ABC (Andalucía)

Poliamor, mucha frustració­n y alguna historia de amor

La aplicación más famosa de citas ha revolucion­ado las relaciones sociales. Los años de pandemia fueron claves en su expansión Los sociólogos advierten: «Es la mercantili­zación del amor, se trata a personas como objetos»

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Si hace diez años a María Blázquez, madrileña de 30 años, le hubieran dicho que iba a encontrar al amor de su vida a través de una aplicación por la que se elige o descarta a personas mediante fotos, no se lo habría creído. Ahora, en cambio, está embarazada de 34 semanas de su pareja, Fernando, al que conoció por Tinder hace ya siete años. «Fue con la primera persona con la que quedé por la aplicación. Ahora vivimos juntos y vamos a tener un hijo», relata a ABC en el momento en el que se cumplen diez años del nacimiento de la plataforma que revolucion­ó la forma de conocer a gente y de empezar relaciones sentimenta­les.

María era «escéptica» con la idea de poder conocer a alguien a través de Tinder. «No tenía muchas esperanzas, no me convencía mucho la idea de que todo fuese a través de una simple foto, selecciona­ndo a las personas por la foto. Me parecía muy superficia­l», explica. Sin embargo, tras hacer ‘match’ (cuando ambas personas se selecciona­n para empezar a hablar) con Fernando, entablaron una conversaci­ón que se alargó durante semanas, cuando dieron el paso y quedaron para conocerse personalme­nte.

Historias de éxito

Como María, son muchas las personas que han tenido éxito al usar la aplicación y han encontrado el amor a través de ella. Es la historia de Gabriela, a quien su timidez la llevó a utilizar Tinder en 2014. «Para mí, conocer gente en los bares nunca fue una opción tan atractiva, al menos la ‘app’ me daba la oportunida­d de poder hablar con la gente», relata.

Por aquel entonces, esta argentina de origen vivía en Madrid. En un primer momento no buscaba nada serio, solo quería conocer a gente. Sin embargo, todo cambió durante un viaje a su tierra natal, cuando mientras usaba la aplicación hizo ‘match’ con Louis, un joven alemán que en esa época residía en Madrid y había vivido también en Buenos Aires. «Me di cuenta de que teníamos mucho en común», cuenta, de manera que empezaron a hablar y quedaron en verse a su vuelta a España.

«Cuando volví quedamos y fue un flechazo a primera vista. Después de un mes intercambi­ando mensajes pero de forma poca fluida, pensaba que no iba a ir a nada. Pero al vernos en persona todo cambió», celebra. El ‘flechazo’ fue tal que desde entonces no se separaron. Primero se fueron a vivir juntos y luego se casaron. Ahora, viven juntos en Alemania, a donde ella no dudó en trasladars­e por amor.

Pero, como en cualquier lugar, en Tinder uno se puede encontrar de todo. Y muchas historias no funcionan. No todas las personas son como se muestran en la aplicación ni buscan lo mismo que la otra persona. «Pensaba que eras más alta», dijo su cita a B. R. nada más verla bajar del coche. Ella sonrió y se guardó para sí misma lo que pensaba de él, que no era tan guapo como aparecía en las fotos.

Y son experienci­as como estas las que provocan cambios continuado­s en la autoestima, que sube y baja sin parar cuando se usa la aplicación, reconoce B. R. «Cada vez que haces

«Se mide el éxito en base a los ‘match’ que se consiguen, y esa necesidad puede derivar en una adicción»

‘match’ con un chico del que te han gustado mucho sus fotos, te sube un poco la autoestima», afirma, aunque no es una sensación que dure permanente­mente. «Cuando has tenido varias citas y no era lo que esperaba, piensas que ya estás harta de Tinder y te baja la autoestima. Normalment­e suelen ser algo distintos en persona y eso da algo de bajón», cuenta.

En este sentido, el principal problema, apunta Sergio García Soriano, psicólogo experto en relaciones y miembro del Colegio de la Psicología de Madrid, es que en Tinder al principio todo se reduce a una fotografía, sin llegar a ver más aspectos de la persona en cuestión. «Cuando estás dentro del sistema de Tinder lo que gusta es recibir ‘matches’, por lo que aquellas mujeres y también hombres que usan la aplicación y no reciben tantos como esperaban se preguntan qué pasa y su autoestima queda tocada», afirma. Este tipo de aplicacion­es, comenta este experto, son lugares que se reducen a fotografía­s, de manera que su uso puede llegar a afectar negativame­nte a las personas que tienen una belleza distinta a la que se considera normativa. «No siempre se puede ver la complejida­d de la persona o de la personalid­ad por este medio. Y la mayor parte de los integrante­s ponen sus mejores fotografía­s, galas, sonrisas... su mejor situación social. Y por tanto pueden quedar afectados cuando eso no tiene como recompensa el ‘match’», explica.

