Toño Piñeiro y el hallazgo de los millones de pesetas enterrados
Escondidos en botes de cacao soluble, este albañil ha ido encontrando una pequeña fortuna conforme iba reformando una casa en el rural gallego que compró hace una década. Pero el Banco de España ya no cambia pesetas
Se dice que el dinero no se encuentra debajo de las piedras. En Sober (Lugo) el dicho precisa de enmienda: es más probable hallarlo en botes viejos de cacao soluble escondidos en alacenas. Esa es la historia de Toño Piñeiro y los nueve millones de pesetas —ni viejas ni nuevas, simplemente pesetas— que ha ido desenterrando desde que empezó a reformar una vieja casa que compró en su Sober natal. Una pequeña fortuna, descafeinada en su traducción al euro, pero cuyo valor ya no es monetario sino como simple pieza de museo. Desde julio de 2021, el Banco de España bajó la persiana al cambio de divisa. Los billetes son como aquellas estampitas con las que jugueteaba Lina Morgan en una de Ozores.
Piñeiro es el pequeño de once hermanos, natural de la parroquia de Millán, en este Sober al que bañan el Cabe y el Sil. Es la Galicia interior, que resiste malamente a no vaciarse, a que sus hijos busquen el futuro en otras latitudes. Toño se fue de joven a Levante, llamado por un cuñado, y se instaló en Villarreal como trabajador de la construcción. Sin embargo, hará una década, el emigrante que llevaba dentro sintió la necesidad de comprar una casa en su pueblo, y apareció una humilde vivienda en una parroquia cercana, A Pousada. Piñeiro la adquirió y desde entonces, en cada periodo vacacional, vuelve a Sober a ir poco a poco obrándola, devolviéndole el esplendor. Lo que no contaba es que en su interior iría encontrando los fondos para pagarse la reforma.
El cofre del tesoro eran, en realidad, botes metálicos de nesquik, dispersos por distintas alacenas, artesas y demás huecos donde camuflarse. Billetes de 5.000 pesetas, enrollados pero en perfecta conservación, salvo la última remesa que halló, mordisqueada por la humedad. Antes del último hallazgo este verano, Piñeiro había localizado unos 30.000 euros, que sí pudo cambiar en el banco. Pero nadie supo nada, claro. Tampoco la vendedora, una sobrina de los anteriores propietarios, un matrimonio humilde que falleció sin hijos. Cuando la señora enviudó e ingresó en la residencia local, no solo dejó atrás su casa, sino también sus ahorros... y su recuerdo. Los habría conseguido su marido, Manuel do Xentes, con la compraventa de ganado, un sobresueldo para mejorar su nómina como empleado en una cercana fábrica de cerámica y tejas.
No es que en Sober la tradición sea cambiar la sucursal del banco por botes escondidos en las alacenas, aunque algo de eso había en la España de interior de hace cuarenta años, la del ‘Un, dos, tres’ el viernes por la noche en el único canal posible de televisión. En territorios como Galicia, con una enorme dispersión territorial, la oficina de la caja de ahorros más cercana podía estar a varios kilómetros de la casa, un lugar con apenas dos o tres vecinos. Eran los que había en Pousada; hoy no queda ninguno. Solo en Sober hay casi 300 núcleos de población repartidos en 22 parroquias, para una población de 2.300 habitantes. Guardar los cuartos en casa no era extraño. Ni tampoco enterrarlos en el huerto.
Piñeiro, por ahora, ha encontrado nueve millones. No descarta tropezar con más. «Ya no sé que decirte, cada vez que vengo acabo encontrando dinero», confesó a ‘El Progreso’– el diario local que desveló la historia –«igual en Navidades cuando regrese a seguir con la obra aparece más». En el pueblo a nadie le extrañaría. Las alacenas guardan, a veces, mucho más que patatas y grelos.
Dinero en casa En la España de interior, no era tan extraño guardar los ahorros en un cuarto o enterrarlos incluso en el huerto