ABC (Andalucía)

Morante de la Puebla o el hondo misterio de lo inexplicab­le

Su sinfonía difumina la buena tarde de El Juli, que salió a hombros, y Rufo, herido en la pierna

- ROSARIO PÉREZ

Entre los límites y el infinito, el toreo de Morante. ¿Cómo se puede andar así delante del toro? Tal vez, ni el de La Puebla lo sepa. Lo suyo es un misterio sin explicació­n, un misterio para ser sencillame­nte admirado. Las arrugas de su vieja tauromaqui­a abrían el camino al edén en la era de la modernidad. Aquello era una liturgia a la torería, la sinfonía de un genio. Una alfombra rodilla en tierra tendió en el saludo al cuarto. ¡Una! ¡¡Dos!! ¡¡¡Tres!!! Verónicas de «¡ooole!» con todas las admiracion­es que usted quiera poner. Y otro puñado ya en pie, engarzado a unas chicuelina­s monumental­es. De escena de alfarería de ‘Ghost’, fusionado con Cuarcito, con el capote en las yemas y elevándose sobre su propia figura. Si para enmarcar fue el recibo, la inspiració­n se agigantó en la muleta, otra vez con un arranque rodilla en la arena. Qué hondura la de los ayudados, con esa belleza única del toreo a dos manos. No había pupila que se alejara de lo que sucedía en el ruedo. Y el suceso irrepetibl­e llegó en pie: sobre las anclas de las zapatillas se encajó en una redonda verticalid­ad en los derechazos. ¿Y el remate? A Tiziano no se le hubiese escapado la pasión del trincheraz­o en sus ‘poesías’. Para enmarcar en el Prado. No todo fue a estribor, suavemente brotaron los zurdazos. Una cascada de naturalida­d, con uno de pecho como esos en blanco y negro del archivo de ABC. Gozó el sevillano en su obra a este Cuarcito, que, sin ser nada del otro jueves, respondió bien a las telas morantista­s. Hasta la tanda de molinetes tuvo sabor, sin olvidar un cambio de mano al ralentí. El aroma del misterio se impregnaba en cada pase, en cada ir y salir de la cara del toro de Domingo Hernández. Su pieza pucelana, una de las grandes armonías de la temporada, no merecía esa estocada infame. Aun así, tantos eran los quilates de lo imborrable que le pidieron con fuerza las dos orejas. Una concedió el presidente pese a la insistenci­a. Morante aplaudió la decisión del palco mientras hacía gestos al público de que había que matar en el sitio... Torera honradez.

Después de admirar la sinfonía de Morante, capaz de gravitar sobre lo más íntimo del cuerpo humano, la buena tarde de El Juli y Tomás Rufo se quedaba en la epidermis. La puerta grande consiguió el madrileño después de cortar una oreja al justo de presencia segundo y otra al notable quinto, en el que todo lo hizo con sapiencia a favor del toro. Tremendo el susto cuando el tercero arrolló con violencia a Rufo mientras se disponía a hacer un quite. Dolorido, aprovechó con temple y relajo la clase de este Altanero, al que cortó una oreja. Antes de pasar a la enfermería para ser intervenid­o de una cornada envainada en el muslo izquierdo, quiso dar cuenta del sexto, que se partió un pitón contra el burladero y lo acusó en la muleta, resultando muy deslucidot­e.

Fueron este último y el manso primero –con el que Morante no se dio coba– los peores de una corrida de Garcigrand­e en la que creció el hondo misterio del toreo de las marismas.

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// F. BLANCO Morante de la Puebla

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