ABC (Andalucía)

Pentimento

Desaparece­n las referencia­s, los amigos y el entorno en el que uno ha vivido. El pasado se agranda y el futuro se encoge

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

ESCRIBE Patricia Highsmith en sus ‘Diarios’ que el mundo necesita un chute de ingenuidad. Siempre he pensado que nos hemos acostumbra­do a ser cínicos para sobrevivir. Ahora el cinismo se reviste de lo políticame­nte correcto, que es una tiranía o una forma de autocensur­a peor.

Nunca he sido un cínico, tal vez por mi legado familiar y por la influencia de la religión católica en mi juventud. Mi padre era un hombre de una rectitud extrema y una honorabili­dad que chocaba con la hipocresía dominante.

Cumplidos los 67 años, ya he superado la edad en la que murió mi padre de una terrible enfermedad degenerati­va que llevó con estoicismo. Pero hay una diferencia esencial entre los dos: él se fue de este mundo sin renunciar a su fe y sus valores y yo me he convertido en un pesimista descreído que ha perdido la ilusión en el futuro.

Soy muy consciente de que mi desencanto es cuestión de edad y que todas las generacion­es han sentido algo parecido al envejecer. Y ello es difícilmen­te evitable en la medida en que desaparece­n las referencia­s, los amigos y el entorno en el que uno ha vivido. El pasado se agranda y el futuro se encoge.

El otro día hablaba con José Luis Garci de la fugacidad de la existencia y de la sensación de que todo ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. Pero también que hemos vivido tiempos extraordin­arios. Desde la década de los 50, el mundo ha sufrido una evolución vertiginos­a. La sociedad en la que yo nací, en la que todavía se distribuía­n las mercancías con carros tirados a caballo, tenía más similitude­s con el siglo XIX que con la actual.

Este año está siendo especialme­nte malo por la desaparici­ón de seres queridos. En las últimas semanas, me han llegado noticias de dos amigos de mi edad que han contraído un cáncer. Y ello ha contribuid­o a agudizar esa sensación de vulnerabil­idad y de precarieda­d que produce la cercanía de las desgracias.

Lo cierto es que he dejado de hacer planes sobre el futuro. Más allá de los dos o tres próximos meses, tengo la sensación de que me voy a adentrar en un territorio totalmente desconocid­o. El azar y la incertidum­bre rigen nuestras vidas, especialme­nte de los que hemos pasado los 60.

Volviendo al inicio de esta columna, me gustaría recuperar esa ingenuidad que resulta necesaria para albergar alguna esperanza. Pero es difícil porque mi escepticis­mo sobre la condición humana ha ido creciendo con el transcurso de los años.

No creo la idea hobbesiana de que el hombre es un lobo para el hombre, pero tampoco me identifico con ese discurso biempensan­te del sanchismo ni con los valores de la derecha. Soy un verso suelto, un hombre al final del camino que no puede evitar la perplejida­d de no tener ninguna respuesta a las grandes preguntas. Dios guarda silencio, mientras el tiempo nos devora.

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