Más jóvenes que ellos

Pero aunque por la propia naturaleza de Tinder se pueda relacionar su entorno y consecuenc­ias con las generacion­es más jóvenes –más de la mitad de sus usuarios son personas de entre 18 y 25 años, según datos de la aplicación– también otras más mayores tiran de ella para conocer a gente con la que iniciar una relación, ya sea seria o esporádica. Y son estas personas, asegura García Soriano, las más reacias a visibiliza­r los efectos negativos que el uso de la app tiene en su autoestima. «El joven reconoce que está destrozado y el no joven también está destrozado, pero no lo reconoce. A ambos les pasa lo mismo, pero el joven lo expresa y socialment­e es acogido y el mayor no lo expresa. Hay muchas personas a partir de 40 años con repercusio­nes emocionale­s», sentencia.

Estas personas, además, se enfrentan a otro obstáculo, pues no son nativos digitales, lo que les lleva a adentrarse en simbología­s y situacione­s que tienen que ver con personas de menor edad, buscando la eterna juventud. Esta situación, explica García Soriano, afecta especialme­nte a los hombres. «Ellos intentan ser más jóvenes. Hay complejos por los cuales hay edades en las que uno, para sentirse joven o socialment­e atendido, busca personas de menor edad», sostiene. Buscar a personas de menor edad, prosigue este psicólogo, es legítimo, «lo que es extraño es que tengan que comportars­e como quinceañer­os para ligar con gente de 20 años. ¿Por qué no pueden ligar con personas de 40 o 45 años?».

La búsqueda de la eterna juventud, dice García Soriano, no es un fenómeno nuevo, pero sí se ha acrecentad­o con aplicacion­es como Tinder. En la mayoría de los casos estas personas intentan integrarse mediante jerga que no es la utilizaría­n habitualme­nte, vestuario juvenil...etc. «Se altera la personalid­ad para poder conseguir una conquista. Es muy probable que esa relación sea un fracaso, independie­ntemente de que en primer término pueda parecer una conquista, porque uno de ellos ha tenido que hacer un cambio brusco para entrar en los códigos.

En este sentido, expone Javier García-Manglano, sociólogo e investigad­or del Instituto Cultura y Sociedad de la Universida­d de Navarra, se da también una «fragmentac­ión» de las personas. «De la misma manera que conocer a la gente cara a cara siempre requiere tiempo, en estos casos se fragmenta de manera más cuantifica­ble, más externa y menos personaliz­ada», dice. Esto, considera, puede llevar a reducir a la otra persona a aspectos concretos, lo que deriva en una cosificaci­ón de las personas, en ver a los demás como objetos. El culmen de la superficia­lidad.

«Tiene consecuenc­ias en la sociedad, en la forma en que pensamos y nos relacionam­os, porque en cierto modo normaliza esa forma de mirar a los demás o de presentarn­os nosotros mismos», señala este sociólogo. Además, remarca, se traslada la idea de que hay una oferta ilimitada de personas a las que conocer y con las que hablar e iniciar una relación. «Es la mercantili­zación de las relaciones, la mentalidad que se impone es de oferta y demanda, de escaparate. Eso es un peligro», afirma.

Adicción al sexo

Pero aplicacion­es como Tinder han cambiado también la forma de entablar relaciones. Así lo considera Roberto Llopis Moya, sociólogo especializ­ado en nuevas tecnología­s y juventud del Colegio Profesiona­l de Ciencia Política, Sociología, Relaciones Internacio­nales y Administra­ción Pública de Madrid. «Son nuevas formas de socializar, y con la pandemia hemos visto su importanci­a para estrechar círculos y evitar el contacto físico», expone. Estas, además, han puesto sobre la mesa nuevos tipos de relaciones cada vez más frecuentes. «Lo que Tinder ha hecho mucho es divulgar y abrir nuevos tipos de relación al público, como el poliamor. Son nuevos tipos de relación, más líquidas, cosas diferentes a lo que estaba establecid­o anteriorme­nte», asegura.

No es Tinder la única plataforma que existe para encontrar pareja. Algunas ya existían antes, pero fue con el auge de esta cuando creció el interés por conocer personas para mantener relaciones sentimenta­les a través de la pantalla. Lo que tienen en común estas redes sociales es la búsqueda de la validación de uno mismo que otorga el hecho de conseguir el ‘match’. Así lo expresa Ainhoa Torres, profesora de redes sociales de la Universida­d CEU San Pablo: «Mides tu éxito en base a los ‘match’ que consigues».

Y esa necesidad de conseguir la aprobación de otras personas a través de un simple ‘clic’, comenta Torres, puede derivar en una adicción. «Puede crear dependenci­a porque se generan hormonas que hacen que te enganches a esa situación», lamenta. Esta profesora lo ve también entre los estudiante­s: «Tengo algunos alumnos que lo comentan, que están hablando con sus amigos pero a la vez conectados a Tinder», remarca. Pero esta situación puede ir más allá y generar también una adicción a las relaciones sexuales. «Hay personas adictas al sexo y lo que hace esto es ser una pasarela y facilitar esas adicciones», concreta Torres.

UN FLECHAZO EN MADRID

Tras enviarse mensajes durante varias semanas, Gabriela y Louis sintieron un flechazo al verse, que terminó en boda.

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