos otros. Juntos practicaron lo que puede llamarse el tremendismo gráfico, una viñeta en la que el humor siempre andaba cerca de la lágrima, desde la que el dibujante se reía de España por no llorarla. Los de su generación sabían que la mejor oportunidad creativa para un país que lleva siglos instalado en la contradicción era practicar un pesimismo constructivo que movía al humor desde el reconocimiento de nuestros grandes defectos. Una de las grandezas del arte de Martínmorales fue su universalidad; sus viñetas mantuvieron siempre una mirada directa, limpia, ajena a la tentación del elitismo intelectual. Supieron ser sencillas y sustanciosas a un mismo tiempo, cultas y populares, respetuosas con la pluralidad del público que las disfrutaba.
Si, tras los primeros pasos en ‘El Faro de Motril’, la etapa del ‘Ideal’ fue la de su consagración y forja verdadera del genio, cuando dio el salto al ABC sus lectores tuvimos la sensación de que uno de los nuestros lo había conseguido. Nuestro dibujante más querido se había convertido en un embajador permanente de Andalucía que jamás traicionó sus orígenes, antes al contrario. Se mantuvo como una antena benefactora que sabía hacia dónde iba porque nunca olvidó de dónde venía.
El dibujo de Martínmorales era de una inocencia erudita, si se me permite la expresión. Como ocurría con muchos de su generación, la sencillez casi candorosa de su propuesta visual escondía una sabiduría expresiva, un dominio de los resortes del humor, un conocimiento privilegiado de España y sus gentes. Dibujaba nuestro país desde sus defectos, que es como un viñetista debe emprenderlo, y se mantuvo firme en la denuncia de la política aprovechada, fanática o perezosa. Combatió el fanatismo en todas sus versiones (la lucha de partidos, el nacionalismo, la corrupción, el poder voraz de las empresas) ofreciendo voz a las víctimas de la injusticia, esos protagonistas de la calamidad que llenaban sus dibujos y nos miraban a los ojos.
Aunque haya fallecido en este verano de sequía –sus viñetas parecían padecerla siempre–, desde el desafortunado accidente que le apartó en 2010 del escritorio sus seguidores hemos tenido tiempo de sentir la nostalgia de sus geniales trabajos. En esta época de retoque digital y píxeles vaporosos, reconocer el trazo grueso de tinta verdadera de las grandes viñetas de Martínmorales es como contemplar un árbol centenario. Para la memoria quedan sus tipos inolvidables (el político que inaugura, el desempleado taciturno, el hombre de pueblo que se siente engañado, el corrupto) que sirvieron para guiarnos en la comprensión de un país que ha demostrado y demuestra que es capaz de lo mejor y lo peor. Fue valiente durante el franquismo, valioso en la Transición y coherente en la democracia, y consiguió este difícil equilibrio por la simple administración de una coherencia inquebrantable.
Cuesta asumir que no volveremos a cruzarnos con esos rostros ovalados, esos ojos de almendra, ese trazo firme. El catalán con barretina, el andaluz con sombrero cordobés. La anacrónica presencia del pregonero. El contable con su visera transparente, el niño con la gorra, el campesino y su boina, el preboste con un sombrero de copa. Habitantes todos de esa España difícil, contradictoria, que tenemos que aprender a amar tal y como es. Gracias por haber iluminado durante años el camino auténtico para conocernos.