ABC (Andalucía)

Isabel II, Reina, madre, venerada

Nada es lo mismo que cuando se ciñó la corona hace 70 años

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

FUE el Rey Faruk de Egipto quien dijo ante de ser depuesto: «Terminará no habiendo más que cinco reyes: el de Inglaterra y los cuatro de la baraja». Se equivocó ya que sigue habiendo reyes e incluso algún país, como el nuestro, los han recobrado. El dilema, por tanto, no es monarquía o república, sino de qué monarquía o república se trate, al haber excelencia­s y calamidade­s en ambos campos. Aunque, si nos fijamos, los países con más alto desarrollo, calidad de vida y justicia social son monarquías. Por algo será, digo yo. Entre ellos destaca Inglaterra (uso su viejo nombre al ser el de su parte más dinámica) que ha transforma­do en el Reino Unido, por esa tendencia tan humana de enmascarar nuestras debilidade­s, pues la grietas en ese reino son cada vez mayores. Acusa también ahora la zozobra, el desconcier­to y el dolor causado por la muerte de su última reina. Como si se tratase de un drama de Shakespear­e, cuando llegaron las primeras noticias del empeoramie­nto de Isabel II, el cielo se encapotó. Al quedar a media asta la bandera, señal del fallecimie­nto, el luto fueron los paraguas y las lágrimas. Con ella se despedía no sólo una reina, sino también una madre y no digo una santa porque pese a ser la cabeza de la Iglesia anglicana, encaja mejor venerada, por su cercanía.

A Isabel II le tocó reinar en uno de los periodos de mayores transforma­ciones tanto para su país como para el mundo. Encima, lo hizo durante 70 años en los que se cambió la faz del planeta y sus habitantes. Nada es lo mismo que cuando se ciñó la corona hace 70 años. Para complicar las cosas, aunque Inglaterra había ganado la guerra, tenía que desmantela­r su imperio, que cuesta más que levantarlo. Que el primer ministró, que había ganado la contienda, Winston Churchill, perdiera las primeras elecciones, debió de ser su primer susto. Siguieron otros de todo tipo y más graves. Su matrimonio con «el hombre de su vida», Felipe de Edimburgo, le permitió superar crisis tan graves como la de su hermana menor, Margarita, empeñada en casarse con un divorciado, y la de su propio hijo, cuyo matrimonio con Lady Diana resultó un desastre. Fue la única vez que la opinión pública británica, impresiona­da por la trágica muerte de la ‘princesa del pueblo’, estuvo frente a ella. Que tres de su cuatro hijos se hayan divorciado denota problemas serios. Era una mujer de carácter, lo que quiere decir de principios, que se difuminaba­n con las canciones de los Beatles, la emancipaci­ón de las colonias y las aventuras bélicas, como la de Suez. La única victoria fue sobre Argentina en las Malvinas, y eso gracias al apoyo logístico norteameri­cano. Peor aún le fue en la política. Con decir que ha acabado con el Brexit y Boris Johnson está dicho todo. Lo superó con su sencillez y apego a los principios que la clase media inglesa admira. Cuanto más bajita se hacía, más la adoraban sus súbditos, republican­os incluidos. Su hijo, ya Carlos III, se proclama continuado­r de ella, pero esa comparació­n puede terminar dañándole, al notarse menos las diferencia­s. Pero de ello, Gibraltar incluido, les hablaré en mi Tercera del jueves.

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